La tribuna

Un huésped entre los carmelitas de Úbeda

Un huésped entre los carmelitas de Úbeda

Escritor Y Periodista

Quizá uno no sepa nunca de dónde viene y menos aún a dónde va ni sobre qué incierto camino que la oscura noche interior no aclara. Sólo a veces halla uno, en lo que llaman la mitad de la vida o su parecido, una cesura, una pausa como extemporánea, ajena a la infamia del mundo presente, pero que se abre a nosotros, generosa y cordial, entre el silencio regalado del más propicio entorno.

Quisiera uno creer que es así como más de un huésped debe recalar aquí, en Úbeda, en la Casa de Espiritualidad San Juan de la Cruz. Sus muros y su jardincillo contiguo se hallan junto a la actual iglesia de San Miguel Arcángel, el Oratorio dedicado al místico reformador y el antiguo convento carmelita, el lugar donde el descalzo murió, llagado y purulento, un 13 de diciembre de 1591. Desde La Peñuela (hoy La Carolina), había llegado ya enfermo a Úbeda, al convento que pocos años antes, en 1587, había fundado Jerónimo Gracián de la Madre de Dios. Junto a la puerta de acceso al actual Museo, se recuerda que justo por aquí, un 28 de septiembre de 1591, entró para bien morir entre maitines y cantar de cantares aquel doliente a quien Ambrosio de Villarreal, temible y hosco cirujano, habría de sajar en santa carnicería ante sus hermanos descalzos y el prior que lo maltrató hasta el arrepentimiento en la hora final. Advirtió el galeno que en el empeine derecho del carmelita había cinco ampollas en forma de cruz.

“Quien quiera que seas, has venido a esta casa donde habita el Dios que lo habita todo”. En la austera estancia, una tarjeta de bienvenida te recibe como huésped de la incertidumbre y la duda. Porque lo primero que al recién llegado le embarga al entrar en la celda amiga es la duda de si es sincero o fallido quizá el deseo de huida o de apartamiento al menos. Sobre una blanca pared, junto a una fina cruz de palo, se agradece leer que “la fe es oscura como noche”. En la Subida al Monte Carmelo que el santo bosquejó, el ascenso por el centro hacia el “eterno convite” se realiza entre tramos de nada, nada, solo nada y más nada.

“El alma que anda en amor, ni cansa ni descansa”. En el huerto y jardín conventual, frente a las ondulaciones comarcales de la Loma, y desde donde se intuyen los lejanos crestones de Cazorla, Segura y las Villas, los campos que conducen a Sierra Mágina y los populares cerros de Úbeda, se puede leer también alguna que otra cita del andariego de la noche oscura. Tras meses encerrado por sus enemigos en un convento de Toledo (un mechinal de seis pies de ancho y diez de largo,) San Juan de la Cruz fatigó como pocos la españolísima geografía de su tiempo. Entre 1578 y 1588 recorrió, a pie y a lomo de bestia, cerca de 28.000 kilómetros. Veinte mil de ellos, acompañado también por algún fraile o mozo afín, los recorrió por Andalucía, en lo que hoy ha propiciado la llamada ruta sanjuanista, y que recorre, mayormente, la provincia de Jaén que se hibrida por entre olivares, serranías y parameras con las otras provincias de Albacete y Murcia (de Villanueva del Arzobispo a Caravaca de la Cruz).

Abandonando el recogimiento en mi estancia, pude visitar, junto al hemiciclo eclesial de San Miguel (asombran sus pinturas muralistas de temática carmelitana), la pobrísima celda de antaño donde expiró el fraile amado, pero tan maltratado, en lo que hoy ocupa el coro del Oratorio, ahora en obras, y donde se preservan, en una arqueta de plata, los restos óseos de la pierna derecha y del brazo de quien tanto se encomendó a la Amada (“Ven, hermana mía esposa”). De Úbeda a Segovia, el viaje secreto de los despojos del carmelita descalzo ha dado y daría aquí para otra historia sacada del realismo mágico.

En El arte de la fuga de Vicente Valero (Niño de Elche le dedica una de sus Extrañas Heterodoxias en Radio 3 de RNE), se describe con hermosísima cadencia de vísperas el pormenor de los últimos días del místico doliente, las últimas horas del trance, hasta el vahído celeste pero pútrido, y del que los frailes descalzos, presentes en la fría celdilla, esperaron a que saliera el alma de su boca entre puntitos de saliva amarilla.

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