Alfonso Lazo

El fondo de la cuestión

La tribuna

Por tres veces consecutivas Pedro Sánchez ha convertido unas elecciones ordinarias en un plebiscito bonapartista sobre su persona y en las tres ocasiones los ha perdido

El fondo de la cuestión
El fondo de la cuestión / Rosell

12 de octubre 2023 - 00:30

Ha pasado el tiempo desde el 23 de julio y entramos en una situación contradictoria. El Partido Popular ganó las elecciones generales en número de votos y de escaños convirtiéndose así en el primer partido del país. No obstante ha sido Pedro Sánchez el que con hábiles maniobras, bien conocidas y comentadas, vuelve a La Moncloa como presidente del Gobierno del Reino de España. He dicho “maniobras” y la palabra suena mal, mas son maniobras legales y legítimas en el juego político de la democracia parlamentaria; no caben, pues, poner reparos a la legalidad, legitimidad y constitucionalidad de la coyuntura que estamos viviendo. Sin embargo, la cuestión que confunde bastante las cosas, el fondo de la cuestión radica en que la llamada a las urnas no responde en su desarrollo y conclusión a la ética y estética de unos comicios legislativos. De hecho, lo ocurrido es la transustanciación de unas elecciones parlamentarias en unas elecciones plesbicitarias. Cambia la sustancia de lo votado pero permanecen los accidentes: ya no se votan listas de partidos para ocupar escaños en las Cortes, en los parlamentos autónomos o en los sillones municipales, ahora lo que se vota es una persona concreta con su nombre y apellidos (“Sánchez sí o Sánchez no”.) Los accidentes, por contra, permanecen, todo el ritual de las elecciones convocadas: yo voto por una lista de concejales pero en realidad estoy votando por Bonaparte (el Luis Napoleón de Marx). ¿Ética y estética? ¿es ético el habilidoso cambio producido? Por supuesto, desde el momento en que es legal, acorde con la Constitución y la tradición del parlamentarismo europeo. ¿Es estético? Pues sí, una jugada digna de Maquiavelo y que contó además con la inestimable ayuda de la torpeza de sus adversarios (cuarenta años sin aprender cómo se hace política). Por tres veces consecutivas Pedro Sánchez ha convertido unas elecciones ordinarias en un plesbicito bonapartista sobre su persona y en las tres ocasiones los ha perdido. A la pregunta subyacente no explícitamente formulada –“Sánchez sí o Sanchez no”–, la mayoría social respondió que “no”.

Recordemos. Madrid fue lo primero. Cuando Isabel Díaz Ayuso, para atajar una moción de censura, disolvió la Asamblea madrileña y convocó elecciones autonómicas. Pedro Sánchez vio el cielo abierto: él, y no Gabilondo, candidato oficial del PSOE, dirigiría la batalla de Madrid. Ayuso aceptó el duelo con Sánchez; el bueno de Gabilondo fue ninguneado por ambas partes y el Partido Popular ganó las elecciones: Sánchez había perdido su referéndum, el electorado de Madrid había dicho “Sánchez no”.

El segundo plesbicito frustrado fueron las últimas elecciones autonómicas y locales en toda España. Y ocurrió lo mismo: alcaldes y presidentes de las comunidades socialistas vieron con horror como Sánchez tomaba protagonismo: los resultados catastróficos para el PSOE resonaron como una bofetada a Sánchez en la cara de los alcaldes y presidentes autonómicos de su partido.

Las últimas elecciones generales son una variante de todo lo anterior. Sánchez ha perdido otra consulta sobre su figura en cuanto que Feijóo le supera en escaños y votos. Con ello entramos en una situación inestable y delicada de la que sin duda el primero en percibirla es el mismo Pedro Sánchez; un jefe de gobierno legítimo pero que carece de poder político y territorial; el poder político lo detentan sus aliados separatistas y comunistas sin cuyo visto bueno el presidente no podrá hacer ni una sola ley, y sin poder territorial alguno pues ya no controla las comunidades autónomas ni las grandes alcaldías ahora en manos del PP; un poder no sólo territorial sino asimismo fácil de trasladar a la calle.

¿Durará? En teoría puede durar otra legislatura completa, a Sánchez le basta con ceder en todo cuanto le pidan en cada caso, solo que en esta ocasión se acabarán los dispendios monetarios que procuraba la Unión Europea y habrá que ir devolviendo la enorme deuda contraída por España. De momento el Gobierno se mantendrá aunque la brevedad también está cantada, salvo que el periodismo de la derecha consuetudinaria persista en su unánime campaña contra Vox, cosa más que probable, (¿en quién pensarán estas lumbreras como necesario aliado del PP para llevarlo al poder?). Entonces, sí, entonces los sucesivos gobiernos de Sánchez durarán mil años. “Sólo un dios puede salvarnos” decía Heidegger. Pero nuestros mediocres señores del siglo XXI están lejos de ser dioses.

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