Armamento militar

La Bomba del Zar, la bestia de las bombas nucleares que ya probó Rusia en 1961

Un documental sobre la bomba cuando fue probada en 1961

Putin está desbocado y todavía desconocemos cuál es la siguiente jugada en su escalada bélica. Si el pasado 27 de febrero ponía en alerta a su Gobierno para activar su arsenal nuclear, esta semana el Kremlin amenazaba con que cualquier cosa que no fueran sanciones sería ir a una guerra nuclear devastadora. Con el alto el fuego de estas últimas 24 horas todo parecía encauzarse, pero el ataque a Zaporiyia, la principal central nuclear de Europa, vuelve a generar escalofríos en la población

El arsenal que tiene Putin y Rusia es una incógnita por los recelos con el resto de las potencias mundiales, pero lo que sí genera verdaderas pesadillas es la Bomba del Zar, la RDS-220 o RDS-202. Se trata de una bomba de fusión de hidrógeno que se probó el 30 de octubre de 1961, en pleno apogeo de la Guerra Fría. Se puede ver un documental de la bomba en el encabezamiento de esta noticia para hacerse una idea de la potencia de esa bestia armamentística.

El efecto de la prueba de la Bomba del Zar se pudo sentir a más de 1.000 kilómetros de distancia desde el epicentro de la explosión, que llegó a los 64 kilómetros de altura y 100 kilómetros de diámetro de extremo a extremo.

La Bomba del Zar, o Tsar Bomba, es el dispositivo energético más potente jamás probado, por lo que si hubiera una hermana con más potencia el efecto es mejor ni imaginárselo.  

La bomba más grande jamás detonada por Rusia es esta bomba, una bomba de fusión o bomba H que hizo explosión el 30 de octubre de 1961, con una potencia de 50 megatones, 8 metros de largo y 27 toneladas de peso.

En estos momentos Rusia experimenta con una nueva Bomba del Zar de 100 megatones, de mayor poder destructivo.

75 kilómetros desde el punto de fusión: Las personas sufrirían quemaduras de tercer grado en la piel si sobrevivieran y daños en el sistema nervioso. La ola de calor hace que todo se incendie, la madera, la ropa, el papel, los plásticos. El calor sería tan fuerte que generaría quemaduras de primer y segundo grado, 

A 100 kilómetros de la explosión se expandiría la bola de fuego y crearía una onda de choque de alto impacto. Los edificios no se derribarían pero las ventanas reventarían de la presión.

En estas distancias entre el 50% y el 90% de quienes logren salvar la vida se enfrentarían  sufrirían en unas horas o semanas una muerte dolorosa por envenenamiento por radiación. Imaginen sesiones de quimioterapia a lo grande con  náuseas y fatiga, caída de pelo; los glóbulos blancos morirían y el sistema inmune se quedaría frito.

La lluvia radiactiva se quedaría pululando en la zona de la explosión durante décadas y el impacto ambiental y en el hábitat es incalculable.

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