Juan Antonio Ruiz 'Espartaco'. Torero

"Si hago el ridículo hoy, no tendré ya otro momento para demostrar nada"

  • Adiós al calendario de soledades y sufrimientos. Adiós a la lucha titánica en el ruedo. 36 años como matador de toros vestido de luces con la sombra de una cruel lesión de rodilla que casi le deja cojo y que superó tras cinco operaciones y un sacrificio desmedido. Hoy, a los 52 años, se corta la coleta Juan Antonio Ruiz 'Espartaco' en una tarde en la que ofrecerá "el máximo en mi entrega".

-Juan Antonio, ¿este retorno con despedida es una locura?

-(Esboza una sonrisa) No paran de decirme que es una locura. A quien más le ha afectado es a mi padre, que no lo veía con buenos ojos.

-¿Qué le motiva a hacerlo?

-(Concentra la mirada y mira al frente) Después de no llegar a un acuerdo la empresa con otros compañeros, un conflicto que no entiendo y en el que todos tendrán sus razones, me pidieron el favor de que hiciera un gran esfuerzo. Tenía ilusión, pero no la intención. Lo pensé. Mi padre y mis hijos estaban en contra. Ante esa duda en mi conciencia de que no he sido capaz y no he dado el paso y he dicho que no... Prefiero todo lo malo que venga estando, a todo lo bueno que fuese sin estar. Es un tema personal. Profesional, ya no busco nada. Después de esto no habrá nada más grande.

-¿Le pasará la afición de Sevilla factura a los toreros que no vienen?

-No. La afición de Sevilla tiene una gran sensibilidad. Son toreros extraordinarios. Cuando vuelvan los recibirá con una gran ovación. El Juli es una grandiosa figura del toreo. Perera pisa un sitio que puede con todos los toros. Talavante, exquisito. Y Morante, con dos lances y veinte pases no se acuerda nadie de nada.

-Analice el cartel.

-Manzanares como torero es magnífico y como persona de las mejores que he conocido. Mi debut en Sevilla fue con su padre y Curro Romero. Por tanto, ese día va a ser muy especial. En cuanto a Borja, le dí la alternativa a Agustín de Espartinas, me hubiera gustado habérsela dado a su hermano -Javier Jiménez-, no pude porque me operaron entonces de las cervicales. Hubieran sido tres alternativas a tres paisanos. Borja ha salido por la Puerta del Príncipe y se la ha ganado por méritos propios. La ganadería de Juan Pedro Domecq gusta a todos los toreros, aunque si el toro plantea dificultades da igual de quien sea. Mentalmente siempre piensa uno que te va a ayudar o te va a embestir más y darte más posibilidades para el triunfo.

-¿Cómo ha vivido estas horas próximas a la cita?

-(Mueve ligeramente la cabeza) No se descansa bien. Pero no es por el toro. Es por la responsabilidad de la plaza.

-¿Quién le cortará la coleta?

-No lo sé. Me gustaría que fuera mi hijo. Es la primera vez que me verá en la Maestranza. Espero que los nervios no le impidan hacerlo. Dependerá de la situación.

-¿A quién brindará su último toro?

-No tengo nada pensado. Lo que nazca del corazón.

-¿Siente unos nervios o un miedo especiales?

-(Seriedad en su rostro) Tengo mucho más miedo que en el resto de mi carrera por una razón: es mi debut y mi despedida. Si hago el ridículo hoy, no tendré ya otro momento para demostrar nada.

-¿En qué momento suele pasar más miedo?

-Los días antes de la corrida y en el patio de cuadrillas, antes del comienzo.

-¿Qué es el valor?

-Para este día no tengo valor. Tiraré de amor propio.

-¿Cómo afrontará la tarde?

-Como venga. En función de las posibilidades físicas y del toro.

-¿Se le quedó algo en su carrera que pueda ofrecer el Domingo de Resurrección?

-No. Pienso que toreo mejor ahora. Es lo que voy a intentar. No vengo a regatear esfuerzos.

-¿Habrá límite?

-(Me mira fijo a los ojos) No. La máxima entrega. No sé si será lo que la gente espera de mí, pero desde luego daré el máximo en mi entrega, que quede claro.

-¿Qué queda hoy de aquel niño que se marchó a América para hacerse torero?

-Todas las ilusiones se han visto cumplidas. Ahora nada más que me queda la ilusión de cumplir con mi deber. Como persona sigo siendo el mismo. El silencio, la capacidad, el respeto. Yo confío mucho en Dios y en el tiempo. Lo que más valoro es el perdón porque nadie es perfecto.

