Crónica de la corrida de Miura en la Maestranza

La gesta echó en falta a la épica

  • Cuando los toros de Miura no asustan a nadie, el guiso sabe a poco

  • Manuel Escribano se fue en tres portagayola, banderilleó a todos y sólo cortó una oreja

Las portagayolas fueron una constante durante toda la tarde.

Las portagayolas fueron una constante durante toda la tarde. / José Angel García (Sevilla)

Programada como traca final de una Feria que resultó extraordinaria la miurada para un solo espada, el invento salió de regular para abajo y eso a pesar de la indiscutible disposición del protagonista. Ocurre que cuando una corrida de Miura no asusta a nadie, la cosa no resulta y si además pasa que el festejo dura casi tres horas, pues todo se hace cuesta arriba y el ladrillo maestrante se convierte en un suplicio de duro e incómodo que es.

La historia de lo que se pregonaba como una gesta heroica estuvo ayuna de épica por obra y gracia de lo que vino de Zahariche. Con Escribano a pecho descubierto y que sacó a relucir una enorme generosidad por lo que quiso lucir a los toros en el caballo, la corrida tuvo lo que nunca es aceptable en una de Miura, que sólo sea el torero el que intente emocionar. Yéndose en tres toros a portagayola, banderilleando a los seis con un repertorio amplísimo, Escribano salió con el pie en el acelerador desde el primer momento, pero los toros llegaban a la muleta dando cabezazos o parándose. Funcionaba la comunión entre torero y público desde el paseo para darle una sostenida ovación al finalizar. Todo estaba de cara para que la gesta se redondeara con un triunfo que catapultara a Manuel al sitio que debe recobrar, pero el torero dispone y el toro descompone.

Manuel Escribano dando la vuelta al ruedo con la oreja. Manuel Escribano dando la vuelta al ruedo con la oreja.

Manuel Escribano dando la vuelta al ruedo con la oreja. / José Angel García (Sevilla)

Y ese viejo dicho iba a ser la tónica de toda la tarde para que surgiese otro dicho muy taurino, el de no hay quinto malo. Se llamaba Remontista, bien que hizo honor al lugar que ocupaba y, por supuesto, al nombre. La tarde se remontaba con Remontista, invitó a Fernando Sánchez, que había estado enorme en el tercero junto a José Chacón, a compartir tercio de banderillas y todo se encarriló. Manuel se reencuentra con el recuerdo de Cuajadito y casi con el de Datilero para gustarse en unas series de redondos y de naturales que tuvieron cite, embroque y remate. Lástima que la estocada cayese desprendida, por lo que el premio iba a quedarse en una sola oreja. La plaza, casi toda la plaza, estuvo toda la tarde empujando en pos del éxito, pero acertó Gabriel Fernández Rey en dejarlo así. La bronca fue de órdago a la grande, pero a los toros hay que matarlos por arriba y el público debe así entenderlo.

Fue lo más lucido de la tarde y eso que Manuel no se dejó nada en el hotel. Muy encomiable que a pesar del esfuerzo físico que exige una encerrona banderillease a los seis. De poder a poder, cuarteando, de dentro a fuera, al quiebro, al hilo de las tablas o al violín, el torero dio una variada disertación en el tercio de banderillas. Sólo se alivió invitando a Chacón y a Sánchez, incluso se esperaba que hiciese lo propio con Javier Ambel, pero no lo hizo. Y pasó que cuando mejor estaba con ese Remontista se quedó sin aire y hubo de aparcar la faena. La reanudó tras un respiro junto a la barrera, pero para entonces ya había parado de tocar la banda y nada fue igual. No obstante, cuajó una tanda de naturales de frente que volvió a poner las cosas en su sitio.

El gerenense también dejó bonitas estampas con la muleta. El gerenense también dejó bonitas estampas con la muleta.

El gerenense también dejó bonitas estampas con la muleta. / José Angel García (Sevilla)

Sin duda, esa faena al quinto fue el vértice más agudo de la corrida. Y fue una pena que tres portagayolas, tantos pares de banderillas y tantos arrimones sólo tuvieran el saldo de esa oreja del quinto toro. Estuvo a punto de redondear la tarde con el sexto, al que tras recibirlo en chiqueros iba a cuajarle los mejores lances de la tarde. Con la plaza aún más dispuesta por sentirse agraviada por el palco, Manuel sintió que aquello podía terminar de muy buena manera. Le brindó el toro al futbolista Joaquín, inició la faena de rodillas, pero el toro empieza a blandear y a acabarse, por lo que sólo logra lucirse en una tanda de naturales como con sacacorchos a un toro que se niega en redondo a embestir. Y así acabó la tarde soñada por un torero que se merece todo lo que quiera. Machacado a cornadas, Manuel Escribano quiso escribir una gesta heroica en la Maestranza, pero si el temible toro de Miura no asusta a nadie, la épica falta a lista y lo que se programó de una forma acabó de otra.

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