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Cristianismo: un enfoque pragmático
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A menudo denunciamos que una cultura rancia obliga al hombre a no expresar lo que siente. "Los niños no lloran", una mochila pesada que el pequeño cargará como el anillo Único en el viaje tolkiano de Frodo hacia el Monte del Destino. Pero ese niño que se convertirá en hombre y llegará posiblemente a la cumbre, ¿destruirá el pesado anillo? ¿a qué precio? ¿años de terapia, trabajo o deporte extenuante? ¿de alcohol? Lo que sea para no llorar. En el patriarcado todos hemos salido perdiendo, ellos también. Yo no he visto llorar a mi padre, solo ahora que con setenta años se conmueve con la vida a borbotones que asoma en el juego de sus nietos, la edad tiene esta maravilla que afloja los muros de la contención emocional. Recordando, tampoco vi llorar a mi abuelo, ni a mi tío que prefería gritar a llorar.
Sí he visto empezar a emocionarse a esta otra generación de hombres como amigos, cuñado o pareja. Primero, disimuladamente para que casi ni se los vea, cuando una mano amiga les coge el hombro como para darles permiso por fin lo hacen sin esconderse, y solo por el tiempo necesario para no ser juzgados. "Llora si lo necesitas, no pasa nada". Y lo que una dice al otro termina por no aplicárselo. "Los niños no lloran" pero es que ahora tampoco "las niñas". Los hombres para no tildarlos de débiles, las mujeres por no señalarse de endebles, o peor aún, de histéricas.
A las profesionales, entre las que me incluyo, nos da vergüenza. No queremos que nadie pueda calificarnos de menos fuertes porque el agua asome sobre la mejilla. Dura como una piedra y "la sensibilidad" para simbolizar en nuestros planos cinematográficos. El cine es como un escudo, puedes ser libre, quien eres, a salvo y, si consigues crear ese espacio con el espectador que le permita llorar y gritar también a él se produce la magia que justifica la creación artística. Se filma para imaginar, ilusionarse, hacer mundos mejores y, por qué no, para vengarnos y escupirle en la cara a quien no podremos escupirle nunca en la vida real. ¿Dónde llora usted? Además de "en el cine", la ducha es un lugar estupendo, el ruido de la cascada impide que te escuchen al otro lado y arrastras toda el agua de tu cuerpo a la vez. ¿En qué lugar de Sevilla detiene su pensamiento para emocionarse? No me malinterpreten, hay que ser fuertes, tampoco vale eso de llorar por todo como si la vida nos debiera algo, pero precisamente porque la vida es vida se debe tener el derecho a sentir. A hombres y a mujeres. A niños y a niñas. Si me apuran, hasta a los animales que para eso comparten biológicamente un sistema nervioso parecido al nuestro frente al dolor. Pero últimamente salvo para subirlo a redes sociales parece que esté prohibido sentir, pensar, que el premio sea ser una máquina, y pasa que, hasta las máquinas también quieran sentir, como la madre robótica de Raised by wolves cuya traducción es criado por lobos. ¿Quién sería el lobo: el robot madre que cría a los niños o el ingeniero que creó una robot para que criara?
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