Tribuna

Esteban fernández-Hinojosa

Médico

Cara a cara

Los seres humanos estamos diseñados biológicamente por y para las relaciones con los demás y, especialmente, por y para el trato cercano

Cara a cara Cara a cara

Cara a cara / rosell

Cada verano se ven los restaurantes y terrazas de los paseos marítimos del sur rebosar de personas sentadas a las mesas y enfrascadas en sus conversaciones. En las ávidas narraciones de esos momentos cumbres del estío, casi un ritual social en el tiempo de la calor, las conciencias más cansinas encuentran a menudo su gratificación. Las cosas que se dicen y se hacen cuando se comparte mesa activan el sistema de endorfinas, un mecanismo neurológico que, controlando el dolor, induce agradables sensaciones con las buenas compañías, sus palmadas, abrazos o caricias… Y ahora dicen en la Universidad de Oxford que el hábito de comer sólo se asocia fuertemente a la infelicidad y al deterioro del estado mental. Han descubierto literalmente el Mediterráneo al comprobar que cuando se comparte mesa con los demás hay más probabilidades de sentirse bien y de poseer redes de apoyo social y emocional. Y uno, tan del sur, se pregunta patidifuso por la ciencia que no atesorarían nuestras familias y vecinos de la infancia... Entre los más destacados factores predictivos de trastornos psicosomáticos -se ha señalado en esta Tribuna- se encuentra la soledad. La probabilidad de sufrir, a largo plazo, problemas coronarios u oncológicos aumenta en personas solitarias y aisladas; sentirse solo es un factor de riesgo casi tan pernicioso como fumar. Se ha visto también que los mejores predictores de supervivencia durante el año después de sufrir un infarto de miocardio son el abandono del tabaco y la cantidad y calidad de amigos que se tiene. Comer o beber en exceso puede tener consecuencias deletéreas, pero resultan modestas si se comparan con las derivadas de fumar o de estar solo. Así que el contacto social, además de esencial, resulta literalmente una cuestión de vida o muerte.

Los seres humanos estamos diseñados biológicamente por y para las relaciones con los demás y, especialmente, por y para el trato cercano. La tendencia actual que reemplaza el contacto personal con amigos y familiares por los mensajes que facilita la tecnología digital comienza a vincularse al riesgo de depresión. Quienes tienen encuentros sociales frecuentes presentan menos tendencia a ese tormento. Es indiscutible que somos animales sociales, quizá la especie más sociable. De hecho, la locución latina para "estar vivo" era inter hominem ese, exactamente, estar entre los hombres. Todos nos sentimos más vivos cuando estamos rodeados de nuestros semejantes. Cuerpos y cerebros, como nodos conectados a una red, se regulan a través de las interacciones sociales desde el nacimiento. Y mientras que en los amigos encontramos misteriosas novedades, hallazgos y aventuras, la familia ofrece, sobre todo, protección emocional. El cuidado en el ser humano es una conducta de adaptación trascendental. Cuando una madre sonríe a su bebé y establece contacto visual, este lo refleja devolviendo la sonrisa. Por otro lado, hay factores que pueden lastrar los encuentros y comprometer el sentimiento de bienestar. El desempleo y la falta de vivienda suelen apartar de la corriente de relaciones humanas y llevar al aislamiento y la ansiedad. Dan testimonio los refugiados: la fuente de dolor que los embarga no radica tanto en los traumas y torturas de la huida, como en la ruptura con la familia y en el exilio de la comunidad de origen. Quizá el infierno consista en apartarse de la corriente de la vida, en aferrarse a uno mismo, al pasado o a la inercia de lo seguro; "diablo" en su origen griego, dia ballein, significaba separar, desunir.

Sentir la cercanía influye también en la propia corporalidad. Ciertas formas de relacionarse, como acudir a una celebración, disparan el sistema nervioso simpático, mientras que otras, como una conversación tranquila o una sutil carantoña, lo hacen sobre el parasimpático o sistema de reposo. En realidad, nuestra fisiología se modifica con la interacción cara a cara. Cuando se alimentan relaciones compasivas o se ignora que "la peor soledad -lo escribió F. Bacon- es carecer de amistades auténticas" se arrastrarán estados de baja energía. Del auge de las redes sociales emerge ahora una forma de comunidad plástica en la que muchos, como actores, juegan a representar versiones inventadas de sí mismos. Pero las relaciones auténticas se arman con lo mejor y lo peor que percibimos unos de otros, con quienes nos conocen íntimamente, con presencias reales, comiendo, discutiendo o trabajando juntos. Así que si pasar tiempo en compañía es alimento social, trataré por mi parte de cambiar mensajes en guasap y en redes sociales por más visitas a los amigos (ya se verá quién paga la caña y los boquerones), no sea que con el tiempo lamente no reparar en las cosas que advertía el Griego: "Sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera el resto de los bienes".

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