El Rey Felipe VI decidió el sábado bajarse del retrato ecuestre que presuntamente le reserva la historia para meter mano en harina. Ahora hay quien dice que se equivocó, pero no diría yo eso, no. Hizo, por el contrario, lo que tenía que hacer, cosa rara en un país en el que casi nadie hace lo que debe. Ni especuló, ni gaitas. Se bajó del jamelgo y allí estuvo, pie en tierra: dando la cara y acompañando a las familias de las víctimas de los viles atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils. Pitos recibió el monarca, y seguro que insultos, pero eso ya lo sabía él y lo sabíamos todos, por lo que aún tiene más mérito. Críticas maleducadas de una minoría, la de los independentistas radicales que se pertrecharon de esteladas nuevecitas y cartelones relucientes pagados seguro con dinero del común para convertir la protesta ciudadana en un asqueroso mitin secesionista. Sabían que por ahí andarían televisiones de medio mundo, y la tentación fue demasiado elevada para tipejos que reptan a diario en la charca de la manipulación. Así que se ciscaron en los muertos, pobres míos, y se subieron a galope al perro rabioso que les lleva en su xenófobo sueño supremacista. Aunque los han calado, eh, claro que los han calado, y por eso un diario italiano, La Reppublica, no precisamente fascista, publicaba ayer en portada "El nacionalismo insolidario" sobre una foto en la que se les veía con sus banderas made in China y su ruindad. Frente a ellos, quedó el triunfo de esa legión de personas de toda religión, raza e ideología que, sin más bandera que la de su vergüenza torera y su bondad, caminaron firmes a favor de la paz. Gente que no mezcló churras con merinas y que hizo lo que debía. Lo mismo que hizo el Rey, más alto el sábado que nunca por la moralidad de un gesto que a mí me hizo de golpe abrazar la causa felipista, y no la de González, que ni loco, sino la de este Borbón que accedió al trono en momentos delicados y que está dando muestras claras de valentía, buen juicio y serenidad. Felipe VI estuvo a la altura del momento y no me queda decir, aunque en realidad no sea yo un monárquico de libro, que viva el Rey. Que viva el Rey porque él solito, a pie, caminando tranquilo y soportando los pitos de esa caterva de pijos nacionalistas y neocomunistas burgueses, les quitó la careta a todos los cutres enmascarados que quieren hacer pasar por democracia lo que no es sino manipulación, insolidaridad, xenofobia y tiranía. Que se vayan todos a Parla, sí. Y que viva el Rey.

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