Tribuna

Francisco Núñez Roldán

Escritor

'Saudade' de Portugal

Portugal, derrumbado el imperio, se mantiene lamiéndose las heridas sin desbaratarse, sin convertirse en el desbarajuste de ratas en que se ha convertido España

'Saudade' de Portugal 'Saudade' de Portugal

'Saudade' de Portugal / rosell

N O podía ser de otro sitio. Y sin embargo tiene complicada traducción. No es anhelo, porque no es deseo perentorio. Tampoco es nostalgia, porque saudade puede ser de algo que aún no se posee o que solo se intuye. Es la añoranza de algo no necesariamente conocido, y siempre de una manera sosegada. El caso es que en estos días gallegos junto al Miño, baratos, discretos, como debe ser toda felicidad que se precie, he tomado el tren y bajado en poco más de una hora a Barcelos. De entrada, el impensado regalo proustiano de mi infancia ferroviaria recuperada. Lento, para apreciar bien el paisaje, con el tantán-tantán de los boguies, y sus retrasos incluidos en el precio del billete… ¡Qué lujo! Maizales, viñas, casas de granito y cal, espurreadas en un habitat compacto y vivible. Un país que hubiera sido más cortito si el sabio pero torpe Alfonso X no les regala el Algarve, que era de Castilla. Un país bien construido, sólido en sus edificios. Habitantes serios, a veces demasiado. Sobre todo con nosotros. Con los ingleses se pasan de obsequiosos. Ya el gran historiador Oliveira Martins, sobre la Guerra de la Independencia se lamentaba de que "éramos a bestia de carga, a mula dos ingleses". Inglaterra, desde 1373 teórica aliada pero en realidad gran matrona y dogal del país vecino. Todavía pagando el impuesto revolucionario por la ayuda del largo arco inglés en Aljubarrota. Con los británicos tiene Portugal su particular síndrome de Estocolmo. Perdió, o quizá no, la independencia con Felipe II, que tenía todo el derecho al trono, cual consiguió gracias a la impagable labor del gran lusohispano que fue don Cristóbal de Moura. Góngora le dedicó un soneto. Se conocieron. ¡Quién hubiera podido oír sus charlas! Más tarde, respecto a nosotros, " De España, ni bon vento ni bon casamento" Comprensible, quizá. Pero ¿fue en realidad así? La unión de las dos coronas, anhelada por mutuos reyes renacentistas, llegó con Felipe, y con absoluto respeto a las instituciones de cada lado. Mas con ello la unión de dos desmesurados imperios. No busquen más. Era demasiado para británicos y galos, que no dejaron de conspirar antes, en medio y después de la unificación para malquistar tan opulento matrimonio geográfico. ¡Ah, el tentador Imperio colonial! Y llegó el fin del poder hispano desde el avispero de Flandes, y Portugal se resintió de levas de sus hombres para una guerra ajena y absurda, y la garduña inglesa y el gallito francés no perdieron tiempo en soliviantar lo que la incompetencia nuestra había provocado. Y así, de espaladas, "de costas", que dicen ellos, casi hasta ahora. Miro el sosegado Miño entre verdores, y cuesta creer que sea la frontera más antigua del mundo. Ocho siglos y pico. Ninguna otra en Europa tan vieja. Ni mucho menos. Y del resto del mundo no digamos. Pero luego se va Duero abajo desde España, y ese río, que ignora la historia de los humanos, sigue dando un vino exquisito llámese Ribera del Duero o Douro, por más que hacia Oporto se haga más dulce. Pero ojo, prueben el que llaman Extra Dry White, "branco muito seco". Asombroso.

Pero no hablemos de vinos. O sí, ¿por qué no hablar de un producto tan viejo como la civilización europea y que ha unido a los pueblos y a las gentes mucho más de lo que sus abstemios detractores predican? Los españoles que van a Portugal suelen saber que los vinos portugueses son excelentes, y que la gastronomía puede ser magnífica, sobre todo en carnes y pescados hechos a la brasa, al carvao, que llaman ellos.

Y todo, de arriba abajo, con un mismo espíritu, con una unidad no sólo geográfica sino social que se llama Portugal. Del Guadiana al Miño un mismo idioma con comprensibles acentos diferentes, con léxico local distinto, lo normal. Pero un país comprimido, consciente de sí, a lo cual, hemos contribuido queriendo o sin querer nosotros. Y la unión que no pudo ser. La vieja Hispania visigoda se desbarató con la invasión sarracena. Luego salió otra cosa. Y Portugal se creó como una respuesta más, se extendió en un comprensible norte a sur contra el moro, y aunque al fin resultase en realidad una barrera occidental contra Castilla, contra España fomentada sobre todo por los ingleses, está ahí como país ejemplar en cuanto a su unidad, a su quizá exagerado orgullo, que a veces roza lo anecdótico. Allí "muitas coisas son as mellores do mundo…". Pero nos da ejemplo de lugar hermanado dentro de sí, con una misión que tuvo, como tuvimos nosotros. Luego, una vez derrumbado el imperio colonial, se mantiene lamiéndose las heridas de su vieja gloria sin desbaratarse, sin convertirse en el desbarajuste de ratas en que se ha convertido España, cuyas regiones se afanaban por sentirse parte de ella, beneficiarias de ella cuando fue próspera y fructífera.

Qué ejemplo Portugal, ya sin imperio pero compacto, unido, consciente de su sitio en el mundo, pequeño país pero digno sobremanera. Qué saudade de Portugal…

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