Semana Santa

En común unidad

  • La convivencia en las hermandades se traslada en el día a día y también en Semana Santa con una dosis de comunión entre sus componentes

Las fotos del Martes Santo.

Las fotos del Martes Santo. / Marilú Báez

A pesar del calor primaveral que ya circunda nuestro ambiente, en la noche del Miércoles Santo hay un instante en el que el frío se agarra al alma. En cualquier punto de su recorrido, el encuentro con el Cristo de la Expiración es la muestra de nuestra vida efímera. Hasta Dios se convierte en mortal y alcanza su último aliento a pesar de prometernos la vida inmortal. ¿Cómo podemos creer así? ¿Cómo se puede tener esperanza en la vida eterna si quien nos lo prometió estuvo subido al ultraje de una cruz?

Una de las claves está escondida en todo aquello que no se ve en estos días pero que, aún así, ocurre. Entre las colas y los accesos se ven a los hermanos de las cofradías y hermandades que han decidido sacrificar su descanso y el deseo de acudir a contemplar otros cultos para que su hermandad burle la crítica de unos pocos. En ese sentimiento de comunidad que se crea cuando hay que trabajar para que las cosas salgan bien, cuando no se pueda alcanzar la perfección.

Ese sentido de comunidad es el que sostiene el difícil equilibrio que supone poner una procesión en la calle o hace que las cofradías avancen. Desde la historia que la Puente del Cedrón ha mantenido como materna de otras corporaciones a los más de cinco siglos de historia que hay tras la archicofradía de la Sangre, las personas han configurado un entramado de amistades, envidias, amores y disputas, pero siempre permitiendo, aunque sea a retazos, que las hermandades sigan viviendo.

No todos los episodios son fáciles. Las que han llegado hasta la Agrupación han visto sus tiempos complejos y dolorosos, como ocurrió con las cofradías Fusionadas que, aún hoy y a pesar de ser una hermandad, mantiene su tradicional separación en mayordomías. Sin embargo, en su Miércoles Santo se conforma una unidad. El éxito del conjunto nace de la labor particular de todos ellos.

Pese a los conflictos y la mediocridad de algunas etapas, el sentimiento de fraternidad es el que impera. Y en la tarde de un día como hoy, en la difusa línea entre Segalerva y Capuchinos, está la otra clave de la jornada: es Jesús de las Penas el que conforma a su comunidad eligiendo a su discípulo amado para que acompañe a la Virgen del Auxilio y la acoja en su casa.

Porque la realidad cofrade no se entiende sin punto de encuentro. Sin hablar de fraternidad, del cariño que va macerando la convivencia. Como el fruto maduro que nace tras plantar una semilla en el carisma salesiano o la línea trazada por la hermandad de Mediadora de la Salvación y que vio recompensada su paciencia con la llegada al recorrido oficial.

Y eso se termina demostrando en la calle. En el sentimiento de pertenencia de los hermanos de El Rico cuando afrontan el acto de liberación del preso como una de sus máximas, ya sea en la plaza del Obispo, la de la Aduana o en el interior de la Catedral, como hoy marcará la historia. De la necesaria organización de la Sangre para que su cruz guía rompa el final de Carretería mientras la Virgen de Consolación y Lágrimas está maniobrando para salir de su casa hermandad en la estrechez y dificultad que entraña Dos Aceras.

Creer en el hermano es una apuesta por querer seguir avanzando. Buscando algo más que la salida procesional, trascender la Semana Santa, especialmente en tiempos en los que es imposible contar con un cortejo en la calle. Es dar una responsabilidad para que se sigan sumando voluntades y corazones. Con un gesto sencillo se consigue que la responsabilidad sea como su nombre indica y no asome la dejadez. Es dar al hermano las riendas de unas cuentas, del montaje de los cultos, las ventas de recuerdos o la organización de una sección. Al final, una vez que termina la jornada, es recibir abrazos o preguntar por la vida.

Por eso, la noche del Miércoles Santo, cuando todas las hermandades coinciden en la calle, Málaga cuenta con el reto de ser la unidad de hermandades tan dispares. En el mecanismo de una jornada ecléctica y que cierra el centro entre tronos y nazarenos. Con el difícil reto de devolver al Perchel, al filo del alba, a la Virgen de los Dolores. Todo eso se consigue con la confianza de sentirse parte de la común unidad.

Por eso, cuando nos reencontremos con el Cristo de Benlliure alzando su vista al cielo, tendremos un motivo nuevo para creer en su vida inmortal. La que perdurará en los libros de historia pero, y sobre todo, la que guardarán los nuestros en su memoria el día en que seamos llamados por Eloí para formar parte de su reino.

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