Telemedicina

Julio Lorca,

Director de Desarrollo Salud Digital en DKV Salud

Desde el duelo a la esperanza

La propia historia demuestra que, entre las secuelas de una gran tragedia, se esconden las semillas de la innovación aún por llegar y quizás se produzcan los cambios que necesitábamos

La telemedicina ha avanzado más en seis semanas de pandemia que en 15 años.

La telemedicina ha avanzado más en seis semanas de pandemia que en 15 años. / Archivo

Desde el dolor colectivo que simboliza nuestra bandera a media asta, comenzamos a hacer balance de lo acontecido. Mi caso personal puede parecer anecdótico para muchos, aunque les aseguro que para mi familia no es menos doloroso. Al principio del estado de alarma fallecía mi padre de parada cardiaca; de causa natural… o no tanto. Las noticias sobre decenas de personas de su edad que morían hacinadas y que, como el, habían construido este país con sudor y lágrimas, no le debieron servir de mucha ayuda. Lo cierto es que una vez que el médico del 061 decretó su muerte dispusimos sólo de dos horas, antes de que aquellos dos hombres de negro retiraran su cadáver por orden gubernativa, sin que hasta la fecha hayamos podido honrar sus cenizas.

Cierto, no murió de esta maldita enfermedad. Y al igual que la mayoría de nuestros conciudadanos, hemos tenido la suerte de que aún no nos haya golpeado de forma directa. Pero, igual que a nosotros, las consecuencias mediatas de una tragedia de esta envergadura van a pasar factura:  Aquellos que vean cercenado su curso académico, quienes se sientan avergonzados ante la mirada de vecinos que les descubren haciendo cola para recoger un plato de comida, serán igualmente víctimas. Nadie se debería extrañar al saber que en este momento somos el tercer país del mundo con mayor grado de ansiedad, según la consultora Deloitte.  

La ansiedad es hija del miedo, y éste está directamente asociado con la incertidumbre: uno de los rasgos por el que se recordará el paso de esta pandemia por España. Y entre sus muchas causas estaba, además de en los bandazos constantes en las ordenanzas, en el recelo a acudir a un médico ante el riesgo de contraer la enfermedad si se salía a la calle; o por el contrario, ante la perspectiva de morir agonizando en soledad si se quedaban en casa, ante un teléfono de emergencias que no dejaba de sonar. Esta fue la razón por la que desde DKV, junto a la SEMI y la SEMFYC, lanzamos la iniciativa #medicosfrenteacovid; y a cuyos casi 900 médicos, que han atendido de forma altruista a miles de personas y a los que queremos mostrar nuestra gratitud eterna.

Y es que pronto descubriremos que, a pesar de tantos esfuerzos del conjunto de la sociedad, aún quedan muchos “Juan López” y “Luisa Martin” que son igualmente víctimas de la Covid, aunque nunca sean finalmente reconocidas como tal. Efectivamente, se cuentan por miles los muertos, aparentemente por causas ajenas a la Covid-19, que sobrepasan los esperados para un periodo o época equivalente. Como esta semana afirmaba Fernando Simón, “Aún nos quedan unos cientos de muertos por ubicar”; y claro, ocurre eso de que, “una muerte es una tragedia, pero un millón… es solo estadística”.

La famosa gripe española, tan recordada estos días por su similitud, entre otras cosas por la conocida como “tormenta de las citoquinas”, fue olvidada rápidamente y durante décadas. Solo unos pocos autores han reflexionado recientemente sobre sus verdaderas consecuencias. Entre ellos se encuentra Svenn-Erik Mamelund, un demógrafo histórico que hizo un gran hallazgo mientras estudiaba la historia de las hospitalizaciones de un asilo de Noruega. Descubrió que en su estudio sobre el periodo 1872 a 1929, el número de pacientes internados por primera vez con trastornos mentales fue de un 7,2 % superior a lo esperado durante los 6 años posteriores a la pandemia. Resalta además que, el conjunto de sobrevivientes de la gripe española, informaron trastornos del sueño, depresión, distracción mental, mareos y dificultades para hacer frente al trabajo; y en otros estudios, que las tasas de mortalidad por influenza en los Estados Unidos durante los años 1918-1920 se relacionaron significativa y positivamente con el suicidio.

Médicos e investigadores en Gran Bretaña ya habían informado de un marcado aumento en los síntomas y enfermedades nerviosas entre algunos pacientes, que se recuperaban de la infección gripal; y entre otros síntomas se mencionaban: depresión, neuropatía, neurastenia, meningitis, cambios degenerativos en las células nerviosas y una disminución de la agudeza visual.

Semejante registros históricos demuestran que la pandemia española, como si de una guerra se tratara, causó además estragos en la capacidad de recuperación emocional también de aquellos que no estuvieron en peligro. Los profesionales de la salud sobrevivientes no fueron inmunes a tales sentimientos, y muchos de ellos notaron que los perseguía una sensación de frustración y dolor, incluso años más tarde.

