David Cisneros Zorrilla - Albacea de Pasión

“Si por algo destaca Pasión, es por cómo acoge a la gente que se acerca a ayudar”

  • La pandemia no le ha impedido disfrutar de la cuaresma en la albacería de Pasión

  • Su afición a la fotografía le ha regalado momentos únicos con sus Titulares

David Cisneros porta la cruz guía de su hermandad en el rosario de la aurora de la Virgen.

David Cisneros porta la cruz guía de su hermandad en el rosario de la aurora de la Virgen. / ALEJANDRO VALLE

En la vida cofrade de David Cisneros se entrelazan momentos de recogimiento y alegría, de nervios y tranquilidad, de agobio y de disfrute. Es capaz de relatar con todo detalle el silencio de los Mártires en la madrugada del Martes Santo y, al momento, reír a carcajadas recordando los descuidos y las anécdotas que marcan el día a día de un albacea raso, como él mismo se define.

–¿Cómo son sus inicios en Pasión?

–Mis inicios cofrades se remontan a mi infancia. En casa de mi tía había un cuadro con tres nazarenitos de Pasión. Yo ni siquiera sabía que eran de la hermandad pero siempre me llamó muchísimo la atención. Mi tío Carlos salía en la procesión y, de pequeño, nuestra ilusión era ir a la calle el Lunes Santo e intentar buscarlo. De hecho, bromeábamos diciendo que le íbamos a poner un lazo rojo en el capirote para poder localizarlo más fácilmente. Mi madre sabía que era el último porque iba de campanillero en la Virgen.

En 2005 dio el pregón y allí fuimos toda la familia. En la cena, Paco Pepe dijo: “Carlos, ¿cómo es posible que tu sobrino no sea hermano todavía?”. Y a raíz de aquello entré en la cofradía.

–Y en la albacería.

–Sí, mi tío me avisaba: “Vente, que tal día tenemos jornada de limpieza en la cofradía”. Pero lo cierto es que allí había, y sigue habiendo, trabajo siempre: la feria, el belén, Semana Santa… ¡Es un no parar! Conforme vas yendo, más te va gustando, y si hay algo por lo que destaca Pasión es por cómo acoge a la gente que se acerca a ayudar.

–¿Cómo fue aquel primer Lunes Santo?

–Me había hecho hermano hacía unas semanas, en plena cuaresma, y cuando fui a sacar mi puesto, con las prisas y lo avanzado del reparto, solo había nazareno de luz. Casualmente ha sido la única vez que he salido de penitente con una vela. De hecho, era el único nazareno que se quedaba con el cirio arriba cuando nos parábamos y teníamos que bajarlo. Si la procesión los subía, yo en cambio lo mantenía abajo. Mi tío se acercaba y me decía: “Sobrino, ese cirio arriba”. Me costó coger el ritmo (bromea).

–Con el paso de los años, la procesión se vive distinta.

–Sí, he estado muchos años de acólito hasta que en 2011 entré en el trono de la Virgen. Hace tres años el albacea general me dijo que, debido al tiempo que llevaba y la responsabilidad que tenía en la cofradía, debía que salir de subjefe de procesión. Pues resulta que todavía no he podido estrenarlo. Un año por trabajo y el otro, por pandemia. Muchas veces, en tono de humor, digo que es mi puesto maldito.

–¿Cómo son esos momentos previos en los Mártires para alguien que no lo haya vivido desde dentro?

–Son instantes en los que hay muy poco tiempo y muchas cosas que hacer. No te da tiempo a parar a ver quién está ahí, aunque si hago un ejercicio de memoria puedo ver a mi madre y a mi tía colocando espartos en la sacristía, las indicaciones en la puerta para que la gente no se cuele o todo el que vaya a salir en la procesión lleve los zapatos negros. Pero sobre todo veo al albacea general, que no para de recordarme los últimos preparativos: los imperdibles para los acólitos, las velas que se olvidan… Ahí es donde están las prisas.

–¿Hay tiempo para una última muestra de cariño?

–Entre todo el caos, sí. Quizá por proximidad pero siempre, antes de salir, me acerco a darle un abrazo a mi tío Carlos que va de mayordomo en el trono de la Virgen. Su cara, seguramente, sea la última que vea antes de empezar la procesión.

–¿Da tiempo a disfrutar la procesión?

–No, para nada. Bueno, disfrutas porque tu cofradía está en la calle y porque es muy bonito, pero la tensión porque todo salga bien es mucho mayor. La gente tiene la idea de que el Lunes Santo empieza a las cinco de la tarde y acaba a las 12 de la noche.

–Después de la procesión todo se ve distinto.

–Sin duda, el Lunes Santo acaba la madrugada del martes. Las cosas se ven distintas cuando, destrozado de todo el día, has acabado de recoger, y te estás comiendo un bocadillo con tus hermanos en el patio. Es más, para mí, lo mejor del día es el desmontaje. Y es cierto que todos estamos cansados pero se viven momentos muy especiales.

–¿Cuál recuerda?

–Hubo un año en el que nos quedamos sin salir por la lluvia. Al acabar de desmontar, tuvimos un rato de oración ante los Titulares para dar gracias por lo vivido. Era ya tarde y la iglesia estaba a oscuras. Todo en silencio. El hermano mayor comenzó a rezar en voz alta y justo, en el momento en el que dijo “a nuestra Madre” escuchamos que de fondo estaba pasando Dolores del Puente y empezó a sonar Amor Doloroso, la marcha de nuestra Virgen. A todos se nos encogió el corazón, se hizo un silencio que solo con recordarlo hace que se me pongan los pelos de punta. Nunca he escuchado el silencio de esa forma.

–También habrá momentos más distendidos.

–Sí, en 2019 no pude salir por motivos laborales así que durante todo el Lunes Santo estuve siguiendo la procesión a través de la tele y de videollamadas de los amigos. En un momento concreto empiezo a recibir muchas llamadas y muchos mensajes diciéndome: “Oye, que Pasión se ha dejado una llave inglesa encima del palio”. Pues sí, concretamente fui yo el que me la dejé. Tuve que subir unos días antes a apretar unas tuercas y me olvidé de recogerla. Durante la procesión, la mayor preocupación fue que no pasara nada, pero una vez que llegamos a la iglesia, el albacea general escribió un mensaje diciendo: “No os preocupéis, que la llave inglesa nos la hemos dejado en recuerdo de David que no puede estar hoy aquí”.

–¿Ha dado tiempo a disfrutar esta cuaresma?

–Poco. Por mi trabajo vivo en Zaragoza así que no he podido estar tanto como he querido. Pero las pocas tardes en la cofradía las he vivido como un oasis de desconexión. Sí, con mascarilla, con distancia, grupos cerrados… Pero compartiéndolo con tu gente y con la que vives estos momentos. ¡Vaya si merece la pena! Y más después de un año tan complicado como el año pasado.

–Su otra pasión, la fotografía.

–Sí y además es una afición muy bonita que me regala momentos únicos. En los dos últimos años he sido el autor del cartel de la cofradía y poder tener a las Imágenes a tu disposición para fotografiarlas es un privilegio único. Todos los que están allí te buscan para ayudar por si hace falta mover algo o cambiar las luces. Hay dos elementos que tienen una fuerza increíble: por un lado, la talla del Señor, especialmente los pies; por otro, el trono de la Virgen, que está repleto de detalles.

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