Cambio de sentido

¿Desde aquí se ve Marruecos?

Es mentira esa frase, que pronunciamos mirando al mar, que afirma que desde aquí se ve Marruecos

Le pregunté por señas a la muchacha de la ventana que si podía entrar a su aseo, y me dijo que subiera. No recuerdo en qué ciudad del Altas Medio me encontraba, sí que era el primer día después de Ramadán y sonaban en la tele los rezos del Aíd al Fitr. Cuando salí del baño encontré en la mesa, a la que estaban sentadas ella y su abuela, un plato para mí. Comimos papas guisadas. Me pregunté si en mi casa hubiera hecho tal cosa con un guiri.

Pensaba en estos días en la hospitalidad de aquellas marroquíes y en otros momentos en que, por imprevisión mochilera, me he visto sin posada en aquel país, y jamás he dormido a la intemperie. Pensaba en las veces que he pensado “¿Qué querrá a cambio?” cuando alguien allí me ha mostrado generosidad; pensaba en las lógicas perversas de la desigualdad, que convierte a unos en pedigüeños y a otros en desdeñosos. Pensaba en los versos de Abdellatif Laâbi o de Abdelmajid Benjelloun, que me mandaba Laura Casielles, con hambre de compartir un hallazgo, cuando estaba de corresponsal en Rabat. Pensaba en cómo la Primavera Árabe no rompía a florecer en Marruecos, ni sus brotes aparecían en la prensa. Pensaba en que es mentira la trillada frase, que solemos pronunciar mirando el Estrecho, que afirma que desde aquí se ve Marruecos. Qué va. Desde aquí, nuestra cosmovisión no alcanza a ver, con una mirada descondicionada, a nuestros vecinos.

No deja de sorprenderme que desconozcamos tanto, yo la primera, la realidad de países vecinos como Marruecos (podría decirse algo parecido de Portugal), más allá del tipismo que todo lo diseca. Ignoro su literatura actual, sus días de fiesta o la situación real de las mujeres del campo y de las universitarias. El mismo número de miles de muertos, de haberse dado por alguna catástrofe natural en Nueva York o París, nos hubiera helado la sangre y la tinta de las rotativas. La idéntica ausencia del principal representante del país –a quien Felipe VI se dirige otorgándole el poético tratamiento de “querido hermano”– nos hubiera hecho poner el grito en el cielo. No se hablaría de otra cosa. Habría crespones negros en las ventanas, cadenas de oraciones, minutos de silencio en cada consistorio. Y, sin embargo, lo que alcanzamos a ver es algún mensaje racista en redes y –también– la solidaridad cierta de una parte consciente del pueblo español. Desde Andalucía, más que desde ningún otro lado, tendríamos que atisbar Marruecos con más nitidez. Aunque sólo sea en días claros.

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