Lo más curioso es que el impacto en salud mental de tragedias como las descritas se puede producir con cierta demora. con relación a las causas que las desencadenan. Algunas investigaciones demuestran que los trabajos de las comunidades que se unen durante un desastre natural pueden reducir los factores de riesgo interpersonales asociados con el riesgo de autolesión, dado que el tiempo dedicado al voluntariado se asocia con un mayor sentimiento de pertenencia y una disminución de los sentimientos de carga. Una vez normalizada la situación, estas personas pueden vivir una especie de “efecto rebote”, junto con otros muchos casos asociados con la deriva económica asociada.

Pocos días antes de la declaración del estado de alarma, apelaba desde este mismo medio a la responsabilidad moral de reforzar la telemedicina como una de las formas disponibles de afrontar la situación que estaba por llegar, tal y como se estaba haciendo en muchas otras naciones aún menos afectadas. La consultora Oliver Wyman, publicaba un documento que titulaba “La Telemedicina Frente al Colapso Sanitario” desde donde se afirmaba: “Parece inevitable que la telesalud y la COVID-19 sean dos vectores que deban cruzarse. La telesalud presenta un medio esencial para mejorar la seguridad y la eficiencia cuando el sistema más lo necesita. Es imperativo que todas las partes interesadas adopten este medio y se muevan rápidamente para maximizar su impacto”.

Y así ha sido. La realidad es que la pandemia de la Covid-19, ha triturado literalmente la Ley de Downes y Mui, a la que me refería en la tribuna mencionada; esa Ley que afirmaba que “los sistemas sociales, económicos y políticos cambian de forma lineal, mientras la tecnología lo hace de forma exponencial”. Y es que, esa falta de reflejos colectivos, ese retraso en apoyar algo tan obvio, como la efectividad real de la salud digital para mantener la sostenibilidad del estado del bienestar, sólo una guerra o una pandemia la pueda superar. Y es que la propia historia demuestra que, entre las secuelas de una gran tragedia, se esconden las semillas de la innovación aún por llegar.  Algo relacionado con lo que Schumpeter denominó la “destrucción creativa”.

Entre 1347 y 1353 Europa fue sacudida por la llamada Peste negra, matando a la tercera parte de su población. Y como cualquier otra profesión, la de monje amanuense, encargado hasta la fecha de copiar los textos sagrados, se vio mermada. Al mismo tiempo, el trágico desenlace acumuló toneladas de ropa procedente de las víctimas. Y, esos trapos sin coste alguno fueron muy útiles para la producción de papel a gran escala; sirviendo años más tarde como base para que una nueva economía basada en la imprenta floreciera. Sí, efectivamente, la historia está plagada de esta forma de suerte macabra. Hace unos días este mismo medio titulaba “La telemedicina avanza más en seis semanas de pandemia que en 15 años, por lo que los responsables sanitarios estiman que la asistencia a distancia puede reducir las consultas en más de medio millón al año”.

La esencia del acto clínico se puede dividir en dos tareas: la dilución de la incertidumbre y el posterior consuelo o terapia derivada. El miedo es una respuesta biológica ante una amenaza, sea ésta aparente o real. Discernir entre ambas requiere muchas veces de conocimientos -o de técnicas- sólo al alcance del profesional. Pero dicha sabiduría no tiene porqué residir en el mismo espacio físico que el destinatario final. Esa es la esencia de la salud digital. Obviamente, siempre será necesaria la presencia física cuando se requiera, (sólo el 25 % de los casos) pero ésta se hará en mejores condiciones que hasta la fecha, pues el médico habrá recuperado tiempo de calidad, no limitado a los 7 minutos presenciales por persona de que disfrutaba hasta la fecha. Y de la misma manera que concluía en la tribuna mencionada, ahora vuelvo a lanzar una nueva llamada: Es una responsabilidad moral para todos poner en marcha cuanto antes programas de telesalud mental.

Puede que, a pesar de tanta tristeza, finalmente la pandemia nos deje como una secuela positiva los cambios que necesitábamos hacer a nuestro sistema sanitario, para que siga siendo sostenible a pesar de la creciente demanda de asistencia como consecuencia de la cronicidad. Millones de consultas presenciales son innecesarias y resta tiempo medico presencial de calidad a quien realmente lo necesita.

Al final, a pesar del camino tan duro que nos queda, la vacuna del equipo de Oxford parece representar finalmente una luz entre tantas sombras. Ese canto a la esperanza que nos faltaba. Esperemos que la experiencia vivida no sea enterrada en el olvido, como ocurrió con la anterior pandemia, por la época de bonanza qué, tarde o temprano, seguro que nos aguarda.

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