La vida que asoma en un clavel blanco
La Victoria volvió a convertirse en protagonista de la mano del Rocío y el Rescate en un trasunto de la Pasión respetado por las nubes
CADA barrio ofrece a la Semana Santa una mirada distinta. La de la Victoria es mestiza, indiscreta, barroca, cargada de siglos, hecha de largos caminos y momentos atrapados en lo inmediato, sostenida por veteranos de guerra y recién llegados en el mismo ángulo de la sartén. Cada día hay argumentos de sobra para ir más allá de la Plaza de la Merced al encuentro de la Pasión, pero ninguno supera al Martes Santo, en el que el misterio se traduce en claveles blancos. Hubo lluvia, pero fue de pétalos al paso del Rocío, por más que cerca de las 21:00 la amenaza de chubascos quedara en algunas gotas y apenas tres o cuatro paraguas abiertos. A modo de aquelarre contra los malos augurios meteorológicos, durante la jornada de ayer no hubo espacio para un alma más en los seis recorridos procesionales: todo el mundo salió de sus casas para ver el esplendor de Rocío en el Altozano, la solemnidad del Cristo de la Agonía en Pozos Dulces, el titánico desfile a prueba de héroes de Nueva Esperanza, la luminaria perchelera de la Estrella, el arrebatador misterio de la salida del Rescate en la calle Agua y la populosa aclamación a Jesús de la Sentencia en la calle Frailes. Ayer quedó aún más claro que Málaga tenía ganas de Semana Santa; y que sin Semana Santa esta ciudad no se entiende.
Rocío
El gentío que a las 15:30 se agolpaba en la Plaza Marcelino Champagnat era diverso como los dones del Espíritu: había padres de familia presumiendo de móvil nuevo a los compadres del equipo de dominó, titas trinis orondas que se abrían paso a base de codazos y con un insufrible aroma a Nenuco, madres adolescentes que depositaban a sus bebés llorones en los brazos de abuelas vestidas con batas de leopardo, vendedores de globos que vendían el mismo Doraemon igual a 5 que a 6 euros, abuelos que no dudaban en rememorar en voz alta sus amplios recuerdos referentes a la Novia de Málaga, pandillas de jovencitos de poloflash y arrumaco pecaminoso y familias de indudable tradición catequética. Pero todos respondieron de igual modo cuando, tras la salida del Nazareno de los Pasos, la Virgen del Rocío se dispuso a tomar la curva y enfilar el Altozano. Hubo pétalos arrojados desde las ventanas, saetas, cánticos, lágrimas, abrazos, aclamaciones al grito de "¡Guapa!" y toda suerte de manifestaciones espontáneas. Después, en la Tribuna de los Pobres, la Dolorosa miró al tendido y los hombres de trono la mecieron como a una novia, como a la Novia de Málaga en brazos de su amado, aquella ciudad que le imploraba, que ansiaba su consuelo, que continuaba arrojando pétalos a su nuevo manto, blanco en su condición inmaculada. Más claves se deshicieron en Echegaray, con el aliento contenido en un puño bajo la advocación nocturna. Pero cuando verdaderamente celebró la Victoria el reinado de su Madre fue a su regreso, con un admirable orden en la procesión, bendecida la Virgen y reverenciado el Señor, repleto hasta los topes el Jardín de los Monos donde un letrero luminoso hecho a base de bombillas (otro clásico de esta estampa imprescindible de la Semana Santa malagueña) lo decía bien claro: ROCíO. No se puede abarcar tanto significado con una palabra.
