Cantaba Celia Cruz: "Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval". En Europa occidental estamos celebrando el Carnaval. Una fiesta en la que se celebra la derrota de Don Carnal frente a Doña Cuaresma. Aquél con su ejército de bueyes, cerdos, gallinas, becerros y cabras, y ésta con su legión de vegetales y mariscos, tal como nos cuenta el Arcipreste de Hita en su Libro de Buen Amor. Tristemente, el carnaval que se está celebrando en la Europa oriental sí es para llorar: la invasión de Ucrania por la militarmente todopoderosa Rusia.
Putin lleva preparando la invasión de Ucrania desde hace un par de meses. Desde enero de este año Rusia ha estado desplegando tropas en Bielorusia y en las fronteras de Ucrania. En ese tiempo, Putin ha estado mintiendo sobre sus intenciones, algo que sabe hacer muy bien, ya que era la práctica habitual en los dirigentes soviéticos; bajo el mandato de Nikita Jrushchov, el Premio Nobel de Literatura Alexander Solzhenitsyn, escribía con el titulo de Carta a los dirigentes de la URSS: "Hacernos tragar mentiras de un modo omnímodo y obligado es el aspecto más agonizante de la vida en nuestra patria, peor que todas las miserias materiales, peor que cualquier carencia de libertades públicas". Y afirmó también: "En nuestra patria la mentira ha llegado a ser no solo una categoría moral, sino un pilar del Estado". Pues lo curioso es que aún hay gente que le apoya. Claro que, como decía Hitler, el pueblo puede caer más fácilmente víctima de una gran mentira que de una pequeña.
Rusia, o mejor dicho Putin, con un ejército infinitamente superior en efectivos humanos y armamento, además de ser una potencia nuclear, intenta hacerse con Ucrania. Los ucranianos se defienden como pueden, incluso armando a la población civil. Occidente se aterra. Esta guerra le coge demasiado cerca y le afecta, si no bélicamente de momento, sí económicamente. La vieja Europa nunca terminará de producir lunáticos nacionalistas y racistas que la lleven cíclicamente a intentar autodestruirse. Cómo no asociar las intenciones de este autócrata con la orwelliana Oceanía de la novela 1984, que estaría conformada por todos los países que componían la antigua URSS y en la que Putin interpretaría el papel de Gran Hermano. Aunque a mí, una vez puesto a recordar a George Orwell, casi me apetece más hacerle asumir el papel de Napoleón de la novela Rebelión en la granja.
Putin ha utilizado un argumento, entre otros, para justificar la invasión, que me ha llamado la atención por su tinte racista. (Me hago eco del magnífico análisis que hace el experto Pablo de Orellana, profesor del King'College, para la BBC Mundo). Para Putin, Ucrania y Rusia son parte de una misma etnia y está en la obligación de proteger a las minorías rusoparlantes. Es un argumento similar al que utilizó Hitler en 1938 para invadir parte de Checoeslovaquia: la protección de una minoría étnica alemana.
Sea por lo que sea y los intereses que haya detrás, lo cierto es que difícilmente la situación se podrá revertir. El dictador no puede perder ya cueste lo que cueste, en vidas humanas o económicamente y Occidente no puede permitir que Putin imponga sus reglas de juego al resto de los países de Europa. Al final lo pagaremos todos los europeos porque así es la vida, un carnaval en el que también hay por qué llorar.
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