Por breve que sea su visita, la presencia de DonJuan Carlos no deja de ser un incordio. Su regreso incomoda a todos, menos a los que lo jalean y utilizan su figura para la confrontación ideológica. No sé qué pensará el emérito al verse jaleado por los herederos de aquellos integristas del régimen que lo abucheaban y vilipendiaban en los años de la transición. Que la fiscalía retirase los cargos, bien por haber prescrito y por estar amparados por la inmunidad de la Jefatura del Estado, no quiere decir que los hechos presuntamente delictivos no se produjesen, ni que no constituyesen una grave deslealtad con la institución que él mismo encarnaba. La inmunidad del Rey es necesaria para dar estabilidad a una figura clave de la arquitectura constitucional, por ello es especialmente grave que se haya degradado al ser utilizada como escudo de impunidad delictiva en el ámbito privado. Verse obligado a pedir perdón por cazar elefantes y no por defraudar a la hacienda del Estado del que era su máxima representación es un despropósito moral, político y estético. Las glorias del pasado no pueden justificar los posteriores yerros.

No les falta razón a los defensores de la Republica al ver la monarquía como un anacronismo o por considerar un déficit democrático que la jefatura del Estado no sea un cargo electivo. Pero no es menos cierto, que todos los países con sistemas de monarquía parlamentarias están, el nuestro incluido, situados en los primeros puestos de los distintos índices de calidad democrática en el mundo. Por ello, y porque nos ha ido bien en este medio siglo, conviene fortalecer el actual sistema constitucional y la monarquía de Felipe VI, con las reformas que a la vista de lo sucedido se consideren necesarias.

Nada daña más a la monarquía que instrumentalizarla de forma partidista y sectaria, ya que entre sus principales atributos está el de simbolizar la unidad entre los españoles. No sólo la unidad territorial, como algunos parecen creer, sino la de todos los ciudadanos sea cual sea su condición social o adscripción ideológica. La Guerra Civil no tuvo su origen en el problema territorial, sino en el odio exacerbado que se sembró entre aquellos españoles. Los que defienden la república tienen todo el derecho y el amparo de la Constitución para hacerlo, pero lo que la pone verdaderamente en peligro a la monarquía es convertir su defensa en un arma política contra los adversarios.

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