Fabio Rivas

La voz del destino

Mitologías Ciudadanas

24 de enero 2020 - 07:01

Me ocurrió de repente. Así como así… La verdad es que antes nunca había reparado en ella. No voy mucho al casino, solo de tarde en tarde, cuando -por decirlo de alguna manera- pienso que me merezco un premio, alguna clase de recompensa. Y allí estaba yo ese día, dubitativo como siempre, apostado frente a la ruleta. "Soy la voz de tu destino" -me dijo una voz desconocida, como si alguien extraño me hablara desde dentro-. Me quedé perplejo. "Confía en mí -añadió a continuación la voz-, apuesta al rojo". Casi petrificado, me atreví a preguntarle si estaba segura de lo que decía. Y más aún, ¿por qué me lo decía a mí? "Ya te lo he dicho -insistió-, porque soy la voz de tu destino y a ti te hablo. No eres una excepción. Todo el mundo la tiene y cada uno oye la suya propia. Así que ¡ánimo y apuesta al rojo!". Que aquello de la voz fuera algo común y corriente, casi democrático -una especie de igualdad de oportunidades-, me animó. No sé… como si de esa manera se disolviera un poco mi responsabilidad en tan extraño asunto. Aposté diez euros al rojo. Oí al croupier que decía: "no va más". Cerré los ojos y, a continuación, como si musitara una oración, la voz del croupier anunció: "Veinticinco, impar y rojo". "Hemos ganado, ¡qué alegría!" -le comenté a la voz. "Claro -me respondió ella-. Ahora juega todo lo que tienes al negro". Volví a hacerle caso y otra vez gané. "Apuesta todo al siete" -añadió la voz a continuación-. "A mandar -le respondí con campechanía-. "Siete, impar y rojo" -susurró el croupier-. ¡Madre de Dios, otra vez la suerte me había sonreído! Aquella voz era profética. "Apuesta todo lo que tienes al uno" -prosiguió la voz, sin dejarme apenas respirar-. Como estábamos en el mes de octubre y soy del Barça, exclamé para mis adentros: "¡Ostias, el uno de octubre, cuando los catalanes votaron el referéndum de independencia!", y al instante, con la esperanza reforzada (por los triunfos del Barça y el referéndum), siguiendo el consejo de mi voz, aposté todo lo que tenía al uno. Cerré los ojos como siempre. Recuerdo ahora perfectamente la voz del croupier, su tono despegado, casi huraño: "Dieciocho, rojo y par" -anunció-. No me lo podía creer. De un ruletazo me había quedado en la ruina. "Lo siento, hemos perdido" -me dijo la hija de puta de mi voz, con ese tonillo que usamos cuando hablamos con un extraño del buen o mal tiempo que hace-. Fue la última vez que hablé con ella. Por la razón que sea, desde entonces no ha vuelto a mis oídos.

En fin, como ustedes saben, estas cosas ocurren, y ante ellas, uno puede echarle la culpa a la maldita voz de los demonios o cargar como un Sísifo estoico con la responsabilidad de su mala suerte… No sé. Allá cada uno. Por lo pronto, el señor Trapero, major de los Mossos d´Esquadra, ha apostasiado y, a la par, le ha imputado a la voz la culpa de su desgracia. Bueno, quién esté libre de culpa que tire la primera piedra. Comprendámoslo. Somos humanos (es decir, frágiles y contradictorios), tenemos familia y, además, todos somos tentados por nuestras propias voces. "La culpa fue del cha-cha-chá" -dicen que, en tono conciliador, ha declarado el major Trapero.

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