Unicaja, una radiografía más nítida

La derrota ante el Baskonia mete más tensión para los próximos partidos para garantizar la presencia en la Copa del Rey y también muestra campos de mejora

Con menos margen a Madrid

La plantilla, tras el Unicaja-Baskonia.
La plantilla, tras el Unicaja-Baskonia. / Carlos Guerrero

La derrota ante Baskonia ha servido para alterar el clima de tranquilidad que rodeaba al Unicaja en las últimas semanas, pero sobre todo ha funcionado como una radiografía más precisa del momento que atraviesa el equipo. No tanto por el resultado ni por cómo se escapó el partido, sino por lo que revela cuando el contexto se vuelve exigente y el margen se reduce. El conjunto malagueño llegaba a este encuentro después de sumar varias victorias de mucho mérito en la Liga Endesa, varias de ellas ellas lejos de Málaga y en escenarios complejos. Triunfos que habían reforzado la confianza del grupo y sostenían una clasificación cómoda, con un balance que invitaba a afrontar el calendario con cierta calma. Ese recorrido reciente habla bien del trabajo realizado y de la capacidad del equipo para competir incluso sin alcanzar siempre su mejor versión.

Este Unicaja está todavía en una fase en la que las cosas buenas aparecen más a ráfagas que como un continuo. Ante Baskonia hubo picos de muy buen baloncesto, con un dominio claro y una ventaja de 17 puntos que también tuvo que ver con el desgaste extremo de un rival que llegaba muy limitado (o achicharrado) a Málaga. En esos momentos, el equipo ejecutó bien su plan, encontró ventajas y transmitió sensación de control. El problema llegó cuando ese nivel no se sostuvo en el tiempo. Al Unicaja le cuesta todavía fijar un suelo alto durante los partidos, mantener la agresividad y el oficio cuando ya ha hecho lo más difícil. Esa consistencia será un proceso gradual, pero lo que no se puede permitir es dejar con vida a un rival en un contexto tan favorable, con nueve jugadores en rotación (alguno sin contar) y una desventaja tan amplia. Ahí aparece la falta de empaque, de esa capacidad para cerrar los partidos con autoridad, para convertir el dominio en sentencia. Este equipo, ahora mismo, no tiene esa arma destructiva que permita resolver a base de pim pam pum cuando el rival está tocado, y eso exige una mayor dureza mental y competitiva para no abrir la puerta a remontadas evitables. De momento.

La derrota ante Baskonia reduce el margen de error y añade un punto de tensión a un calendario ya de por sí exigente. Pasar de una situación de relativa comodidad antes de visitar al Real Madrid, del 8-3 a un 7-4 todavía notable, pero donde el calendario sofoca (Madrid, Joventut, UCAM o Valencia, algunas pirañas antes del corte de Copa). No es una cuestión de alarma, pero sí de atención. También deja al descubierto algunas realidades del presente del equipo. El reparto de minutos, parte esencial del sello, convive ahora con una cierta asimetría en los pesos del grupo. Hay jugadores que están asumiendo más protagonismo y otros que todavía se encuentran rezagados dentro del plan. Se necesita volver a enchufar a Kendrick Perry, el interruptor del equipo y que ahora mismo está lejos de su mejor versión. Más dos fichajes que se han metido en el grupo de golpe. Es una diferencia clara respecto a temporadas anteriores, cuando prácticamente cualquiera de los catorce podía asumir el rol de referencia o convertirse en capitán general en un momento dado. Esa virtud, tan determinante el curso anterior, hoy no está plenamente instalada y el equipo se encuentra aún en la búsqueda de ese equilibrio.

En este contexto, la actuación de Chris Duarte aparece como la nota más positiva del partido. El dominicano ofreció liderazgo y soluciones, pero su peso en el juego también deja una lectura que merece reflexión. No tanto por el volumen de tiro, sino por el tiempo que pasa con el balón en las manos. Que Duarte tenga que construir tantas ventajas desde la iniciativa propia no siempre es una señal positiva. El objetivo debe ser que el balón le llegue en situaciones favorables, fruto de la circulación, del movimiento colectivo y de ventajas previamente generadas, y no que sea él quien tenga que fabricarlas desde cero de forma constante. Ahí reside uno de los grandes retos del Unicaja actual. Conseguir que el equipo provoque esos escenarios favorables y que sus jugadores determinantes aparezcan en el momento adecuado, dentro del flujo del juego, y no como solución de emergencia. Ese equilibrio es el que permitirá crecer sin depender de esfuerzos individuales prolongados.

Nada de esto invalida lo conseguido hasta ahora. Al contrario, pone en valor el camino recorrido. Pero también recuerda que el equipo aún no está preparado para sostener determinadas exigencias sin perder fluidez ni continuidad. Frente a rivales con experiencia, talento y carácter competitivo, un Euroliga por sintetizar, cualquier desconexión se convierte en un problema mayor. El partido ante Baskonia debe entenderse como un aviso útil. Un recordatorio de que, por muy bien que se haya competido en las últimas semanas, todavía hay aspectos por afinar. El gen permanece, pero hace falta algo más. Escuece ese +17 y dejarlo pasar. Otra cosa es el factor Markus Howard final, pero lo pudo evitar en parte el equipo malagueño. Por no cerrarlo, o matarlo, como decía Ibon tras la derrota.

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