Tribuna

José Sánchez Herrera

Canónigo de la Catedral

El hoy de Dios

El inocente crucificado no consigue la unanimidad. Algo habrá hecho. ¿Quién la mandó a meterse en esos charcos? El Cautivo en su procesión del Lunes Santo de Málaga 2023 Reina blanca de una tarde victoriosa

El Cristo de la Agonía, este Martes Santo.

El Cristo de la Agonía, este Martes Santo. / Javier Albiñana

HOY contemplamos la escena “como si presente me hallare”: Jesús, inocente, crucificado junto a dos bandidos. Uno le increpa y resume en su insulto lo más popular de la tradición judía, como también lo recogían los que a lo largo del día se acercaban a los pies de la cruz para ver y participar en el espectáculo. Si fuera de verdad justo y bueno, Dios lo habría salvado o lo salvaría aunque fuera en el tiempo de descuento. Era lo que gran parte del pueblo pensaba y creía. Era una doctrina muy extendida que Dios siempre salva al justo y al bueno. Será en Macabeos o en el libro de Job, donde aparece otra manera de entender el actuar de Dios ante el sufrimiento del inocente. ¡Qué difícil es mantener la fe ante el sufrimiento, particularmente ante el sufrimiento de los débiles, de los pequeños, de los inocentes!

Un malagueño, gran escritor, que se declaraba agnóstico, se refirió más de una vez a este tema y, en una de sus columnas, afirmaba: “Si Dios permite el sufrimiento de los inocentes, Dios no tiene perdón de Dios”. Qué difícil integrar que el que ha hecho el Cielo y la Tierra no pueda acabar con el sufrimiento, tampoco con el sufrimiento del más inocente de los inocentes, su propio Hijo. ¡Qué misterio el del sufrimiento! ¡Cuántos se alejan de Dios por el dolor del mundo y cuántos también se acercan a él en la noche oscura y fría del sufrimiento!

El inocente crucificado no consigue la unanimidad. Algo habrá hecho. ¿Quién la mandó a meterse en esos charcos? Sólo unos pocos vislumbran el amor que se entrega en el crucificado. Frente al ladrón que despotrica y se queja, aparece la figura del ladrón que reconoce la bondad y la inocencia del crucificado: Calla, que lo nuestro es merecido, pero este hombre es verdaderamente inocente. Es el fruto de una trama, de una conspiración, de una flagrante corrupción. Y dirigiéndose a Jesús le ruega: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Recíbeme cuando llegue junto a ti”. Jesús acoge la súplica del ladrón arrepentido. No importa cuál es su historia, no importan sus muchas fechorías, las ha cargado como las de toda la humanidad sobre sus hombros y las ha clavado en la cruz. “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. El hoy de Dios, ese hoy que ha acompañado la vida de Jesús y su predicación salvadora, se realiza también el Viernes Santo. “Hoy se han cumplido las Escrituras que acabáis de oír, hoy ha llegado la salvación a esta casa...”, siempre para Dios es hoy.

También nosotros, Señor, hemos dudado en el dolor de tu salvación, de tu fuerza curativa y sanadora. También nosotros, Señor, nos hemos dejado contagiar de eficacia y poderes mundanos. También nosotros hemos dudado de la misericordia y la compasión del Padre Dios. También nosotros hemos gritado: ¿dónde está Dios? ante tanto dolor y ante tanta injusticia.

Cuesta reconocerte, cercano, solidario, crucificado en el dolor omnipresente del mundo, en el grito silencioso de los descartados, de los olvidados, de los que no cuentan, de los pequeños, de los ancianos, de los inocentes. Cuesta reconocerte clavado en la cruz, hecho pecado el que no había cometido jamás pecado por nuestra salvación. Cuesta reconocerte como salvador a aquel que con grito y plegaria se dirigió al que podía salvarlo de la muerte y fue oído por su actitud reverente y, sufriendo, aprendió a obedecer.

Señor Jesús, amor crucificado, compasión entregada, misericordia entrañable, ayúdanos a descubrir tu inocencia y tu amor que hace nuevas todas las cosas. Ayúdanos a que, como el buen ladrón, descubramos en la cruz donde estás clavado para nuestra salvación que no hay redención posible sin amor hecho cruz. Señor Jesús, queremos pedirte hoy que nos recibas en tu Reino de vida, de paz y de amor. El mundo y nosotros necesitamos escuchar de tus labios: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

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