Tercera novillada de promoción de la Real Maestranza
  • El novillero de Arcos sobresale por encima del bajo nivel ganadero y artístico en el último festejo clasificatorio

  • Francisco Mazo, Mariscal Ruiz y Javier Zulueta formarán la terna de la final del próximo jueves

Ángel Pérez, luz en la tiniebla

Resumen de la tercera novillada de promoción de la Real Maestranza / Toromedia

A la tercera, dicen, debería ir la vencida. En los rescoldos de la enésima ola de calor se jugaba la última oportunidad para optar a uno de los tres puestos de la gran final. Pero en la mente de los aficionados y en las notas del jurado de asesores ya figuraban algunos nombres destacados -se habían cortado cuatro orejas de distinto valor en el ciclo- pero brillaba con luz propia la ilusionante presentación de Javier Zulueta, que partía como claro favorito en estas componendas.

El principal reto de este postrer sexteto de aspirantes pasaba, precisamente, por igualar o superar el eco de esas actuaciones y meter la cabeza en esa terna de finalistas que se disputarán el preciado traje de torear que regala la Real Maestranza pero, sobre todo, la victoria de este XXXVI ciclo de promoción de nuevos valores de la torería que debe abrir otras puertas. Entre unas cosas y otras -ni el juego del ganado ni el nivel de algunos chavales estuvieron a la altura- sólo Ángel Pérez barajó opciones reales. El veredicto estaba más o menos claro y al final del festejo se aventó esa primera criba. Los elegidos, que dirimirán el podio definitivo el próximo día 27, son el mentado Zulueta, Francisco Mazo y Mariscal Ruiz.

¿Qué contar de la tropa anunciada? Desde Málaga, y de la mano de un torero malagueño como Javier Conde, aterrizaba Fran Jerez. Tuvo que salir a los medios para recoger al primero, muy emplazado, que cazó al subalterno Luis Martí en banderillas. El animal, tardo y bruto, siguió dando problemas y el hombre volvió a cruzar el ruedo para plantear una faena con vocación de arte y ensayo en la que tuvo que bregar, no sin firmeza, con la definitiva mansedumbre de su enemigo que le acabó dando un susto; también a Martí, que volvió a cobrar cuando trataba de dar la puntilla.

Un sevillano forjado en Ronda, José María Rosado, sorteó un segundo abantito, berreón y un punto informalete que, eso sí, humilló con cierto picante en la muleta del chaval, que anduvo por allí con voluntad pero sin acabar de tocar todos los resortes ni resolver los problemas de un animal que demandaba otra calma, un trazo más seguro, un planteamiento definido...

El tercero en liza era el aspirante toledano Miguel Losana y para él un novillo algo más escurrido que no tomó del todo mal los capotes en la brega. Losana, solvente, le paró los pies en el inicio de una faena más o menos aseada pero demasiado despegada y precavida. Y ya saben el dicho, para torear y casarse hay que arrimarse...

Madrileño, y de la moderna escuela Yiyo, era Joel Ramírez, que apenas pudo lancear a un cuarto, aparentemente lastimado, que llegó a la muleta brincando como un buey de rodeo. El chico bastante hizo con andar por la cara, firme de plantas, intentando hacer las cosas mucho mejor de lo que merecía el bicho. El novillero algabeño Carlos Tirado, por su parte, lanceó con buen aire al quinto cuando la novillada parecía sentenciada sin remedio. Roque Vega se lució con los palos y Tirado -bien arropado por sus paisanos- mostró temple y buenos modales, también el lógico verdor profesional. El bicho, a menos, acabó acortando los viajes, protestando mucho. Hasta le echó mano al final. Total, que tampoco pudo ser.

Ángel Pérez, de Arcos de la Frontera, había acudido al certamen en representación de la escuela de Ubrique. Maneja con gusto el capote pero la brusquedad del eral de Lora Sangrán, protestón y rajado, iba a ponerse a la contra. Ángel le buscó las vueltas en el inicio de una faena asentada y bien trazada que fue, con mucho, la mejor de la noche en fondo y forma. No se libró de un susto pero acabó dejando un puñado de naturales de excelente dibujo y las ganas de verlo más pero sobre todo con mejor material. La espada entró a la primera; la oreja fue de cajón. Era la quinta de estos tres festejos clasificatorios.

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