La tribuna
Al final del camino
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Viendo en estos días las imágenes de las mujeres y hombres que han competido en los Juegos Paralímpicos, he recordado lo que escribió Marco Aurelio en el epígrafe VI del Libro Duodécimo de su obra Pensamientos para mí mismo: “Acostúmbrate a todo aquello que consideres por encima de tus fuerzas”. Esa llamada al esfuerzo sobrehumano, a la tenacidad para superar las propias limitaciones, siempre me pareció una de las máximas dignas de admiración y respeto en el gran filósofo-emperador estoico.
Como muchas personas en todo el mundo he podido contemplar secuencias tremendamente impactantes: hombres y mujeres con discapacidades físicas corriendo, saltando, lanzando disco o peso, tirando al blanco, nadando. Todas esas personas llevaban a cabo misiones imposibles, imposibles en primera instancia para el común de los humanos, superando lo que para la inmensa mayoría serían obstáculos insalvables, limitaciones más allá de lo considerado normal. Sin embargo ahí estaban, demostrando que no hay más límites que los que no nos atrevemos a sobrepasar, por encima del dolor, de la frustración y, a menudo, de la incomprensión ajena.
Todo ello me ha sugerido algunas reflexiones acerca de nuestra condición humana y de la clase de sociedad en la que vivimos hoy, en este final del primer cuarto del siglo XXI. Ser humano es, precisamente, eso, no rendirse nunca, intentar siempre ir más allá. La historia de la humanidad es, en muchos sentidos, la de ese tenaz esfuerzo por no quedarnos con lo dado, la de millones de seres humanos que no se han conformado con el mundo y la naturaleza en los que se encuentran. Muchos de ellos, sobre todo los menos conocidos, han sufrido persecuciones, violencia, cuando no la muerte, por intentar ir más allá de lo establecido. Sus logros, sus ideas, sus propuestas, han hecho avanzar tiempo después al ser humano, porque ese espíritu paralímpico no se limita nunca a la lucha individual contra uno mismo, sino que encierra la que, a mi juicio, es la clave del futuro de la humanidad, la dimensión social.
Nacemos en el seno de una familia, de una colectividad, nos educamos en centros escolares junto a otros semejantes, buscamos la felicidad en relación con “los otros”: somos biológicamente, psicológicamente y antropológicamente seres sociales. Por contra, la clase de sociedad en la que vivimos es crecientemente narcisista. Si lo único que importa en la vida cotidiana de millones de seres humanos es su YO, si la medida de todas las cosas reside en el individualismo radical, entonces la sociedad empezará a dejar de ser el entorno natural en el que abordamos y resolvemos nuestro afán de felicidad, para pasar a ser el simple agregado de individualidades, enfrentadas rabiosamente entre sí. Si la lógica narcisista triunfa, todo quedará reducido a una lucha sin cuartel por el triunfo de cada cual.
Aunque la sociedad actual está cada vez más atravesada de ese narcisismo, existen millones de personas que luchan cada día por pequeñas cosas, que se esfuerzan además para superar las dificultades y penurias que les acosan, que no se rinden nunca. Personas que saben mirar a los ojos de la realidad y le hacen frente para cambiarla ejerciendo sus derechos y cumpliendo sus deberes. Personas que piensan que no están solas y que su mundo es el que se construye entre todos. Personas que no justifican su egoísmo con excusas de supuestos perjuicios causados por los demás. Son desconocidos paralímpicos anónimos sin saberlo. Todos ellos, los de los Juegos y los del día a día, sin dejar de ser un ejemplo de superación individual de sus propios límites, son un ejemplo también de superación colectiva. Nos están enviando, con sus aspiraciones y con sus logros, un mensaje a toda la sociedad: audentes fortuna iuvat. Atreveos a ser audaces, a ir más lejos de vuestras limitaciones: sed paralímpicos.
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