Entre bambalinas

Las nuevas vías

  • La actualidad nos demanda que empleemos el tiempo para crear y ayudar a creer, para reconstruir las comunidades que son las cofradías

Un niño a hombros observa la salida de Salutación.

Un niño a hombros observa la salida de Salutación. / J. L. P.

Decía Rubén García en Cuaresma, en pleno confinamiento, que el cartel de José Luis Puche era reflejo de una Semana Santa hecha de recuerdos, al no tener procesiones en la calle. Retazos de la memoria puestos sobre la mesa y en las redes llenaron nuestros días mayores y nos permitieron contemplar cuánto necesitábamos vivir las procesiones de otra manera. Ya vamos camino del año en blanco.

Entre esos recuerdos que la memoria trae, en el canal de Youtube de Pollinica se puede ver desde hace unos días cómo fue aquella exposición por el 75 aniversario de la cofradía y algunos de sus hermanos han recordado esos tiempos de ilusión y muy pocos recursos. Era 1997 y la Semana Santa aún tenía muchos elementos de ingenio, la purpurina y la noche con sus gatos pardos, porque su gran evolución aún necesitaba unos años para hacerse visible. Pero hay algo que deberíamos rescatar de aquellos momentos: se vivía con más sentido de pertenencia.

Ahora que tanto añoramos los abrazos, los encuentros y la convivencia, y a la vez que nos echamos en los tentáculos de las redes sociales, su hedonismo e individualismo, vivimos el tiempo de las cofradías solitarias. De los mensajes que hacen llamamientos y tienen poco efecto. También de los que invitan a ir pocos e incluso recuerdan (sic) que las grandes misas se celebran a puerta cerrada. De las juntas de gobierno telemáticas y los cabildos aplazados sine die.

Y esa sequía de actividad se traslada a la falta de vivencias en comunidad, a que hoy sea casi imposible encontrar un “todos a una” que deje de lado las diferencias entre posturas distintas y se dedique el tiempo a pensar en grande y trabajar imaginando el cielo como límite. A entender estos momentos de necesaria unión, a pesar de la distancia social, como una oportunidad para trazar nuevas vías para ser, como decía San Agustín, un solo corazón y una sola alma en Dios. A que, si no podemos salir en procesión, tenemos una oportunidad para sanar corazones aún heridos y recordar que, en estos tiempos, algo hicimos bien. Motivos tenemos para celebrar con un Centenario a punto de comenzar, o eso parece.

Para lograr este objetivo, y sin sacrificar el inicio de año por los excesos navideños –lo de la tercera ola lo deberíamos tener presente-, podemos seguir tirando de los retazos de la memoria e invitar a que los hermanos y amigos que hacemos en las hermandades sigan pensando que existe esa unidad tan perseguida y hoy tan individualizada. Sin embargo, los tiempos nos demandan que empleemos las próximas semanas para crear y ayudar a creer. El Adviento sigue siendo tiempo de reflexión: tracemos juntos las líneas de lo que está por venir con pocos recursos pero mucha imaginación.

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