Procesión de la Virgen del Carmen en Málaga

Vidas revestidas de color marengo

  • La Virgen del Carmen cierra una intensa semana con la bendición de las aguas en la Bahía de Málaga

La imagen de los Submarinistas y la de El Perchel, en la bendición de las aguas.

La imagen de los Submarinistas y la de El Perchel, en la bendición de las aguas. / Daniel Pérez

La luna cuenta, desde tiempos inmemoriales, con una rival difícil de batir. Mientras que el astro atrae las aguas y consigue que la marea suba, en una especie de hipnosis de la naturaleza, la Virgen del Carmen genera un movimiento humano que poca explicación mensurable tiene. Se puede llamar devoción, rito, tradición, costumbre o simplemente las cosas de Dios, pero el corazón marinero de una ciudad que en verano recuerda sus orígenes y se viste de marengo late con una intensidad distinta al amanecer de un domingo que siempre es distinto.

Con los primeros reflejos en la pared de ladrillos del templo perchelero sale a la luz la Virgen del Carmen sin más sonidos que los aplausos y los rezos del rosario de la aurora que congrega a centenares de personas en torno a las pequeñas andas. Aun siendo temprano y con el silencio por cómplice, la imagen de Navas-Parejo se meció lenta y visualizó a lo lejos el puente que lleva su nombre. Quince años después de su coronación canónica, la reina de los mares volvió a transitar por su superficie para llegar al Puerto, donde embarcó antes de continuar su procesión terrestre, con un cambio que favoreció al cortejo en la calle.

Una vez sobre el barco los últimos aplausos desde el Palmeral de las Sorpresas desaparecieron en la distancia mientras la Virgen surcaba los mares. Junto a la playa de La Malagueta emergía mientras la imagen de los Submarinistas, que la rescataron de las profundidades como cada año para el encuentro, esta vez más temprano, con la imagen de El Perchel. Una vez ambas embarcaciones se unieron, el rezo se hizo conjunto y se dedicó la ofrenda floral, en forma de coronas de laurel y claveles, a los fallecidos en el mar. La bendición de las aguas se había consumado.

Entre los navegantes de cada embarcación nunca faltan los reencuentros. Los saludos por sorpresa. Las familias que siguen creciendo y bautizan, por vez primera, a la más pequeña de la casa sobre el barco. Las lanchas y catamaranes familiares que acogen con dedicación a quienes se entienden amigos. Los trajes de neopreno y las chaquetas con corbata. Los expertos en el mar y quienes apenas aguantaron una ola sin marearse. Ese pequeño rito, guardado por la lejanía de la tierra, tiene fin y debe volver a pisar la arena. En la despedida, sones de sirenas y la Salve marinera entonada a coro, simplificando su estética pero impregnando de sentido lo expresado.

Bajo la mirada de La Farola volvió la imagen de los Submarinistas a tocar tierra. Alli fue entronizada y acompañada hasta la parroquia de San Gabriel por la banda sinfónica de la Trinidad para disfrutar su efímera presencia sobre la superficie. Ya en el Muelle Dos, la imagen perchelera tocaba tierra con la banda de La Paz mientras el Angelus se recitaba.

La Virgen del Carmen Coronada fue portada hasta la Catedral rodeada de una multitud que permaneció, en su mayoría, dentro del templo para participar de la eucaristía oficiada por el obispo Jesús Catalá. La imagen quedó dispuesta en el presbiterio, durante la celebración, y posteriormente en la puerta de San Nicolás para realizar el besaescapulario. Nunca faltó a la talla público, entre turistas curiosos y devotos, hasta el cierre de puertas para ubicarla en su trono.

El cierre vendría con la salida de la Virgen desde el interior de la Catedral. La luz de la tarde y la bajada leve de temperaturas favorecieron a la última procesión de la devoción perchelera, que contó con las notas de su banda de cornetas y tambores para anunciar que ya estaba de nuevo en la calle. Buscando su barrio. Encontrando sentido a su peregrinar desde un templo a otro. Contando con los vivas de un pueblo entregado, convertido en verdiales y en escapularios marrones para, pasada la medianoche, volver hasta su morada.

En la barriada de Huelin, por su parte, la corporación volvió a llenar las extensas avenidas que se enfrentan a la parroquia de San Patricio de un público hecho a las cortas distancias y las sensaciones sinceras. La banda de música de Zamarrilla, tras el trono, y San Lorenzo Mártir, en el frente de procesión, dibujaron un panorama con más fajines rojos y alpargatas de esparto en un espacio marinero por tradición histórica. La imagen fue transportada hasta la playa de San Andrés, donde se fundió con el mar sobre su jábega para que la noche cayese y culminase su tradición hecha desde muchas orillas.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios