Antonio Rivero Taravillo

Cataluña platónica y dantesca

La tribuna

¿Quiere un Hospitalet integrado en la República Catalana o que por el contrario siga perteneciendo a España Votemos, pues de eso se trata. El resultado sería una Cataluña como un colador

Cataluña platónica y dantesca
Cataluña platónica y dantesca

18 de octubre 2023 - 00:00

Todo es y no es al mismo tiempo. Esta frase casi de Lao Tsé es aplicable a la actual coyuntura política. Cataluña va ser fiel a su pasado, es decir, no va a ser independiente. ¿Qué mejor muestra de tradición? Porque Cataluña no ha sido independiente en toda su historia (otra cosa es la Corona de Aragón, unida a Castilla hace seis siglos). Tampoco lo será como querrían los separatistas: para empezar, eso de los Países Catalanes no lo va a permitir nunca en su territorio Francia; para continuar, es de una ingenuidad o de una desfachatez tremendas creer que la Cataluña actual que comprende las provincias de Barcelona, Gerona, Lérida y Tarragona vaya a permanecer unida tras una supuesta independencia.

Entre las muchas inconsistencias e interesadas lecturas de los acontecimientos, los independentistas vienen a decir que el Estado español es un invento, una realidad postiza que puede seccionarse según el devenir, pero que, por el contrario, Cataluña es una unidad eterna, indivisible. La lectura aristotélica que aplican a España no la quieren para Cataluña, que ven con ojos platónicos (y no platónicos porque no vayan a consumar su “amor” y se queden en contemplación; platónicos, porque creen que Cataluña es una idea perfecta, inalterable y, por consiguiente, indivisible). Es decir, España se puede desmembrar; Cataluña, no.

Pero eso es una falacia a la que solo se puede asentir desde la falta de perspectiva a la que condena la caverna platónica. Si de autodeterminación y derecho a decidir se trata, ¿qué impide que las provincias no conformes se desunzan del carro de una hipotética Cataluña independiente? ¿Con qué derecho le van a decir a municipios cuyos vecinos se sienten más españoles que catalanes que no, que ellos no tienen derecho a decidir, porque la unidad de decisión es la sacrosanta, única y platónica Cataluña?

Consecuencia inmediata de que un referéndum de independencia diera esta a Cataluña (hablamos de futuribles chuscos, pero que sirven para exponer la inanidad de argumentos sectarios), sería que se convocaran consultas similares por doquier. ¿Quiere usted un Hospitalet integrado en la República Catalana o que por el contrario siga perteneciendo a España? Votemos, pues de eso se trata. El resultado sería una Cataluña como un colador, como un queso Gruyere, un damero en el que la mitad de las casillas serían como el condado de Treviño: Burgos en Álava. Porque convendremos que pedir mi autodeterminación pero negársela a los demás es algo feo ¿no?

En Irlanda, cuando la isla alcanzó la independencia hace cien años, seis condados del norte con mayores vinculaciones británicas permanecieron en el Reino Unido. En la antigua Yugoslavia y en las ex repúblicas soviéticas, también ha habido estas bombas de fragmentación que han dividido comunidades en un proceso que suele acabar mal. Por la misma regla de tres, aquí no solo no triunfaría el pancatalanismo, sino que este habría hecho un pan con una tortas, pues habría propiciado la división de lo que hoy está unido en la Generalidad de Cataluña.

Iríamos, de aplicar hasta sus últimas consecuencias el derecho a decidir, a una constelación de ciudades-estado. En pleno siglo XXI no iríamos al XIX del nacionalismo, sino a la Edad Media. Por ejemplo, a la época de Dante Alighieri.

Dante se tuvo que exiliar de su ciudad, pero nada que ver con Puigdemont, a quien sin duda habría reservado un sitio en los círculos del infierno, pues su lugar es el de los estafadores y malversadores. Cuando se habla de amnistía hay muchos matices posibles: quizá se pudiera perdonar a un cabecilla que puso una urna de pega, a la cabezota que obstaculizó a las fuerzas del orden, al descabezado al que le han lavado el cerebro desde niño. No tiene perdón alguno, en cambio, quien deliberadamente quiso engañar como el molt honorable de los trileros.

Hay que recordar que lo más grave de hace seis años no fue que declarara la independencia. Podía decir misa, y al final un mosso d’esquadra puso las cosas en su sitio con ese seny tan catalán, proferido ante un revoltoso: “La República no existe, idiota”. Lo escandaloso fue que hiciera la declaración de independencia (enseguida puesta en suspenso por él mismo, que ni para mantenerla tuvo valor) a partir de los resultados de un referéndum falso en el que la votación de los contrarios fue exigua, como sabía que sucedería, precisamente porque no quisieron participar en la farsa. Extraer de una participación absolutamente sesgada esa consecuencia es lo imperdonable.

stats