Tribuna

Luis G. Chacón

Experto Financiero

Las intermitencias de las crisis

Las intermitencias de las crisis Las intermitencias de las crisis

Las intermitencias de las crisis / rosell

Cuenta Saramago en Las intermitencias de la muerte que en un país imaginario decide la parca abandonar la guadaña a partir del 1 de enero. Lo que para unos es una inmensa alegría -el sueño de la inmortalidad hecho realidad- anuncia a otros su propia desaparición. En particular a las compañías de seguros y funerarias. Las primeras porque reciben un aluvión de anulaciones de sus clientes. Desaparecido el riesgo asegurado -la muerte- los seguros de vida pierden todo sentido. Y las segundas porque se quedan sin clientes. Ante una situación tan extraña, los gestores de las Aseguradoras recurren a la negociación y ofrecen a sus clientes establecer la muerte virtual en ochenta años. Edad en la que recibirán el capital asegurado y podrán suscribir otro seguro de vida en iguales condiciones, renovable tácitamente ad infinitum. Las compañías salvan su existencia y los ciudadanos obtienen un vehículo de ahorro muy necesario. La muerte dejaba de actuar pero no las enfermedades. En cambio, las pompas fúnebres exigieron al gobierno declarar obligatorios los entierros e incineración de todos los animales domésticos que fenecieran y constituirse en únicos autorizados para llevarlos a cabo en reconocimiento a los servicios prestados.

La pandemia tuvo un efecto similar sobre nuestro tejido empresarial. Su aparición fue un auténtico cisne negro. Inesperado y sorpresivo. Todas las empresas debieron tomar con celeridad decisiones que aseguraran o al menos, apuntalaran su futuro. Unas optaron por reconducir sus negocios adaptándolos a la nueva realidad que se presentaba y otras se echaron directamente en los brazos del estado. Como aseguradoras y pompas fúnebres en la fábula de Saramago.

Aun así, a ambas les llegó el maná de los préstamos ICO que como es sabido, se otorgaron sin realizar exhaustivos análisis financieros de los prestatarios. Por la urgencia y porque contaban con un aval del Estado por el 80% de los importes otorgados. De ese modo, los trámites fueron ágiles y sencillos, la cartera de inversión de las entidades se incrementó notablemente, mejorando técnicamente la calidad del riesgo y aportando una rentabilidad imprevista muy conveniente para sus cuentas de resultados.

Pero igual que en la novela de Saramago la muerte vuelve un día, eso sí, con el compromiso de comunicar a todo el mundo la fecha de su deceso con antelación, también la pandemia acabó cediendo y entre altibajos que todos recordamos, la actividad económica se fue recuperando.

Y en ese momento, que es el que actualmente vivimos, la preocupación es otra. ¿Cuántas de esas empresas sufría, más que un contratiempo provocado por la pandemia, graves dificultades estructurales; fueran de capital, de gestión, de rentabilidad o de modelo de negocio entre otras muchas posibilidades? Lamentablemente un número importante. Tantas que algunas voces -no sé si catastrofistas pero desde luego alarmadas- aventuran que de aquellas cuyo pasivo se compone mayoritariamente de préstamos ICO y deudas con el estado, pueden ser más de dos tercios las que tarde o temprano se vean abocadas a la liquidación. Básicamente porque esos pasivos son excesivos para su estructura, en muchos casos muy débil en capital y sus posibilidades de obtener beneficios suficientes para asumir el obligado repago es muy limitada.

Las líneas de avales ICO superan los cien mil millones de euros y muchas de las operaciones suman tres prórrogas en los plazos de carencia y amortización que no han supuesto más que la clásica patada a seguir en espera de tiempos mejores que no parecen llegar. Menos aún en la actual situación económica con una inflación y unos tipos de interés desconocidos hace decenios. Amén de la incertidumbre que supone la inestabilidad internacional tras la invasión de Ucrania. Todo esto nos sitúa ante un escenario ni buscado, ni imaginado siquiera. El Estado, de forma indirecta, bien por el mantenimiento de los préstamos, bien porque estos se han convertido -como permite la regulación- en participativos, sigue financiando artificialmente la subsistencia de empresas que una vez superada la situación provocada por la pandemia, son incapaces de retomar la senda del beneficio. Y eso, sin tener en consideración que también se da la posibilidad de reducir la deuda mediante quitas con el consiguiente deterioro de las cuentas públicas. Algo que puede costar muy caro al contribuyente sino se reconduce. El panorama al que se enfrentan muchas pymes es realmente complejo ya a corto plazo. Quienes no afronten el futuro con un plan de negocio creíble y una reestructuración de deuda que les permita disponer de tesorería suficiente para afrontar las necesidades del negocio y devolver la deuda financiera en tiempo y forma estarán avanzando a paso firme hacia su liquidación. Este es un excepcional momento para que llegue a la pyme el asesoramiento profesionalizado en el ámbito financiero, bancario y estratégico. En caso contrario, veremos a muchas desaparecer ahogadas por los intereses de la deuda y por la imposibilidad de devolver los principales. Y entonces, de todo el esfuerzo conjunto realizado durante la pandemia solo quedará una enorme deuda pública que deberemos asumir entre todos.

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