-Sus mejores faenas.

-Han sido muchas. La gran faena, la perfecta, no la he llegado a hacer.

-Cuando estaba a punto de hacerse banderillero cuajó al toro Facultades, de Manolo González ¿Cómo lo vivió y cómo lo valora hoy?

-Lo viví con tranquilidad. Con más tranquilidad que estoy viviendo esta última corrida. Entonces no tenía nada que perder. Tenía pensado hacerme banderillero para llevar un sueldo a mi casa. Ahora sí tengo mucho que perder.

-El público y la afición de Sevilla.

-Es mi educación taurina. Dentro de lo que me haya podido enseñar mi padre y los grandes toreros, la afición de Sevilla me lo ha dado todo. Cuando de niño, Eugenio, de la empresa, me daba un pase de servicio para ver las corridas es lo que he vivido, la educación taurina. Es mi gente. Me han enseñado a vivir, a catalogar y a decir cómo tiene que ser el toreo.

-¿Y qué es el toreo?

-El toreo, ante todo, es grandeza, grandiosidad y profundidad en lo que hagas. De ahí nace la emoción. Y para ello tienes que tener tu propia personalidad para poder transmitir lo que estás haciendo. No hay que fijarse mucho en los cánones. Hay que torear con sentimiento.

-¿Qué ha buscado en el toreo?

-La felicidad y hacer feliz a mucha gente.

-Su padre le abrió el camino. ¿Qué le ha aportado y hasta qué punto ha sido clave en su éxito?

-Es un romántico del toro. No quiere saber de otra cosa. Para convivir con él, el esfuerzo ha sido el de mi madre. Tiene 74 años y torea todas las mañanas. Sin mi padre no sé si hubiera llegado o no, pero sus conocimientos y la constancia de seguir haciendo esfuerzos y entrenando me los ha inculcado mi padre.

-Lo más duro en su carrera.

-Mi lesión de rodilla. No poder torear durante cuatro años. Cinco operaciones, viviendo tres años en Barcelona, dos operaciones en Sevilla, una en Estados Unidos. Gracias al toro salí de ello.

-En aquella época me dijo que había conocido a sus grandes héroes.

-Sí. Te das cuenta que hay personas que lo pasan mucho peor. De niño tuve mis héroes. Pero en esa etapa me di cuenta en los hospitales de esos otros héroes, esas personas capaces de luchar al máximo para salir adelante con trabajo, esfuerzo y dolor. Esos triunfos no se veían de cara al exterior, pero eran magníficos.

-En Estados Unidos, los de la NBA no daban crédito a que su profesión consiste en quedarse quieto, no en correr...

-(Sonríe) Aquellos gigantes del baloncesto creían que yo me operaba para recuperar la rodilla y ganar la carrera de Pamplona, pensaban que quería llegar primero en los Sanfermines y que me premiaban con una medalla de oro. Cuando les enseñaba fotografías no daban crédito a lo que es capaz de hacer un hombre delante de la cara de un toro.

-¿Cómo ha vivido los éxitos y los fracasos?

-Sin los fracasos no se tienen éxitos. Ambos van unidos y hay que darles la misma importancia.

-¿Con qué toreros se ha motivado más en la competencia?

-Con todos. Sin la importancia de ellos, lo mío no hubiera tenido ningún valor.

-Sus ganaderías predilectas.

-Me daba igual. Mataba de todo.

-En la soledad del ruedo, ¿cómo escudriña al toro?

-(Saltan chispas en su mirada) Fundamentalmente me fijo en su mirada. Si no te da miedo en ese momento, puedes descubrir sus intenciones, la agresividad, la nobleza. Las ganaderías pueden ser buenas o malas, pero hay una cosa que tiene que tener el toro: fijeza.

-Y en esos momentos clave, ¿se palpa de cerca la muerte?

-No lo piensas así; pero que te puede ocurrir algo, lo sientes en muchas ocasiones.

-¿Qué le impone más: el toro o el público?

-El toro en lo físico. En lo emocional y en el corazón, el público; no por miedo, si no por el respeto que le tengo.

-¿Qué es lo más importante que le ha dado el toreo?

-El valorar la vida. Si quiere Dios que llegue el Domingo de Resurrección, a las diez de la noche seré el hombre más feliz porque habré cumplido con mi obligación, una vez más, un objetivo importante de mi vida. No es un objetivo profesional. Es un objetivo personal.

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