Carta a Ramón Tamames
Tu pedagogía de la convivencia y la conciliación era demasiado para los instalados en el solipsismo autista de la complacencia, el griterío y la osadía de la ignorancia
QUERIDO maestro y amigo:
Ante todo muchas gracias. Te prestaste a censurar haciendo de portavoz de una sociedad algo más que desencantada con los políticos actuales y te sometieron a una moción de tortura verborreica, concebida para disimular carencias insalvables y ahuyentar la atención de los ciudadanos. Intentaste convencer de que es posible otro modo de parlamentar, y recibiste la negativa más evidente para impedir cualquier atisbo de verdadero debate. En el fondo lo más lamentable ha sido la constatación, una vez más, de la incapacidad para practicarlo.
A pesar de todo sigo creyendo en la importancia de que se oyera tu voz tranquila, independiente, ajena a partidismo alguno, al margen de estar o no de acuerdo con ella. Sin embargo, la reflexión que planteaste sobre horizontes más lejanos era ignorada allí dentro y tergiversada fuera por voceros a sueldo.
Dicen que la moción era inútil, que no ha servido para nada. Pero el desmesurado despliegue utilizado para descalificarte y descalificarla con la colaboración de muchos conspicuos representantes de la prensa -antes, durante y después de su desarrollo, a veces rayando el insulto- es la prueba de todo lo contrario. No querían que se oyera la palabra serena de alguien que expresó lo que pensamos muchos millones de españoles. Es una pérdida de tiempo, afirmaban. ¡Qué sarcasmo!
Cualquier atisbo de parlamentarismo auténtico resultaba incómodo. Tu pedagogía de la convivencia y la conciliación era demasiado para los instalados en el solipsismo autista de la complacencia, el griterío y la osadía de la ignorancia. Tampoco interesaba contrastar las formas de la vieja política con los nuevos adanes que confunden progresismo y modernidad con mala educación. Las comparaciones siempre son odiosas, -se dice- sobre todo para quienes se dan cuenta de que el rey está desnudo.
El permanente tacticismo partidista pendiente de unas encuestas inmediatas para intuir si se han ganado o perdido un puñado de votos ante las próximas elecciones, es la única política que saben hacer. Carecen de altura de miras que ofrecer a la sociedad porque no saben ver más allá de sus propios intereses personales; ni querían que la ciudadanía lo comprobara al contemplar el desarrollo de la censura en las pantallas.
También ha servido para deplorar, si alguno no lo tenía claro, la continuidad del inmisericorde asesinato por etapas de Montesquieu. El Legislativo ha dejado de existir convertido en mero apéndice del Ejecutivo. El Poder Judicial resiste a duras penas el asedio al que éste lo somete. Y el Cuarto Poder –la prensa- está en coma a causa de las pérdidas de credibilidad y del monopolio de la información, la crisis financiera del sector y la digitalización informativa.
La tristeza que destilaba tu mirada, evocando sin duda lejanas sesiones parlamentarias llenas de esperanza, era la confirmación de la gangrena política española que pone en riesgo al propio estado. Señalaste claramente su origen en la ley electoral y el permanente chantaje de los separatistas; pero también habrá que arbitrar fórmulas para que los parlamentarios sean libres del servilismo a sus jefes políticos y no se vean en la tesitura de traicionar sus conciencias. Se me antoja que este problema es todavía más grave que el anterior, porque pocos de los que ocupan los escaños están por servir, y sí mucho por aborregarse. La amenaza del paro planea siempre sobre las cabezas de quienes tienen un negro futuro personal fuera de las prietas filas del encuadramiento en su partido.
Entretanto, en la tribuna de invitados, a Carmen, tu mujer, le llamaron la atención por descalzar sus doloridos pies donde no se la veía y a nadie molestaba, cuando la falta de decoro de quienes ocupan los escaños y nos representan a todos los españoles salta a la vista constantemente. Alegórica anécdota del abismo actual entre la ciudadanía y la política.
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