La tribuna

Juan Carlos I, personaje de Shakespeare

Juan Carlos I, personaje de Shakespeare

Los monarcas no escriben sus memorias –empieza diciendo Juan Carlos I en Réconciliation, publicado en francés que es la lengua de quien lo ha escrito, Laurence Debray. La autora tiene una biografía tan hechicera como su protagonista: hija del filósofo Regis Debray (que fue acusado de traicionar al Che y condenado a 30 años de cárcel, cumplió 4), mano derecha de Miterrand en el Elíseo. La autora padeció una infancia solitaria, campamentos de formación de revolucionarios, envío a Sevilla donde Alfonso Guerra se convierte en su tutor y se enamora de nuestra transición.

Comenzar con una paradoja es un acierto porque todo se volverá paradójico en el libro: un rey no debe escribir sus memorias pero es lo que vamos a leer; un rey debe ser ejemplo en el arte de guardar secretos e impresiones particulares pero el libro es una cabalgata de ellas porque Juan Carlos I ha visto cómo se tergiversaba su historia. Pero a la hora de hacer sonar su voz, tampoco acude a ninguna trompetería que desmienta las más graves acusaciones que –sin carga judicial– pesan sobre él (comisiones por negocios millonarios, regalos desorbitados a amantes políglotas). Se encarga Juan Carlos I de reclamar para sí mucha tarea oscura por la que ni le dimos las gracias: por ejemplo, Zapatero puso España al pie de la indigencia con su declaración de antinorteamericanismo, y no hubiera quedado un McDonald’s en el país si no hubiera acudido pronto el monarca para calmar a Bush Hijo con mediación de Bush Padre.

La parte más suculenta del libro es la que desarrolla la relación de Juan Carlos de Borbón con Franco. Según leemos, el Caudillo tenía claro que después de su muerte había que empezar un periodo de democracia y pretendía que quien heredase la Jefatura del Estado liderara ese periodo para que no volviésemos a matarnos, según nuestra costumbre (pues guerras civiles y toros son nuestras fiestas nacionales). O sea, que en un gesto de modestia que no se le ve en el resto del libro, Juan Carlos I renuncia a una de sus hazañas (la de conducir la transición) viniendo a decir que sencillamente cumplía órdenes. Es gracioso que el gobierno de Pedro Sánchez quisiera realizar cientos de actos para enterrar más hondo a Franco, y termine el cincuentenario de su muerte con una imprevista resurrección en la que Juan Carlos I le da las gracias.

Juan Carlos I es lo más cerca de un personaje de Shakespeare que han estado las instituciones españolas: no le correspondía, por línea sucesoria, ocupar el trono; una lotería genética y una guerra civil lo posiciona como posible monarca, un accidente lo vuelve homicida (interesadamente se construyó la leyenda de que había sido un juego de niños, cien veces pregunté a gente que sabía bastante historia contemporánea por ese accidente, y todos me dijeron que Juan Carlos debía tener entre 10 y 13 años cuando disparó a su hermano: en realidad tenía 18 y ya era militar en la Academia de Zaragoza); se casa por obligaciones profesionales con una princesa griega a la que embaraza hasta tener un heredero; se vuelve héroe nacional cuando, traicionado por un general al que consideraba casi padre, detiene un golpe de Estado en defensa de la Constitución; consigue que se desarrolle una corriente de simpatía sobre su figura –llamada juancarlismo–, y lo manda todo al carajo por sus negocios multimillonarios (en realidad, son comisiones por ventas que forran a amigos empresarios y que se le ingresan como donativos) y por su tendencia a enamorarse furiosamente (cosa de la que no habla mucho en el libro porque se ve que un monarca puede romper la ley de que los monarcas no escriben memorias pero no la addenda de que si escriben memorias no se rebajen a contar nada en la que no lleven puesto el uniforme de la autoridad).

El libro de Juan Carlos I no va a ayudar a ninguna reconciliación, es evidente y eso quizá tase su fracaso. Pero puede que sirva para que algún dramaturgo futuro convierta su vida en una obra teatral que, ya que no a Shakespeare, transforme su peripecia en Valle-Inclán y su índole trágica en lo que esta tierra suele hacer con las tragedias: un esperpento.

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