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Cristianismo: un enfoque pragmático
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El poder político siempre ha necesitado de la palabra como instrumento de propaganda. En pleno siglo XX, Goebbels, el orador apocalíptico, como lo apodó Joseph Roth, y el sanguinario Stalin, manipularon y adoctrinaron a las masas de manera programada y sistemática retorciendo las palabras y la verdad. A ese propósito demoníaco respondió Orwell con 1984, que predecía lo que vendría a ocurrir en nuestro tiempo con la imposición de la nuevalengua. La fábula orweliana se prohibió en los paraísos comunistas. Sin embargo, gracias a su genio literario estamos apercibidos. Cualquier sueño totalitario utilizará como arma de sometimiento la lengua y en la hora de internet y las redes sociales también la imagen.
En aquellos años no solo Orwell estaba alarmado. También Victor Klemperer que dedicó toda su sabiduría filológica a redactar, como un testimonio de la barbarie nazi, La Lengua del Tercer Reich. Y antes que ellos ya Roth lo denunció, aunque sin carácter premonitorio, en La filial del infierno en la Tierra. "No se profana la palabra sin profanar el espíritu, la fe, la dignidad, la libertad" escribía Roth, que nos aleccionaba a seguir luchando: "Se impone el deber inexorable de perseverar hasta el último momento, de tomar la palabra en el verdadero sentido de la palabra". Es urgente perseverar. Y lo es porque, aunque los totalitarismos forman parte del oscuro pasado europeo, las dictaduras lingüísticas han sobrevivido a las democracias y viven agazapadas dentro de ellas.
Las imposturas lingüísticas adquieren muchas formas. Neologismos intencionadamente equívocos y eufemismos son las más comunes. Entre estos, vulnerable es, a la par que sostenible, el más utilizado. No hay día que no se escuche en la radio y en la tele o vaya impreso en el BOE. Y tampoco es raro en las homilías de los curas, animados por el papa que también lo incorporó a su vocabulario. La palabra tiene hechizado a todo el mundo, como si saliera de la flauta de Hamelin. Hay que preguntarse cuál es su significado y qué se esconde detrás del éxito de su volcánica resurrección después de dos mil años de existencia.
Vulnerable "se dice de las personas susceptibles de ser heridas, de recibir un daño o perjuicio o de ser afectadas moralmente". Así pues, con independencia de la renta, la posición social y la fortaleza física, todos lo somos aunque lo seamos desigualmente. Todos podemos recibir un daño del tipo que fuere: una simple gripe o una enfermedad incurable, un rechazo sentimental o un maltrato de nuestros semejantes en cualquier edad de la vida; o las consecuencias de una catástrofe natural, un accidente fortuito, una inflación que se lleva nuestros ahorros, una crisis económica que nos arroja al paro, a la pobreza, a la miseria y a la desesperanza; la decisión de un gobierno de aumentar los impuestos de manera desproporcionada a nuestros ingresos. Nacemos inermes, vivimos vulnerables.
En estos días, el uso abusivo del adjetivo traspasa los límites fijados por la RAE. En primer lugar, se trata de esconder la verdad bajo fórmulas retóricas edulcoradas, desdramatizando la fuerza de la realidad: decir de una persona que es pobre es como humillarla. En cambio, llamarla vulnerable es amanerar el concepto y la realidad. Pero el pobre sabe que lo es; no porque le cambien de nombre su situación será mejor. Sin embargo, alguien que no lo es ha determinado desde un despacho del Ministerio de la Abundancia que en adelante no haya pobres, sino vulnerables. Y tampoco habrá ya clase obrera, la redimida por la heroica lucha sindical, sino bajo la forma de 'clase media trabajadora', alevosa y premeditadamente dicha sin conjunción copulativa. El objetivo es uniformarnos socialmente.
Sostiene Z. Bauman que lo que se enfatiza en la vida moderna líquida es el borrar y el reemplazar. Reproducir una ilusión compartida en común -una sociedad en la que ya no se habla de pobres- ayuda a ocultar la dramática verdad de que los hay y de que siempre los habrá como se profetizó en el Evangelio. Construir un programa totalitario diseñado desde las palabras, borrándolas y sustituyéndolas es el secreto más celosamente guardado por quienes se proponen edificar una Oceanía orweliana. Quienes hoy afirman que "la planificación lingüística ha de regular los usos públicos del lenguaje" o que "la lengua es una institución que depende de una autoridad política", están desvelando que después de las palabras vienen los hechos, como la historia reciente de Europa ha demostrado.
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