Cristobalina, la pandita que conoció a fray Leopoldo
Esta vecina recuerda los momentos que pasó con el fraile y las duras jornadas de siega junto a sus padres para ganar dinero que luego repartía entre los más necesitados
Cristobalina Sánchez, a sus 92 años de edad, puede ser una de las pocas personas que todavía pueden contar cómo era el beato fray Leopoldo de Alpandeire, ya que tuvo la oportunidad de conocerlo directamente y compartir diversos momentos con él. Además, sus padres también le relataron muchas de las experiencias vividas junto a este humilde fraile capuchino en zonas como la campiña de Jerez de la Frontera, a la que solían acudir juntos durante los largos veranos para trabajar en la siega y ganar así algo de dinero.
Era un gran trabajador y muchos de sus compañeros quedaban sorprendidos por la rapidez con la que realizaba un duro trabajo como era la siega, que en aquellos momentos se hacía a mano. Tan sorprendidos quedaban con sus forma de trabajar como con la generosidad que demostraba posteriormente durante el camino de regreso a casa, hasta el punto de que había ocasiones en las que repartía todo el dinero que había ganado entre las personas necesitadas que encontraba en un viaje de regreso a Alpandeire. Un hecho que en ocasiones le reprochaba su propio hermano. Y es que había tenido que realizar duras jornadas de siega para conseguir aquellos ingresos para casa.
El fraile la sorprendía a los vecinos de su Alpandeire natal antes de ingresar en la orden, y es que asegura esta vecina que siempre destacó por su "humildad, bondad y compasión", al tiempo que insistía en decir que "no tenía nada de especial, que era un hombre como otro cualquiera". Pero esta pandita (este es el gentilicio de los vecinos de Alpandeire), también tuvo la oportunidad de convivir directamente con fray Leopoldo, recordando aquel temor que sentían algunos de los niños del pueblo cuando regresaba con su hábito capuchino, su cara cubierta por largas barbas y las características sandalias que dejaban ser sus pies hasta en los días de más frío.
Aquellos primeros miedos, explica Cristobalina, que Fray Leopoldo lograba que desaparecieran tirando de ingenio y consiguiendo ganarse la simpatía de los más pequeños. Ella mantiene que, lejos de asustarse de aquellas apariencias extrañas, sentía admiración por aquel hombre, que durante su estancia en el pueblo animaba a los pequeños a acompañarle hasta la iglesia de San Antonio de Padua para entonar canciones y rezar.
A día de hoy, Cristobalina se siente muy orgullosa haber podido tener a este persona histórico y con miles de seguidores como vecino, al tiempo que señala que "tener un santo en un pueblo pequeño es lo más grande que hay, estoy segura de que Fray Leopoldo vela por Alpandeire y por todos nosotros"
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