Entre bambalinas

Nueve décadas después

  • En el abecé del católico no tiene cabida el enfrentamiento eterno cuando el mismo Cristo pidió que perdonasen a sus ejecutores

El Santísimo Cristo Mutilado, antes de su restauración.

El Santísimo Cristo Mutilado, antes de su restauración. / J. L. P.

Parafraseando a Ana Belén cuando recibió el Goya de Honor, la versión corta de esta historia sería la de una ciudad que, en una noche, vio cómo exaltados destruyeron sus templos e imágenes a menos de un mes de proclamarse la II República. Fin. Pero la realidad de aquella madrugada del 11 al 12 de mayo es mucho más compleja. Cuando recurrimos a recordar podemos pasar de puntillas por detalles trascendentes y caer en errores garrafales. Y la quema de iglesias y conventos no está exenta de esa simplificación.

El profesor José Jiménez Guerrero supo conformar un fiel reflejo de aquella noche en la que tanto patrimonio se perdió, en la que se persiguió a la religión católica y se profanaron tumbas en pos de nadie sabe aún qué. Tallas valiosísimas perecieron en el fuego –incluido, según las últimas investigaciones, el famoso Cristo de Pedro de Mena- y hubo templos que jamás se reconstruyeron. En medio del recuerdo aparece, en algún que otro perfil cofrade, la frase “ni olvido ni perdón”.

Es evidente que un hecho de tal magnitud es difícil de olvidar. Pero… ¿ni perdón? En el abecé del católico no tiene cabida el enfrentamiento eterno cuando el mismo Cristo pidió que perdonasen a sus ejecutores porque no saben lo que hacían. El perdón no se termina de entender en toda su profundidad teológica y no soy quién para dar una lección lo suficientemente valiosa al respecto. Pero sí, existe el perdón que comprende y aprende.

Por poner algunos interrogantes sobre la mesa: ¿Qué conocimiento tenían aquellos exaltados? ¿La República fue sólo de izquierdas o la CEDA era una mentira piadosa? ¿Qué ocurrió después con parte de ese patrimonio salvado –la misma cabeza de la Virgen de Belén de Santo Domingo-? ¿Dónde estuvieron los cofrades? Algunas de estas cuestiones encuentran respuesta en la visión del siglo XXI: la analítica, la histórica, la inculcada por generaciones.

Con todos los conocimientos que tenemos hoy en nuestras manos, repetir viejos mantras no sirve de nada, salvo que nuestro deseo sea la confrontación que tantas veces vemos en la baja clase política que nos rodea. No, no hay cofrades que hubiesen deseado aquella quema de templos ni tampoco que la justifiquen, créanme. Separemos la fe y la política de una vez por todas, pues el que está dispuesto a cometer un sacrilegio no necesita el carnet de ningún ente.

Es curioso que, en la misma semana, desaparezca un político como Julio Anguita, aplaudido por ciudadanos -y cofrades- de distinto signo que compartieron su mensaje, le votasen o no. Qué bien hubiese venido esa capacidad de escucha y conocimiento unos días antes para evitar otro nuevo episodio de confrontación innecesaria. Hoy las cosas son distintas y, a buen seguro, los hermanos de las cofradías sabrían estar de verdad a la altura.

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