EDITORIAL
Presupuestos y estabilidad
Málaga renunció ayer a ser una de las sedes del Mundial de fútbol en 2030 que se celebrará en España, Portugal y Marruecos. La decisión ni siquiera causó sorpresa. El Ayuntamiento ha ido preparando el terreno durante los últimos días y organizó como coartada una reunión ayer con algunos representantes de los socios del Málaga C.F. Necesitaba defender de cara a la opinión pública que la retirada se debía a la necesidad de proteger la viabilidad económica del equipo y a sus abonados. La mitad no podrían acceder durante dos temporadas al estadio de atletismo, el campo de juego mientras se desarrollaran las obras de la Rosaleda, porque, por problemas de movilidad, su aforo no podría superar los 12.500 asientos. La decisión daña gravemente la imagen de Málaga, deja tocada seriamente la gestión del alcalde de la capital, pero también la de sus corresponsables en esta fracasada aventura: Junta y Diputación. ¿Era prioritario que las tres administraciones públicas invirtieran más de 271 millones para que Málaga albergase un Mundial? ¿Desconocían que el Málaga CF ya disponía de más de 20.000 socios en 2023 cuando se anunció la candidatura? ¿Nadie conoce los problemas de movilidad en el Martín Carpena cada vez que se celebra un acontecimiento importante? ¿Y su rotonda? ¿Por qué las tres administraciones han tardado 28 meses en acordar un convenio para financiar las obras? La lista de preguntas sin respuestas resulta interminable. En este gravísimo episodio no existen excusas externas para trasladar las culpas. El argumentario del regidor –el único que dio la cara ante los medios– para justificar este fracaso Mundial transmutó en humorada: que Málaga ya tiene suficiente proyección y no necesita un Mundial, que se trataba de hacerle un favor a España. Que la orografía impide levantar un estadio alternativo a La Rosaleda. El fútbol le ha arrancado su credibilidad.
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