Entre bambalinas

Cáscaras de pipas

  • La pandemia trae la posibilidad de dejarnos sin algunas tradiciones poco higiénicas y de cambiar hábitos asimilados con total normalidad

El cortejo del Huerto pasa por calle Martínez en 2019.

El cortejo del Huerto pasa por calle Martínez en 2019. / J. L. P.

En la cola de vacunación del Covid, mientras esperábamos nuestro turno, mis compañeros y yo recordamos algunas de esas costumbres que, gracias a la pandemia, hemos dejado se ver por ahora. A uno le da ya reparo picar del mismo plato que el resto de sus comensales porque hemos aprendido a apartarnos. Igual ocurre (por ahora) con los trapos mohosos de los bares y las servilletas de papel hechas un gurruño al pie de la barra. Siempre hemos sido se señalar las asquerosas costumbres de otros pero parece que nunca mirábamos nuestras cochinaditas, como diría Ibáñez.

De esas malas costumbres que hemos desterrado por ahora pueden aprender las cofradías. Conste que no estoy diciendo que somos unos marranos, salvo que comamos pipas y se lo queramos poner difícil a unos nazarenos descalzos, para que hagan buena penitencia. A las costumbres alimenticias poco higiénicas de estas fechas también podemos sumar otras cuantas mejoras que, si desaparecen, pueden hacer de este mundo uno mejor.

Lo primero a lo que debería afectar es al protocolo. La caterva de cargos, puestos y otros dones y doñas que sólo hacen bulto es una de esas burbujas que deberían explotar. En estos tiempos se nota en los templos que, quienes acuden, son de la casa generalmente. Igual extinción debería llegar aquello de "las señoras de" ocupando un banco, unas filas más atrás de sus respectivos. Hemos aceptado una costumbre que, en tiempos de Enrique Navarro, tendría sentido. Hoy no.

A ello se suman los besamanos y besapiés con contacto directo. Creyendo por un instante que el pañuelito limpia y desinfecta, ¿es necesario plantar los morros hasta dejar las babas? Un gesto al aire, como haríamos con cualquier persona, evitará males mayores. Igual que ocurre con los botijos de los tronos: ¿acaso el guante o la manga de la túnica limpian la boquilla?

El Covid también podría llevarse las eternas colas del tallaje y reparto de túnicas. El hermano se desespera cuando lleva horas esperando para recoger su equipo. Algunas cofradías ya cuentan con servicio de cita previa para evitar los tiempos de espera en los que se genera más chismorreo y mal humor que ilusión. A ello podemos sumarle la lectura en voz alta de la sesión anterior, con efecto relajante a unas horas de irse a dormir. Internet nos permite mandarlas a cualquier lugar del mundo con acceso restringido para los hermanos.

La venta de kokis destapados, las chocolatinas derretidas en manos de nazarenos, los agoniosos de la campana o del figureo, más preocupados por su ego que por las procesiones, tienen sus días contados si nos lo proponemos y queremos una Semana Santa más higiénica. Y la culpa, para la pandemia.

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