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Las instituciones económicas internacionales preveían para este año la continuidad de la recuperación económica tras la fuerte recesión de 2020, pero pronto se vio ensombrecida, primero por las crecientes tensiones inflacionistas, después por la variante ómicron y, finalmente, por la invasión rusa de Ucrania. Estos variados impactos han obligado al Fondo Monetario Internacional a reducir la previsión inicial de un crecimiento del PIB mundial del 4,9% al 4,4% en enero, y al 3,6% en abril. Rebajas semejantes han estimado la OCDE, el Banco Central Europeo y los gobiernos nacionales, aunque todos contemplan un balance positivo para 2022 y no inferior al 3%. Sin embargo, casi a diario aparecen noticias e indicadores económicos que inducen a un mayor pesimismo. Veamos los más significativos por grandes áreas económicas.
La economía de EEUU está sobrecalentada, con las tasas de inflación más elevadas de los últimos 40 años y un nivel de pleno empleo récord (1,9 puestos de trabajo disponibles por cada persona desempleada), lo que está elevando los salarios y retroalimentando la inflación. A ello contribuye una elevada capacidad de compra, debida al pleno empleo mencionado y a la demanda embalsada durante la pandemia, mientras que la oferta es insuficiente en algunas actividades por las restricciones en materias primas, componentes o mano de obra. En consecuencia, la Reserva Federal (Fed) ha iniciado la subida de tipos de interés que ya ha provocado la contracción de actividades más dependientes de los mercados financieros, como la inmobiliaria. ¿Podrá la Fed controlar la inflación con tipos de interés inferiores al 3% para no provocar una recesión profunda? La experiencia reciente avala la efectividad de sus intervenciones, pero domeñar una inflación que ha rozado el 10% exige tiempo, provocará un aumento del paro y probables tensiones políticas. Por todo ello, las previsiones a corto plazo no son optimistas, y ya en el primer trimestre el PIB se redujo un 0,4%.
La guerra de Ucrania ha golpeado la economía europea de forma particularmente intensa, tanto por la cercanía como por las restricciones a los suministros de Rusia de gas y petróleo, y otras materias primas también de Ucrania. El aumento de los precios de los combustibles se ha trasladado a los alimentos y a múltiples componentes de la cesta de la compra, elevando la inflación subyacente y los salarios. El Banco Central Europeo ha aprobado esta semana finalizar las inyecciones de liquidez y subir gradualmente los tipos de interés desde principios de julio. Este trimestre puede terminar con un crecimiento negativo, y podría prolongarse al tercer trimestre, pero el alto nivel de empleo y el ahorro embalsado pueden estimular el gasto vacacional, como se prevé para la temporada turística en España.
La estricta política Covid cero de China está teniendo implicaciones económicas con reducciones severas de la producción industrial, las ventas minoristas, automóviles o construcción de viviendas, lo que hace presagiar una contracción del PIB en el segundo trimestre. A estos problemas a corto plazo se suman los efectos del cambio de orientación hacia una política económica más intervencionista que lidera Xi Jinping, y que está desincentivando la actividad de las empresas privadas de los sectores más dinámicos, lo cual ha provocado una fuerte caída de la bolsa y la salida de más de 150.000 millones de dólares de inversión extranjera en el primer trimestre.
La acumulación de problemas en las principales áreas económicas del mundo, la posibilidad de que se agrave la guerra de Ucrania, que la Fed o el BCE se vean obligados a intensificar el aumento de los tipos de interés, y que China entre en recesión no son descartables. Además, estos riesgos se retroalimentan, por lo que muchos analistas apuntan a una recesión global probable a finales de año, y algunos incluso a una estanflación, un escenario para el que la política económica no tiene fáciles remedios.
A pesar de ello, las previsiones oficiales para el conjunto del año siguen siendo positivas (la OCDE presentó esta semana su previsión del 3%), y en el lado optimista de la balanza algunos indicadores informan que los precios de algunos productos y servicios están tocando techo en (semiconductores, fertilizantes, contenedores), que es razonable pensar que los precios de la energía se reducirán el próximo año, y que el ahorro embalsado en la pandemia (equivalente al 8% del PIB de los países de la OCDE) puede seguir sosteniendo un nivel de demanda positivo, aunque también estimulando la inflación. Por tanto, la inflación se convierte en la variable clave del devenir económico. El objetivo de los bancos centrales es conseguir un descenso continuado de la inflación sin que se precipite la caída de la demanda, pero difícilmente lo conseguirán sin la colaboración de los agentes económicos atemperando salarios, beneficios y precios.
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