Tribuna

Manuel Bustos Rodríguez

Catedrático emérito de la Universidad CEU-San Pablo

Lo que nos estamos jugando

Fundamento de la democracia es la división de poderes. De tal manera, que si esta se rompe, aquella desaparece o se convierte en una mera cobertura del autoritarismo

Lo que nos estamos jugando Lo que nos estamos jugando

Lo que nos estamos jugando / rosell

No sé si somos conscientes de la situación de nuestro país. La democracia parte de un supuesto que no se compadece con la realidad: la disposición y el interés de la gente por la participación en la vida pública; la supeditación de los intereses propios a las exigencias del bien general y el seguimiento de la marcha del país. En la vida ordinaria no sucede así. Salvo un corto número de ciudadanos, a la mayoría de la gente le preocupa sobre todo lo que está arraigado en el día a día, incluyendo a veces cosas muy superficiales. Y esta dicotomía reduce la bondad y exigencia de la democracia.

Digo todo esto a la vista del camino que, al parecer, irreversiblemente, va tomando nuestro país, en medio de la indiferencia de la mayoría, el espejismo de algunos grupos o la complicidad de personas e instituciones, interesadas en que esto sea así, tal vez buscando una realidad utópica al coste que sea. Quedan, eso sí, sería injusto no decirlo, aquellos ciudadanos -desgraciadamente no muchos- que, en cada uno de sus niveles profesionales y sociales, desde el mero sentido común, al margen de vinculaciones partidistas, contemplan con preocupación la deriva de nuestra patria y asisten impotentes a la prosecución y ampliación del tan inquietante proceso. Porque, ¿qué es lo que nos estamos jugando? Sin lugar a dudas, nuestro propio futuro e, incluso, si me apuran, la paz social.

Fundamento de la democracia es la división de poderes. De tal manera, que si esta se rompe, aquella desaparece o se convierte en una mera cobertura del autoritarismo o de la dictadura. De ahí la imperiosa necesidad de preservarla. En los tiempos actuales, las maneras de corromper la democracia y establecer un sistema autoritario de gobierno han cambiado sustancialmente. Se llega a él de varias formas. A través del socavamiento de la propia democracia desde dentro, colonizando las instituciones que le sirven de soporte; mediante alianzas de intereses espurios contrarios al interés general que permitan sacar adelante leyes contrarias a la misma y, cómo no, utilizando la mentira como arma propagandística, diciendo que se quiere lo que no se quiere y viceversa. Y no olvidemos que siempre se encuentra gente dispuesta a procurarlo.

Esto está ocurriendo ahora en nuestra patria, anticipando un porvenir incierto del que no podemos descartar la instalación de un modelo totalitario oculto tras las formas externas propias de la democracia. Los ejemplos sudamericanos son al respecto esclarecedores. Y tenemos entre nosotros quienes intentan llevarnos por esa vía hacia un populismo autoritario de izquierda. Tampoco se puede obviar, dado el sentido de la legislación que se desea modificar, la ruptura de la nación española tal y como desde siglos la venimos concibiendo. Los progresos del separatismo son evidentes y en ningún momento han sido verdaderamente obstaculizados.

Frente a esta situación aquí someramente descrita, ¿qué nos encontramos? Con la debilidad y la inoperancia en muchos casos de quienes deberían frenar el proceso y cambiar su signo. Son numerosos los grupos e instituciones colegiadas y unipersonales implicadas en ello, algunas ya previamente infiltradas. Evidentemente, no se me escapan las duras consecuencias que puede tener el cambio de rumbo, cuando la velocidad implicada en el proceso es ya tan alta y las expectativas por él generadas se han acrecentado. Un poder legislativo muy afectado y un sistema parlamentario constreñido por el propio sistema electoral vigente reducen enormemente las posibilidades de enderezamiento, a pesar de la gravedad de la situación. Queda todavía tiempo hasta la próxima llamada a las urnas para consolidar las leyes que se están aprobando, y no es seguro del todo, volviendo a los caracteres de indiferentismo y de falta de conocimiento de la situación real por parte de las masas, que no vuelva a repetirse lo ocurrido en las últimas elecciones generales de 2019. Los interesados en la fragmentación de España y en un control mayor sobre la ciudadanía son fuertes y han adquirido un protagonismo inusitado en decisiones que afectan radicalmente al conjunto de los españoles. Apostemos porque no sea ya demasiado tarde. No sería deseable que Feijóo u otro prócer de la derecha política hubiera de convertirse a corto plazo en el Guaidó español.

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