Da pudor sacudir la memoria personal cuando ya prácticamente todo se ha dicho sobre Roberto Iniesta Ojea, el Robe Iniesta de Extremoduro, fallecido, inesperadamente, a los 63 años (hay algo de ironía sucia, muy del propio Robe, en decir que la muerte es inesperada cuando no hacemos otra cosa que esperarla con más o menos disimulo). Cada cual, en fin, preserva su canción favorita en el recuerdo y la asocia al momento dado. Solo o en compañía. En la habitación o en conciertos tumultuosos. Y según la furia punkarra o la melancolía que nos lleva a acodarnos de cuando fuimos jóvenes o su parecido. Hasta hoy, cuando el tiempo (casi) nos alcanza y a otros, como es el caso, ya los alcanzó.
Entre lo místico y lo porrero, Jesucristo García fue acaso el primer himno oficioso de Extremoduro. A aquel mesías de la heroína le seguiría su reencarnación explícita en la portada del disco Yo, minoría absoluta. En ella aparece Robe Iniesta cual Jesucristo con todos sus avíos: coronado de espinas, con estigmas en las manos y unos calzoncillos a modo de sudario con cartuchera y dos pistolas. Curiosamente, muestra la raja sangrante de la lanza en el costado izquierdo, no en el derecho. Hay más ternura y fragilidad que irreverencia en el posado de este Ecce Homo de Plasencia.
Jesucristo y Robe se parecen en que ambos proclamaron la religión del amor. Uno desde la parábola del Reino nuevo y el otro desde casi todas y cada una de sus canciones (se ha dicho de Robe Iniesta que fue un poeta por libre del amor abrupto). Si uno tuviera que elegir entre los temas clásicos se decantaría por La vereda de la puerta de atrás (“Y dejar de lado la vereda/ de la puerta de atrás/ por donde te vi marchar/ como una regadera que la hierba / hace que vuelva a brotar, / y ahora es todo campo ya”.) Y si no pues elegiría Sucede o Si te vas o, ya en solitario y más reciente, El poder del arte con su larga minutada (9,09 minutos). Quizá So payaso, de tan escuchada, pueda provocar cierto desencuentro si uno se pone algo sibarita y tontón.
El Robe Iniesta de Extremoduro fue, por igual, el Robe de Extremdaydura. Era aquella canción poética, etnogamberra y malhablada que dio más impulso a la región de los atrasos que todos los años juntos en los que gobernó Juan Carlos Rodríguez Ibarra (el por entonces llamado Bellotari, el lehendakari en versión propia). Con esta canción, casi rock folclórico, hay como un antes y un después en la historia de esta región asociada a la última de la cola para casi todo. Quizá fuera verdad lo que se dice en Extremaydura. Esto es, que Dios hizo el mundo en siete días, pero Extremadura la hizo al octavo, y que como ese día el Hacedor no había jiñado, pues fue a cagar en Cáceres y Badajoz. El resto de la historia vendría después: tierra de conquistadores, de bellotas radiactivas, de buitres negros de Monfragüe, de zumos de bellota, de marranos y de mujeres de la tierra (“Extremaydura, tus mujeres nos la ponen”).
Más allá del legado musical y de la siembra de generaciones que deja Robe Iniesta (lean mejor las tropecientas crónicas y obituarios ya escritos), uno cree que su gran aportación (primero con Extremoduro y luego como bardo placentino y ya soleras), fue situar esta región, con su Cáceres y su Badajoz, en el subconsciente colectivo. Lo logró a través del ya célebre rock transgresivo, poético, guitarrero, melódico y rasposo, reivindicando, sin pretenderlo, el orgullo terruñero por una tierra donde los conquistadores se fueron al paro, los cerezos del Valle del Jerte florecieron cual nieve para esnifar y los trenes lentos como tortugas bobas salían en los documentales de La 2.
La Extremadura radical y libre de ataduras comenzó con las canciones de Robe Iniesta. Ahora continúa, a su modo, con Sanguijuelas del Guadiana, el veinteañero grupo de Casas de Don Pedro (Badajoz), herederos en parte de Extremoduro y, también, lo mismo de Los Chunguitos que de Tame Impala o Daft Punk. Ha muerto el nietzscheano de Plasencia, pero en la Siberia extremeña la música no para. Qué pereza dejar de cantar y bailar para ir ahora a votar.