Los viejos y los bancos

La eliminación de puestos de trabajo en los bancos ha incidido negativamente en la calidad de los servicios

Poco más de un año hace que el valenciano Carlos San Juan -que hoy cuenta sus 80 años- llegó a reunir más de doscientas cincuenta mil firmas de ciudadanos que reclamaban un trato más humano desde las entidades bancarias. Aquel médico anciano y, naturalmente, jubilado adquirió, sin buscarla, notoriedad nacional por capitanear esta protesta de la que, por una vez, se hicieron eco muchos medios de comunicación que, a la postre, supuso que las entidades bancarias agudizasen los oídos e hicieran como que les interesaban estas protestas. Duró poco ese interés. Los bancos -llamémoslos así, de manera genérica- en los últimos años y seguramente impelidos por el propio mercado, han vivido un proceso de transformación, unión, absorción y hasta desaparición que ha supuesto el despido y la prejubilación de decenas de millares de empleados, cuyas mesas de trabajo aún ni siquiera han llegado a ser retiradas de las oficinas y permanecen, así, en una apostura de aparente o real abandono fantasmal. Naturalmente, la eliminación de todos esos puestos de trabajo, aunque hayan pretendido hacernos creer lo contrario, ha incidido muy negativamente en la calidad de los servicios que han venido prestando tradicionalmente las entidades bancarias a los clientes.

Y quien se lleva la palma -que es símbolo de martirio- son los viejos. Y más los viejos de los pueblos pequeños -la mayoría de los pueblos lo son- que han visto desaparecer las oficinas bancarias y los han convertido en objeto de abandono y absoluta desorientación. Quien aún conduce automóvil o tiene facilidad para moverse, ha de trasladarse a otras poblaciones, más o menos cercanas, en las que aún existen las oficinas bancarias. En las que no, ni siquiera han dejado cajeros u oficinas atendidas por empleados algún día a la semana. Los bancos han preferido, en su precipitado y decidido camino hacia la deshumanización, abandonar a esos viejos a los que, con verdadera necedad y no menor crueldad, aconsejan operar a través de las 'apepés' desde sus teléfonos móviles, cuando saben perfectamente que esos teléfonos móviles de la gente de edad sólo sirven para recibir o hacer alguna llamada y poco más.

Los bancos o los banqueros -salvo rara y honrosa excepción- cada vez más apegados a la frialdad del oro que representan los billetes de papel, no creo que hayan sentido alguna vez el calor humano, pero si en algún momento así pareció, sólo debió de producirse porque les rentaba mucho más. Seguro. Ya no existen las que fueron obras sociales, porque no existen ni siquiera las cajas locales, provinciales o regionales que las crearon. Así, a los viejos no los quieren y ellos ya no pueden acceder a los templos del dinero, siendo por ello condenados al olvido. Las sociedades que esto permiten, arrinconar a los ancianos -medítese- están condenadas a desaparecer pronto. La historia así nos lo demuestra. ¿O no?

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