Tribuna

jULIO MARTÍNEZ

Editor

Sociedades interpuestas

Pretenden convertirnos en empresarios de nosotros mismos atados a los datos, con cientos de seguidores y ningún amigo

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Sociedades interpuestas / rosell

Francis Fukuyama (El final de la historia) publicó un segundo libro sobre la confianza que no gozó, desde luego, del predicamento de su gran éxito. Una de las hipótesis que se barajan en el ensayo es la de que la confianza se genera y crece con más fuerza en aquellas sociedades que cuentan con grupos de cohesión entre el sujeto, la familia y el Estado. Sociedades interpuestas e intermedias con las que los países tienen mayores posibilidades de afrontar los retos y crisis a las que deben enfrentarse.

Alexis de Tocqueville (La democracia en América) fijó su atención muchos años antes en este fenómeno que se repetía en la joven nación; una presencia constante y generosa de estas agrupaciones interpuestas como presencia ligada seguramente a las especiales circunstancias del nacimiento y desarrollo americano, tantas veces relatado.

Nuestras carencias al respecto son enormes, como resulta de dominio público, y van mucho más allá del mismo déficit en países de nuestro entorno, Italia o Francia, por ejemplo. La falta de capacidad asociativa en el caso español, en mi opinión, hunde sus raíces en el Siglo de Oro, en la picaresca y en el individualismo como defensa ante la Inquisición y la sospecha. La delación como forma de subsistencia y escapatoria imposibilitó, de todo punto, la necesaria predisposición a trabajar juntos en la búsqueda de objetivos vitales y comunes al género humano. A decir verdad, todo el discurso nos resulta ajeno.

Los peligros a los que nos enfrentamos hoy (profundo malestar del planeta, futuro de nuestra sanidad pública, crueldades, marginaciones, aislamientos en medio de una borrachera de información y contactos mediáticos...) requieren de la existencia de un tejido social fuerte y sano, asentado sobre estas realidades comunitarias de las que somos deficitarios. Para curar enfermos los médicos necesitan recursos familiares y vecinales de apoyo, los abuelos siguen siendo los verdaderos apoyos de las familias nucleares con ambos miembros trabajando, y los bancos saben que buena parte de su tradicional dedicación a la financiación ha pasado a recursos humanos de cercanía. "La ciudad de los cuidados" ha dejado de ser una entelequia de laboratorio y se mueve ya en los márgenes de los asuntos de atención y decisión política.

Para entrar en la formación de un tejido social que nos permita afrontar los grandes retos hace falta un gran entusiasmo y una ausencia de deslealtad que pueda dinamitar el proceso. La deslealtad supone la negación absoluta de la confianza, de la misma forma que la mentira significa la negación absoluta del razonamiento.

Encendida la mecha del entusiasmo aparece la disponibilidad, la amabilidad, alegría, el reconocimiento del otro. Lanzada la carga de profundidad que siempre supone la deslealtad, da comienzo, tras un latigazo de incredulidad y dolor, una labor de demolición difícil de parar por sus efectos corrosivos. La deslealtad, a estas edades, puede acabar con uno, puede dejarte sin el coraje necesario para seguir siendo forofo de tu equipo.

A todo este tinglado de errores y mentiras, que arrastramos desde El Lazarillo de Tormes, viene a sumarse ahora la pasión enfermiza por el "yo" y la soledad profunda en la que nos han metido las redes sociales y el capitalismo de la vigilancia. Pretenden convertirnos en empresarios de nosotros mismos atados a los datos, con cientos de seguidores y ningún amigo. Hay tantas posibilidades de acción que "no me da la vida" en expresión popular que ha hecho fortuna. Básicamente la existencia está para contemplarla, no para violentarla con horarios imposibles.

Hay que volver a los valores sencillos que se guarecen en las sociedades intermedias. Cofradías, clubes deportivos, asociaciones vecinales, algunos grupos de amigos son garbanzos de referencia desde donde mirar para intentar construir un tejido social que nos falta. "Un hombre solo, una mujer, así tomados de uno en uno...". Ya saben lo que dijo el poeta.

Hay vida después de la política; gente cabal que brinda su capacidad y disponibilidad para tejer territorios de encuentro. Todos ellos poseedores de un factor humano que queda depositado aquí y allí como si de un don se tratase. Quizás sean los llamados a comenzar a pensar seriamente la ciudad de los cuidados. Las sociedades interpuestas entre la familia y el Estado.

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