artesanía

Lourdes, la última talabartera mijeña

  • Se esfuerza cada día por mantener vivo uno de los oficios más antiguos: el de realizar los aparejos de los burros

Lourdes Díaz, artesana talabartera, junto a uno de sus burros.

Lourdes Díaz, artesana talabartera, junto a uno de sus burros. / e. moreno

La talabartería es uno de los oficios más antiguos consistente en la elaboración a mano de piezas de lona y lana adornadas con flecos que sirven para aparejar a los animales. Aunque es un oficio destinado a desaparecer, Lourdes Díaz se esfuerza cada día por continuar la tradición de realizar esos trabajos en los aparejos de sus burros taxis. Empezó hace apenas unos años por cuenta propia porque cada vez se le hacía más difícil encontrar a un artesano al que comprarle las piezas. A día de hoy, Díaz es la única talabartera de Andalucía y una de las pocas personas que se encargan de mantener vivo el oficio en la comarca. "Ya apenas quedan talabarteros y teníamos que ir a pueblos de fuera de la provincia de Málaga a buscar las piezas que necesitamos, hasta que decidimos hacerlas nosotros mismos", explica.

Empezó haciendo sobrejalmas y bozales de forma autodidacta, desmontando y montando piezas antiguas hasta completar el aparejo del burro. Y lo hacía en su propia casa, con una pequeña máquina de coser, hasta que le ofrecieron un taller en la calle Málaga, en Mijas pueblo, donde hoy trabaja. También ha tapizado coches de caballos. "Es un trabajo muy elaborado y costoso. Para hacer un bozal se necesitan unos cinco días dedicándole ocho horas diarias y se venden a 200 euros", señala. "Un aparejo completo para el burro puede llegar a costar unos 800 euros. El último que vendí fue para un pareja de Barcelona que se llevó el aparejo completo para una burra", comenta.

En Mijas, Díaz ha encontrado salida a sus creaciones a través de los burros taxis. "Empezamos haciendo algunas piezas en casa para nuestros burros y nada más verlas la gente empezó a preguntarnos que dónde la habíamos comprado y así vendimos las primeras. Pero en realidad al haber tan pocos talabarteros los arrieros y dueños de los burros taxis normalmente tenemos piezas guardadas porque no sabemos dónde ni cuándo las vamos a poder encontrar, y si necesitamos dos piezas compramos seis, con lo que a día de hoy casi todos tienen todavía piezas guardadas", explica. "Tampoco es una pieza que se cambie todos los días porque es cara y se estropea muy pronto", agrega esta artesana mijeña, quien al mismo tiempo reconoce que "cuanto más bordada y más adornos lleva una pieza cuesta más cara ya que requiere de más horas de trabajo y un arriero no se lo puede permitir porque le va a costar más que lo que va a ganar en tres meses".

Aunque sus piezas no se venden con tanta facilidad, asegura que estas tienen tirón entre el público extranjero, sobre todo el procedente de México. "A los extranjeros les gusta mucho porque son piezas que llaman mucho la atención y le dan otros usos, no solo para el burro, también para los caballos ya que la medida es prácticamente la misma. También las usan de decoración", apunta. Al mismo tiempo, poco a poco ha ido abriendo el abanico y con las mismas telas aprovecha para hacer bolsos, mochilas o alfombras, entre otros complementos.

Díaz es consciente de que muy probablemente con ella finalizará la historia de los talabarteros en el municipio. "Es un oficio muy trabajoso y complicado, hay que tener mucha paciencia para trabajarlo y para venderlo, por lo que es muy difícil que se mantenga a no ser que sea una familia que tenga animales o esté ligada a esta tradición de alguna manera", concluye.

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