Iván Fandiño fracasa ante la épica y la historia en Las Ventas

Iván Fandiño, en un muletazo a uno de sus toros en la encerrona de ayer en Madrid.
Iván Fandiño, en un muletazo a uno de sus toros en la encerrona de ayer en Madrid.
Javier López (Efe) / Madrid

30 de marzo 2015 - 01:00

Un desangelado e irreconocible Iván Fandiño no pudo cumplir con las expectativas creadas en Las Ventas, donde fracasó en su histórica encerrona con seis toros en solitario, sin lograr tan siquiera una ovación al término de sus seis faenas.

El torero de Orduña (Vizcaya), caracterizado por su poderoso y sincero concepto del toreo, fue, esta vez, una sombra errante por el albero madrileño.

El ganado -otro de los alicientes de la corrida por el elenco de encastes tan legendarios- no funcionó, todo hay que decirlo, pero a él se le vio como abatido de antemano, como si la responsabilidad de tan importante tarde le hubiera pesado cual losa de hormigón antes incluso de salir del hotel.

Memoria hay que tener, sin duda, pero no es suficiente para justificar el desánimo, el amontonamiento y la falta de ideas de hoy para tratar de, al menos, poner esa chispa tan necesaria para trascender a la gente cuando el toro no aporta lo que se espera de él, o cuando la tarde se pone tan cuesta arriba.

La historia deberá esperar a que Fandiño pueda plasmar una página firmada con su nombre. Lo que si fue histórico fue el lleno de no hay billetes que presentó la plaza de Madrid, con lo difícil que es llenarla fuera del abono de San Isidro, y más aún en el primer festejo del año, en Domingo de Ramos, con el inicio de la Semana Santa.

!Chapó por el aficionado!, que recibió con una cariñosísima ovación a Fandiño nada más romperse el paseíllo, aplausos que se mantuvieron nada más hacerse presente el primer toro de la tarde, de Partido de Resina, una pintura de animal que, sin embargo, se quedó en eso, en fachada, pues de raza y de fuerzas estuvo más bien en el límite.

Fandiño lo intentó, quizás apretándole demasiado en los primeros compases, y aunque logró tres pases aislados de cierto aroma, el conjunto no fue a ninguna parte.

No mejoró el panorama con el adolfo que hizo segundo, un animal con fijeza y buen son de salida, lo que hizo que Fandiño creyera en él, tanto que brindó al público, y empezó la faena en los medios y sin probaturas previas. Fue una primera serie de mucho aplomo, lo único reseñable de la faena, pues el toro empezó a apagarse y el vizcaíno ya no supo cómo meterle mano.

El cebada, que saltó en tercer lugar, fue un toro abanto de salida, tomando una primera vara en la querencia, y muy incómodo para la muleta: gazapeando, soltando la cara y sin terminar de emplearse, al que Fandiño no acabó de ver claro en ningún momento.

El momento álgido de la tarde vino en el cuarto, de José Escolar, cuando Fandiño, al ver que se le iba la tarde, trató de levantar a la gente luciendo al toro en varas, provocando un fervor que continuó en el tercio de banderillas.

Con todo el ambiente a favor, en cambio, Fandiño volvió a embarullarse, y el trasteo fue más bien un continuo quiero y no puedo ante el astado que más transmitió por el picante y el carbón que llevaba dentro. El toro perfecto para jugársela y trascender a unos tendidos que ya empezaban a desesperarse.

Las dos últimas faenas fueron ya un fiel reflejo de su estado de ánimo. Con él paradito sobrero de Adolfo Martín apenas pasó de las probaturas, y con el mulo rajado de Palha optó por abreviar entre la pitada más triste y dolorosa de cuantas haya podido escuchar.

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