El termómetro del comercio

La calle San Miguel ha sido zona de paso obligada para los visitantes y ejemplo de crecimiento con el boom turístico De no quedarse ni un local libre ahora presenta establecimientos en venta

Turistas sentados en una terraza de la calle San Miguel.
David Azuaga Torremolinos

23 de marzo 2014 - 05:01

"Benalmádena está en un cerro, Mijas en un peñascal y el pobre Torremolinos tiene una calle na más". Así lo dice un dicho popular que resume la vida de una localidad costasoleña que se abrió paso a partir de su calle más emblemática: San Miguel. Los primeros documentos gráficos que atestiguan la existencia de comercios datan del año 1920. Entonces la venta de pescado se presentaba como el sustento principal para muchos pescadores. La citada vía era la zona de paso para llegar hasta lo que hoy es el Bajondillo y a la playa.

La calle San Miguel ha sido muy camaleónica con el paso del tiempo, ya que la propia situación social del momento empujó al crecimiento de la vía y a su entorno. Las primeras familias comenzaron a asentar sus negocios. Algunos siguen vigentes y han pasado de generación en generación. Pepi Montes regenta el local de regalos La Casilla, que anteriormente fue la Taberna de Adresito, para convertirse después en una tienda donde se vendían botijos. Esta mujer explica que en los años 40 había comercios que lo mismo "vendían unas alpargatas que una lata de anchoas". Su memoria está intacta y comienza a lanzar nombres de establecimientos que fueron muy conocidos. En esa década ya había constancia de la marisquería Casa Manolo, la tienda de comestibles Santaella, Victoria Ávila con sus tejidos y la carbonería Antonio Moya.

La década de los 60 supuso el inicio del crecimiento en Torremolinos. Los turistas se fijaron en este municipio que lo catapultaron como referente de la Costa del Sol. Montes explica que todos los habitantes de la calle San Miguel alquilaban las habitaciones de sus casas. "Había pocos hoteles y la gente dormía en las habitaciones alquiladas mientras que los propietarios tiraban un colchón en los bajos de las casas donde se situaban los comercios y ahí dormían". La vecina recuerda la existencia de las primeras pensiones en la emblemática calle: pensión Pilar Salcedo, el Cortijuelo o la pensión Sánchez en la plaza San Miguel.

Las primeras marcas también se fijaron en esta vía para poner una tienda de moda. Fue el caso de la firma Vogue que mostraba las tendencias. Otro caso fue Modas Jon, primera tienda en vender los bikinis, según relata Montes. "La gente que venía en Semana Santa compraba su ropa aquí porque era lo más vanguardista". Con el paso del tiempo llegó la primera tintorería instalada por Sánchez Escavia y su mujer, Carmen. Fue la tintorería inglesa, sucursal de la que había en la capital.

Otro hito fue cuando se construyó el Universal Cinema, un cine que se levantó en la calle Conde de Mieles, que desembocaba en San Miguel. Montes recuerda el momento en el que instalaron un enorme globo terráqueo a modo de adorno. "Era muy grande y cuando se colocó encima de la pantalla, parecía más pequeño. Recuerdo que nos llevábamos los bocadillos y mientras veíamos la película hacíamos la merienda o la cena"

La década de los 70 supuso la transformación de la calle. El turismo estaba en pleno apogeo y las tiendas de moda, las tabernas y los tablaos eran de obligado paso para un público mayoritariamente extranjero. Todos los locales bajos de las casas que no le daban uso sus propietarios fueron alquilados. Incluso hubo un momento en que no quedaba libre ninguno. Los comercios funcionaban durante todo el año. "Algunos visitantes se sorprendían de que estuviéramos abiertos en invierno. Turistas de Benidorm no se lo creían", recuerda Pepi Montes. Incluso en Semana Santa que por luto se cerraba el Jueves Santo y Viernes Santo, los comercios se las ingeniaban para abrir sus puertas. "Cuando veíamos a un extranjero en el escaparate le abríamos la tienda. Entre nosotros nos avisábamos por si llegaba algún inspector. Cuando venía alguno, los niños de los comerciantes avisaban y gritaban '¡que viene e inspector, que viene!", indica la mujer entre risas.