Nueva Esperanza
Un barrio volcado con sus Sagrados Titulares salió ayer a la calle, se asomó a sus balcones para venerar a la Madre con pétalos de rosa y acompañó en su intensa penitencia a la Hermandad de Culto y Procesión de Jesús Nazareno del Perdón y María Santísima de Nueva Esperanza. La Parroquia de Santa Ana y San Joaquín, en Nueva Málaga, volvió a abrir sus puertas, como lo hace todos los Martes Santos desde 1997, para que se iniciase puntualmente el recorrido más largo de la Semana Santa Malagueña. Ayer, las previsiones de lluvia no atemorizaron a esta hermandad que realiza un desfile de once horas. "A la una ya me confirmaron que salíamos", comentó una de las hermanas que abría como nazarena la procesión junto a la Cruz Guía. Según sus datos, la predicción meteorológica daba "un 17% de lluvia entre las 23:00 y la 1:00", y aunque a esas horas la hermandad está en un punto de no retorno, en Carretería, el fervor podía más que la prudencia. "Aunque sales con las dudas, con el miedo", decía esta penitente que se enfrentaba al duro camino descalza. Los cofrades agradecían que tantos vecinos arropasen cada año a una hermandad tan joven. Llegó la hora señalada en el itinerario y la banda subió llenando de música la calle Magistrado Salvador Barbera para recoger al cortejo. Los nazarenos formaron la fila y de la casa hermandad, en calle Castillejos, asomó el Nazareno de tez morena, de corona de espinas y túnica de terciopelo y oro que carga con la pesada cruz aliviado por la misericordia del ángel. Aplausos y señales de la cruz entre creyentes que eran abuelos, padres, nietos y primos, el barrio entero parecía ayer conocerse. El Cristo de Nueva Málaga, reluciente bajo un sol que picaba, ya estaba en la calle pasadas las cuatro de la tarde y la Virgen de Nueva Esperanza lo hizo pocos después. Cuando la Señora del manto verde, que llegó a finales de los setenta desde la parroquia de Peñarrubia, el pueblo sumergido, se hizo con la calle a José le dio un pellizco. Después de ser hombre de trono durante diez años echaba de menos no estar bajo el varal. "La verdad es que es muy bonito", apuntaba. Y aunque hacer más de seis kilómetros con el peso a cuestas no son fáciles de soportar, para José todo el esfuerzo merecía la pena cuando a su regreso, a pesar de ser cuesta arriba, volvían nuevamente a las entrañas de un barrio entregado.
Penas
Ansiosos por llevarse prendidos momentos inolvidables, los malagueños anduvieron ayer por las calles retorcidas del trazado árabe para encontrar al final de Pozos Dulces, en la plazuela Virgen de las Penas, el oratorio de Santa María Reina. Desde allí la Cofradía del Santísimo Cristo de la Agonía y María Santísima de las Penas partió para realizar su recorrido procesional en una tarde que se oscurecía para volver a clavar las miradas en el cielo. El lugar, pequeño, parecía ensancharse para acoger a todo el que se acercaba cuando aún las puertas estaban cerradas. A las cinco y media el crujido de maderas anunció el inicio del cortejo y la banda de la Esperanza vistió el momento que hizo enmudecer a la plaza, repleta de fieles y curiosos, casi sin espacio para los nazarenos de terciopelo negro y burdeos. Diez minutos después sonaron las campanas por primera vez y el Cristo que agoniza en su sacrificio por el hombre fue sacado del oratorio con maestría. "Venga, cuidado con el escalón, vamos despacito", pedía el mayordomo de trono. "Seguid avanzando, bajamos, bajamos", ordenó para salvar la altura de la cruz, que rozó el marco de la puerta. "¡Qué maravilla de trono!", comentó un padre con su hijo, al que le explicó que en las esquinas, ante los faroles, se encuentran los cuatro evangelistas. El himno nacional cerraba la maniobra que recibía el aplauso de los congregados. El trono llenó toda la plazuela para comenzar su serpenteante recorrido de vías estrechas. Pero el Señor en su muerte nunca caminó solo. Su madre, la Virgen de las Penas, lo seguiría con paso firme y aroma vivo después de salir del oratorio con sus dimensiones ajustadas a la perfección. Como manda la tradición desde 1944, la Señora vistió su peculiar manto de hojas verdes y flores blancas. Este año, en el centro, la barca del Pescador. "La cofradía está loca por quitarle ese manto, pero los malagueños dicen que las tradiciones son las tradiciones", afirmaba una devota que presenció en silencio la salida, para recrearse en la singularidad de esta dolorosa bajo un palio verde bordado en oro. Cuando los Sagrados Titulares abandonaron la plaza, la gente se desplazó hasta la calle Fajardo para contemplar la difícil maniobra de la doble curva con Compañía. No importó el aplastamiento con tal de sentirlos tan de cerca.
Rescate
La calle Agua es una de las hermosas y a la vez más reservadas de Málaga. Todo lo que acontece entre la capilla de la esquina y la antigua mezquita constituye un misterio. El Señor del Rescate entra de lleno en el corazón de ese enigma y emerge del mismo cada Martes Santo como un Mesías que caminara sobre el océano. Pero lo que encuentra justo en este trance, superada la estrechez y alumbrado el camino a la Plaza de la Merced, es una Babel sin nombre: ayer asistieron a la salida procesional devotos de rosario en la mano y oración en los labios, mujeres musulmanas tocadas con el hiyab que admiraban el ritmo acompasado con el que los hombres de trono trasladaban el monumental conjunto escultórico, asiáticos que regentan los badulaques cercanos, nigerianos y senegaleses comulgantes de locutorios, turistas europeos y japoneses empeñados en llevarse la mejor foto y otras maravillosas criaturas. La Virgen de Gracia se mostró a los suyos en un trono mayor, con ocho varales, y su llegada a la calle Victoria resultó en consecuencia más hermosa, más plagada de equilibrios a la hora de hacer frente al espacio. Nadie quiso perdérselo en una Plaza de la Merced atestada, joven y vieja, propia y ajena, tanto en la ida como en el regreso, colmado éste de los celebrantes menos escrupulosos de la nocturnidad.
Sentencia
Ni un alfiler cabía en la calle Frailes a las 19:30. En el cruce con Ramos Marín, dos hombres discutían sobre la alineación que Del Bosque había presentado para el partido contra Francia. Los vendedores de agua, golosinas, juguetes, limones cascarúos y otros productos empujaban sus carros con soberana paciencia entre la multitud. La salida del Nazareno resultó bellísima, revestida de aplausos al amparo de la Banda de Música de Torredonjimeno. La Virgen del Rosario fue acunada por Álamos con un gusto reverencial, mientras en los shawarmas de la Plaza de Jerónimo Cuervo unos consumían sus falafel y otros se persignaban. El Señor de la Sentencia conmovió en su grandeza en la Tribuna de los Pobres, un enjambre de flashes y emociones. Suyo fue el mayor asombro de la madrugada, la mansedumbre del silencio cuando el jaleo se dio en las calles, al fin, por terminado.
Estrella
Comenzó a oscurecer para que la ciudad pudiera tener su estrella iluminando la velada del Martes Santo. Pero antes de que la Virgen perchelera saliera de la Parroquia de Santo Domingo para acompañar a su Hijo, unas dispersas gotas de lluvia hicieron presagiar lo peor. Después de que unos nubarrones amenazantes cambiaran el cariz de la tarde, el anuncio de lluvia parecía cumplirse y volvían los ojos a desviarse hacia lo más alto, en señal de plegaria, de humilde petición de tregua, la misma que el Lunes Santo hizo posible que todas las cofradías, sin excepción, cumplieran con su propósito anual. Por ello, cuando comenzó a retrasarse la apertura de puertas de la iglesia, la gente comenzó a impacientarse. El respiro de alivio vino diez minutos después, cuando el templo iluminado dejó marchar al cortejo de nazarenos blancos y estola negra que acompañaban al Nuestro Padre Jesús de la Humillación y Perdón con las cornetas y tambores del Cuerpo de Bomberos abriendo la procesión. Las campanillas anunciaron la salida y sobre el trono caoba de faroles de plata se meció el Cristo de la túnica blanca caída bajo los hombros y las manos atadas a la espalda en el momento en el que es despreciado por Herodes. "Mira, parece que va andando, qué paso más bonito lleva", comentaban los congregados en la Plaza de Santo Domingo. El gentío se calló para escuchar a la banda. Cincuenta minutos después de la hora señalada salió, reluciente, de estreno y con toda la candelería encendida, el trono de la Virgen de la Estrella. Los aplausos y la música cerraron el inicio del recorrido que terminaría siete horas después en su Casa Hermandad, en la calle Guadalajara.
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