Fiesta Nacional

La celebración de la Fiesta Nacional está marcada este 12 de octubre por el intenso debate político en torno a la investidura de Pedro Sánchez y por el precio que han puesto los separatistas catalanes para dar luz verde a que el presidente del Gobierno siga por un mandato más en el Palacio de la Moncloa. Es inevitable. El sentido profundo de la celebración es la conmemoración del esfuerzo de convivencia que permitió construir la democracia en torno a la Constitución de 1978 y dejar atrás un periodo de dictadura y oscurantismo. El 12 de octubre es una fecha propicia para mirar atrás y sentir el orgullo de haber construido un país moderno, plenamente integrado entre las democracias más asentadas de Europa y con un mayor legado histórico. Desde esta perspectiva es pertinente hacer una reflexión sobre el bloqueo institucional en el que se debate desde hace ya mucho tiempo la política española por la imposibilidad de llegar a grandes acuerdos entre PP y PSOE que alejen los fantasmas del frentismo y del extremismo. La situación actual constituye un dramático ejemplo de hasta dónde se ha llegado: la conformación de un Gobierno va a llevar aparejado el pago de un alto precio a una minoría independentista radical que hace sólo seis años puso en grave riesgo la cohesión nacional. Lo grave es que esta es la única salida posible porque cualquier acercamiento entre los dos partidos mayoritarios que salvara una coyuntura especialmente complicada está descartado. Sería absurdo cuestionar la legitimidad del Gobierno que salga de la investidura de Sánchez y los respaldos parlamentarios en los que se apoye. No se trata de eso, pero sí de preguntarse si eso es lo que le conviene al país y a la estabilidad de su democracia. El 12 de octubre, por las connotaciones de todo tipo que tiene la fecha, es una buena ocasión para que los responsables de que las cosas hayan llegado a este punto se hagan algunas preguntas.