Las tabernas y los tablaos de flamenco causaron verdadero furor entre los visitantes. La Cueva, El Jaleo o La Bóveda son algunos ejemplos. "Aquello era maravilloso y los turistas alucinaban con el flamenco", añade la vecina. Chiquito de la Calzá, la bailaora Mariquilla o El Carrete impresionaron a los turistas con sus cantes y bailes mediante sus actuaciones en directo.

Las tabernas también eran puntos muy concurridos y de obligado paso. Los buenos vinos acompañados del pescado más fresco eran garantía gastronómica toda vez que se hacía una buena caja. En 1967 se montó La Bodega, con sus platos de pescado y marisco como referentes y en 1961 se instaló Guerola. Además, la bodega Quitapenas estuvo en la calle San Miguel. Más tarde se trasladó al Bajondillo. También causó furor aquella tienda en que los visitantes podían ver su nombre en el cartel de una corrida de toros.

El metro en la calle San Miguel se cotizaba al alza y parecía que no tenía fin. Las décadas de los 70 y 80 fueron las mejores para un municipio que ya era un referente en el turismo y que crecía sin parar. Los 90 también fueron buenos. Ya en 2000 comenzaron a llegar las tiendas de cadenas de moda y complementos: Stradivarius, Claire's, Pull and Bear, Charanga o Misako, entre otras.

Pero la calle mantiene aún negocios que han pasado de generación a generación. Casares es fiel ejemplo de ello. Este establecimiento comenzó como supermercado. Ya en el año 1972 cambió los paquetes de café y la leche por recuerdos de Torremolinos, blusas y regalos. Trinidad Casares pertenece a la segunda generación que trabaja en la tienda. Recuerda que hace varias décadas, "había tanta gente que no te dejaban cerrar". Ahora con la situación económica actual, "la cosa ha cambiado".

Otro comercio tradicional es la tienda de Victoria Ávila, que empezó en 1968. Ahora, Paco Ávila está al frente de la misma. Su tía abuela fue la primera generación en dirigirla. Después la regentó su padre. Este amable señor explica que la calle San Miguel tenía vida a todas horas. "Cuando los comercios cerraban, los bares y las tabernas abrían". También ha observado un cambio en el perfil del turista que entra a la tienda. Si antes eran jóvenes y muchos de ellos procedentes de la capital, ahora ese perfil ha desaparecido. Nunca han faltado ingleses, alemanes y franceses. El establecimiento se dedica a la moda infantil. Pero anteriormente ha vendido perfumes, juguetes, tejidos y hasta trajes de flamenco. "La calle ha evolucionado y nosotros también debido a los cambios que demanda el público".

Luisa Pérez es una vecina. En 1969 se casó y se vino a vivir a la calle San Miguel tras casarse con su marido. Esta mujer señala que recorre todos los días la vía y que "no la cambio por nada, quiero mucho a esta calle". Es otra 'hija' de la calle San Miguel.

La crisis ha provocado una estampa insólita: comercios en venta o en alquiler. "Era impensable que esto ocurriera", incide Montes. Es llamativo ver el edificio que Manferga tiene vacío o alguna tienda que liquida sus productos por cese del negocio. Por todo lo que ha vivido la calle San Miguel los proveedores la tienen en cuenta a la hora de comprobar la situación económica de la costa. "Dicen que si pasan por la plaza y por la calle y la ven llena, siguen porque van a vender por toda la Costa del Sol. Por el contrario, si la ven vacía se dan media vuelta porque no venderán", aclara Pepi. San Miguel es el termómetro del comercio en la Costa del Sol.

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