Tribuna

Salvador Moreno Peralta

Arquitecto

Turismo de 15 minutos

¿Podría ser capaz el turismo de desvelarnos la fascinación por lo que antes era un barrio y ahora los nuevos brujos de la tribu urbanística llaman "ciudad de 15 minutos"? Creemos que no

Turismo de 15 minutos Turismo de 15 minutos

Turismo de 15 minutos / rOSELL

Durante mucho tiempo se ha insistido en el error de creer que el éxito de un destino turístico estaba en la "autenticidad" del producto ofertado. Puede que en tiempos del avispado Thomas Cook el morboso puritanismo nórdico buscara la autenticidad de lo diferente en el exotismo meridional para perderse en él y escapar del enrarecido convencionalismo de sus sociedades. Pero no tardó en descubrirse que una cosa no se contradecía con la otra, y que de la combinación entre la familiaridad de lo habitual y la fascinación por lo diferente saldría la más fabulosa industria de los tiempos modernos, el turismo, de la que ningún lugar del mundo quisiera quedar excluido. El turismo echaba sus redes en el caladero de nuestras insatisfacciones fabricando unas fantasías para nuestra tristes vidas anónimas con la materia prima de lo auténtico, mosto y pulpa que precisaba para su consumo de la fermentación de la impostura.

Al principio la cosa fue de balnearios, playas y sexo. Pero con el trasvase del poder económico de los estados a una constelación planetaria de ciudades, ya sólo tendría importancia lo que se escenificara en lo urbano. Y si las ciudades, desde su origen mesopotámico, no sólo eran instancias activas en la conformación del pensamiento sino también en la activación del comercio, hoy día han acabado por llevar su naturaleza mercantil hasta el paroxismo, compitiendo sin complejos en el mercado global como verdaderas empresas turísticas cuyos productos fueran ellas mismas. Pero como todo el mundo sabe, el éxito de toda comercialización está en la nitidez y claridad del producto ofertado -su branding-, y si la ciudad como marco de organización social es algo complejo, como producto de mercado ha de ser intuitivamente simple. Y nada más simple y comprensible que el factor de singularidad que le proporciona siempre su centro histórico, que constituye la más contundente imagen de marca y su particular "nicho de competitividad", porque trata de algo que se produce allí, y sólo allí. Pero reducida la complejidad de la ciudad a su sola condición de producto, sus centros históricos acaban siendo objeto de las mismas formas de consumo que el producto determina; al final es la mirada turística sobre la ciudad lo que define la naturaleza de ésta, de modo que sus monumentos, su cultura y su patrimonio podrán ser la razón singular de su atractivo, sí, pero con el fin último de activar en cadena todo el racimo de negocios subsidiarios que nutren el mayor sector productivo mundial. Hoy todas las ciudades históricas del planeta están hermanadas por la misma forma en que la consumen los rebaños de turistas que pastorean esas cañadas de trashumancia que alguna vez fueron sus calles y espacios públicos.

Y es esta inquietud por la incomodidad que a los propios turistas produce la aglomeración lo que ha llevado al Ayuntamiento de Málaga a insinuar la posibilidad de que el turismo "se descomprima" del centro histórico hacia esa reserva de vida real que son los barrios periféricos, convirtiendo lo cotidiano en atracción turística. La propuesta es morbosamente seductora como un cuchillo de doble filo. Si a los turistas se les permite adentrarse en los barrios saliendo fuera de su zona de confort, en donde la comercialización de la historia proporciona un código de señales universal y tranquilizador, ¿cómo reaccionarán ante el choque con la ciudad real, imprevisible y descodificada? ¿Es posible que la autenticidad del barrio reeduque la mirada del turista, estimulando su curiosidad en descubrir, no la amañada mezcla de exotismo y cotidianidad, sino lo que de exótico puede tener lo cotidiano? ¿O será esa mirada la que reoriente las conductas vecinales hacia una representación berlanguiana de sus estereotipos? ¿Podría ser capaz el turismo de desvelarnos la fascinación por el semáforo, la pintada bronca, el supermercado, el IES, la guardería, la parroquia, el bloque de ladrillo, el locutorio, la peña, el parque infantil o los jubilados al sol…es decir, todo lo que antes era un barrio y ahora los nuevos brujos de la tribu urbanística llaman "ciudad de 15 minutos"? Creemos que no, y en la ósmosis entre lo real y lo turístico se impondría la corriente del más fuerte, es decir, la segunda, de la que casi todos vivimos. Dejemos, pues, a los vecinos tranquilos en su reserva, porque inflamando sus barrios como un volcán antes de la erupción, tendrían que "descomprimirse" y emigrar hacia el siguiente círculo periférico, no sabemos si como un fleco del Paraíso de Aleixandre o como un escalón del Infierno dantesco.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios