Semana Santa

Jueves Santo legionario en Málaga

  • Si de niño quería ser legionario y desfilar con ellos cuando desembarcaban en Málaga, casi setenta años después mi deseo se ha cumplido al serme concedido el titulo de Legionario de Honor, esto es, me han otorgado el honor de pertenecer a la familia legionaria

El Cristo de la Buena Muerte, de Mena, portado a hombros por los caballeros legionarios.

El Cristo de la Buena Muerte, de Mena, portado a hombros por los caballeros legionarios. / Javier Albiñana

DECÍA en uno de sus versos el maestro Manuel Alcántara que Lo mejor del recuerdo es el olvido y yo lo estoy comprobando conforme pasan los años. Llevo tanto tiempo usando mi memoria que no me fío ya de su fiabilidad, pero hay cosas que se quedan grabadas y nunca desaparecen, ni de la memoria ni del corazón, que son los sentimientos.

Todos los jueves de la Semana Santa aparecen en mi mente recuerdos de mi infancia cimentados en la emoción que, un año tras otro, producía en mí ver el desembarco de la Legión en el Puerto de Málaga. Esa imagen del soldado legionario, marcial, valiente, desafiante, diría que arrogante, era convertida en mi mente infantil en la estampa de mis héroes. Eran el Capitán Trueno, el Jabato, el Cid Campeador, y yo quería ser como ellos. He de decir que, en aquellos tiempos de mi infancia, afortunadamente, aún no nos habían aculturizado con los superhéroes americanos, no existían ni los Superman, ni los Batman, etc. Por eso, recuerdo que cuando mis amiguitos decían que querían ser policías, bomberos o cowboys con sus revólveres al cinto, yo quería ser legionario y desfilar con un fusil al hombro. Estoy convencido de que ese mismo sentimiento y emoción lo hemos tenido muchos niños malagueños, especialmente el Jueves Santos cuando, cada año, se produce el ansiado encuentro de la Legión con su patrono el Cristo de la Buena Muerte.

La relación Málaga, cofradía de Mena y Legión es muy especial y viene de lejos, casi desde su fundación por el entonces teniente coronel Millán Astray. En la década de los años veinte del siglo pasado, durante la Segunda Guerra de Marruecos, Málaga se convirtió en uno de los puertos fundamentales para el abastecimiento de las tropas y la reposición de las bajas producidas. La Legión, por estar siempre en primera línea de fuego, fue la Unidad en la que se produjeron más bajas; y son los heridos y convalecientes los que acabaron residiendo en la capital malagueña produciéndose así un vínculo entre Legión y Málaga que perdurará a lo largo de los años. Los malagueños comenzaron a sentir el afecto, el respeto y la admiración por esos soldados que, aún heridos y destrozados por el fuego enemigo, siempre estuvieron dispuestos a darlo todo para salvar la vida de otros, defender a su patria y para la mayor gloria de España y de la Legión.

Fue en 1928 cuando de una forma oficiosa la Legión declaró al Santísimo Cristo de la Buena Muerte y Ánimas como su protector. Fue en un acuerdo con la Cofradía de Mena. Y fue en 1930 cuando se produjo el primer desembarco del Tercio de la legión que se trasladó a bordo del buque Reina Victoria de la compañía Transmediterránea.

Cada año me gusta sentir esa misma emoción que ha perdurado en mis recuerdos. Contemplar la gallardía que portan los caballeros legionarios, siempre una escuadra de bizarros gastadores, haciendo la guardia al Cristo en su capilla de la Iglesia de Santo Domingo, es realmente impresionante. Ver a los seis caballeros legionarios con su cabo al mando, firmes como estatuas, sin ni siquiera parpadear, como si hubiesen salido de la gubia del propio Francisco Palma Burgos cuando talló al Cristo, es algo indescriptible.

Un Cristo este, llamado de la Buena Muerte o de Mena, al que no se le puede entender sin la Legión, como a la Legión no se la entiende sin su Cristo, un Jueves Santo y en Málaga. El poeta, mi querido y admirado Manuel, que ya antes he citado, escribió en su Pregón de Semana Santa de 1984 que “al Cristo de la Buena Muerte le he dicho alguna vez, porque lo tengo en mi corazón y en la cabecera de mi cama, que no quiero pedirle cosas para el trayecto sino para el final. Al Cristo de la Buena Muerte, que cuando dio las tres voces las oyeron en Santo Domingo, en las tinieblas y en la Legión, se lo estoy pidiendo ahora que lo tengo al lado.” Qué lástima que una de las tres voces que dio Cristo no fuese: ¡A mí la Legión! Otra Historia hubiésemos contado. Pero me uno a la oración del maestro para pedirle al Cristo de la Buena Muerte, en este caso para el trayecto, que proteja y ampare a las damas y caballeros legionarios que están arriesgando la vida en escenarios de guerra, en misiones destinadas a establecer la paz, proteger a la población civil y realizar labores humanitarias.

Si de pequeño me subyugaba la prestancia, el uniforme o la disciplina militar, en la que me educó mi abuelo, ya de mayor me impresionó conocer sus fundamentos y su peculiaridad dentro del Ejército español. La Legión se creó como una unidad de élite para actuar siempre en primera línea de batalla. Pero lo que más me cautivó fue conocer que la base ética y moral de su entrega a España y a los españoles radica en su credo: el Credo Legionario. Doce máximas que recogen los valores fundamentales para el legionario. El compañerismo, la amistad, el espíritu de unión y socorro, el espíritu de sufrimiento, de disciplina y así hasta el espíritu de la muerte que ha de ser el mayor honor para el legionario. No podía ser de otra forma para un “novio de la muerte”.

Si de niño quería ser legionario y desfilar con ellos cuando desembarcaban en Málaga, casi setenta años después mi deseo se ha cumplido al serme concedido el titulo de Legionario de Honor, esto es, me han otorgado el honor de pertenecer a la familia legionaria.

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