Semana Santa

Todo cambia

  • Las cofradías afrontaron retos que acabaron alzando su patrimonio o su cortejo, a pesar de los críticos y nostálgicos de la juventud

Las fotos del Lunes Santo.

Las fotos del Lunes Santo. / Marilú Báez

Entre alguna de las estrechas callejas de la Málaga profunda, a una hora indeterminada de la noche, apareció la Virgen del Rocío en el Martes Santo. Cruzando el estrecho dintel de los dos edificios que congregaban al público en aquel rincón. Obligando a los padres a alzar sobre los hombros a sus hijos para encontrarse con la Novia de Málaga. Desafiando a la madrugada sin hora de vuelta a su templo. Cruzando la ciudad de sur a norte. Era la estampa típica del barrio de la Victoria.

Pero un día se presentó la posibilidad de salir la primera. “Están locos estos hermanos”, pensaría más de uno emulando a Obélix cuando se plantearon, en ese momento tras la lectura de la noticia, que la corporación tendría más horas de luz que de noche en su gran día. Era imposible, no se podía permitir que ocurriese algo así cuando acabar el día en la Victoria con el cansancio a cuestas era “lo tradicional”.

Frente a los discursos costumbristas y del inmovilismo, la hermandad del Rocío encontró, con ese cambio de posición en el Martes Santo, su lugar en el día. Ahora cuenta con público desde que sale al encuentro del Altozano hasta su vuelta a los albores de Cristo de la Epidemia. Nadie discute el acierto a estas alturas salvo algunos nostálgicos de la juventud que fueron. Pero esa etapa de la vida avanza y termina, aunque siempre se pueda ser eternamente joven de espíritu.

Ser joven en el mundo cofrade es un reto difícil de equilibrar. Muchos creen que se consigue la fama del cargo y el puesto de la medalla por acudir a ayudar, por eso toman pronto el berrinche al ver que “los de arriba” siguen en sus puestos y ellos apenas alcanzan la décima fila en las misas de mayor boato. Ser joven en el mundo cofrade es aceptar que la verdad absoluta no la tiene nadie y que, en su mente, se cuecen ideas que deben salir a la luz. Entre las diez primeras quizás sólo una valga, pero ya habrá merecido la pena.

Entre esas ideas, el Martes Santo se llenó de decisiones salomónicas pero que han sido aceptadas y valoradas con el tiempo gracias a que hubo quien apostó por ellas. Nueva Esperanza se enfrentó al reto de ser la única hermandad puesta a prueba porque los kilómetros de distancia hasta el recorrido oficial se antojaban imposibles en San Julián. Allí estuvieron trabajando desde el inicio para afrontar esas largas avenidas hacia el centro histórico. Hoy, probablemente, sean una de las hermandades más compuestas al llegar de vuelta a su barrio. Como hicieron también los hermanos de las Penas cuando decidieron cambiar al Cristo de la Agonía para traer la magnífica obra de Francisco Buiza, pese al enfado de un Pérez Hidalgo que desdeñaba las modas sevillanas.

En la segunda mitad del día, la hermandad de la Humillación y la Estrella supo volver a salir desde Santo Domingo. Abrieron, en el año 1999, una puerta para que sus tronos apareciesen desde la penumbra del templo y, aun con las reticencias de quienes ven mucho mejor una casa hermandad, ganaron todo lo que en épocas pretéritas se había perdido por un estilo que parecía no tener discusión alguna. El Rescate, por su parte, hizo lo que de ellos se demandaba: una línea artística que se anudase a su trayectoria histórica. Aunque no se vuelva nunca a ver el trono de la Virgen de Gracia en madera barnizada, con los muchos matices del gótico, el trabajo logrado a base de mucho esfuerzo bien mereció la pena.

Y la Sentencia. El recorrido de la corporación nazarena para la revolución de su estética no ha hecho más que empezar. En el taller está el anhelo de un nuevo trono para el Señor de Martín Simón, trabajado sin descanso ni prisa para que el resultado sea perfecto. El mismo que, en el futuro, acogerá un nuevo grupo escultórico para el momento de la condena a muerte por el gesto de Pilatos.

Los escépticos nunca dejarán de buscar un motivo para la duda, el cuestionamiento o incluso la bronca. En estos días ocurrirá igual con los altares: no sabrán valorar el esfuerzo de una albacería o la imaginación en tiempos donde la esperanza es difícil de hallar en muchas ocasiones. Tampoco serán ellos los que se remanguen para conseguir el mejor resultado posible afrontando retos. De cualquier manera, aceptar la responsabilidad supone recibir críticas pero, si se cree en un proyecto cofrade, no queda más que convencer al resto, seguir caminando y permitiendo que la ciudad, con el tiempo, lo valore y disfrute.

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