Entre bambalinas

Cuaresma, acto primero

  • En apenas cuatro días, la Cuaresma nos ha convulsionado y nos invita a cambiar el anterior modelo, para hoy y quizás para siempre

Tradicional Vía Crucis de la Agrupación de Cofradías  presidido por el Cristo del Salud.

Tradicional Vía Crucis de la Agrupación de Cofradías presidido por el Cristo del Salud. / Javier Albiñana

La Cuaresma, por paradójico que parezca, se ha convertido en un tiempo para salir del letargo en el que se encontraba buena parte del mundo cofrade. La experiencia dice que el despertar habitual llega tras la Navidad con un sinfín de actos programados. Sin embargo, la tercera ola frenó en seco muchas de esas aspiraciones iniciales. El mutismo se extendió por enero, rebajado a leves manifestaciones de vida.

Y, sin que nos diésemos cuenta, nos topamos de bruces con el Miércoles de Ceniza. Recibimos el rito habitual para un tiempo de conversión y desde el primer momento nos convulsionó. Se notaba el desgarro por un tiempo que viviremos en las calles pero sin poder palpar en el alma lo que supone una procesión. Y el Vía Crucis, a falta de conocer el cartel anunciador, vino a terminar de desmontar esa composición del imaginario que nos parecía inmutable. La Cuaresma es hoy completamente distinta.

Nos hemos desecho de una parafernalia excesiva que envolvía este tiempo. Se han reducido los actos a la mínima expresión y, quizás, sea una señal del boato ficticio que los rodeaba. Apenas hay anunciados unos cuantos carteles y pregones, reduciendo el riesgo de los ripios baratos y los cuadros que aún no saben qué lugar oscuro ocuparán para que no se vean mucho. El protocolo en los cultos se queda en una presencia residual, por aforo y por convicción: si hay poco sitio, que sea para los hermanos.

Y junto a ese universo cofrade en proceso de cambio, se siente también esta Cuaresma como un momento para las nuevas oportunidades. El modelo del Vía Crucis en la calle se había empezado a fijar y el de rogativas con el Santo Cristo de la Salud fue un espaldarazo a algo sencillo, reflexivo y trabajado meticulosamente. Y resulta que, tras esa concepción, lo que vienen son nuevas ideas porque llegan nuevos tiempos y debemos estar a la altura. Y no se trata de huir de unas “malagueñas maneras” (permítanme el horripilante término), sino de avanzar hacia otras formas e ideas, al avance necesario del siglo XXI. Se nos propone vivir una Semana Santa hecha con el mismo tesón y delicadeza con que se monta una procesión pero sabiendo que la realidad es completamente distinta.

Esta Cuaresma nos permite dejar abiertas las ventanas para que las cofradías aireen (que es como además se propaga menos el virus de las ideas obtusas) y se llenen de vino bueno los odres nuevos. Los cimientos que seamos capaces de colocar hoy servirán para hacer sostenibles nuestras hermandades a partir del siguiente día. Convencernos de que lo vivido hasta ahora es lo que podrá volver es una quimera. Una nueva hornada de cofrades está preparada para este cambio. Ya es el momento de darles el papel protagonista.

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