Unicaja-Real Madrid: El cielo es verde y morado (93-79)

El Unicaja completa un partido antológico para triturar al Real Madrid y coronar la tercera Copa de su historia en una inolvidable exhibición para los anales

La fiesta en Málaga

El Unicaja celebra el título.
El Unicaja celebra el título. / ACB Photo

Las Palmas de Gran Canaria/El baloncesto según Unicaja. El cielo es verde y morado, lo tiñe la obra perfecta de Ibon Navarro y un grupo de animales competitivos en un partido antológico en el que ha triturado al Real Madrid (93-79) en una lección inolvidable de este deporte, es imposible jugar mejor. Los grandes, el equipo que sólo juega finales para ganarlas, son los de Málaga, el orgullo de una ciudad que vibra con esta fábula con la que hay que pellizcarse. No ha sido una sorpresa, no ha sido una conjunción de circunstancias favorables que produce una carambola. Es llegar a una competición como el mejor equipo de la primera vuelta y ganar por más de 10 puntos de media los tres partidos de un fin de semana inolvidable en Las Palmas de Gran Canaria. Y hacer añicos al mejor del continente en la última década. Sin sufrir, gobernando desde el minuto 1 al 40, dejando el marchamo de un equipo de culto y leyenda. Algo que sólo está habitualmente al alcance de Real Madrid y Barcelona. Ganar dos copas en tres años.

El arriba firmante ha seguido en los últimos 25 años al Unicaja, lo ha contemplado jugar en las mejores pistas de España y de Europa, ganar títulos y tumbar a los mejores. Pero nunca había visto jugar de esta manera, tan bien durante 40 minutos, a este deporte. Fue la final perfecta, una maravilla inigualable. Una cátedra de baloncesto, desde Ibon Navarro y su fabuloso staff hasta una plantilla que sigue el plan de una manera febril, repartiendo minutos, haciendo que todos se sientan importantes. Y que es capaz de empequeñecer al Real Madrid en el territorio en el que el club blanco no tiene rival. “Esperemos que sea diferente a la final de la Supercopa en Murcia, nos dieron un baño”, decía Sergi Llull. Llevaba razón el orgulloso capitán blanco. Fue aún mejor.

Sobre la pista bailan y botan los jugadores del Unicaja después del bocinazo final. Cantan y tocan “Mi gran noche” Los Mihitas, después el himno en bucle. Y los papelillos amarillos pueblan el parqué con Alberto Díaz, sexto título con la camiseta del club de su vida, un icono definitivo de este entidad. No pudo jugar la segunda parte, lesionado. Su labor la hizo en la semifinal con quizá el mejor partido de su vida vestido de verde. Y siguió su labor inyectando en vena el espíritu ganador con charlas con sus compañeros. Mientras en el hall del Hotel Iberia, sede de los equipos, el staff del Real Madrid parecía distendido, seguramente con el hábito de las finales tan asumido que le confieren normalidad, las caras de los jugadores cajistas denotaban la concentración de un equipo que sólo conjuga el verbo ganar.

El partido tuvo muchos matices técnicos y tácticos, aunque es complicado centrarse en ellos cuando brota tanta emoción, cuando se juega tan bien al baloncesto desde el sentido estético y plástico. Salió el Unicaja de manera excelente. Tardó 20 minutos en meter dos triples ante el Tenerife, esta vez los había enchufado a los dos minutos. Con las ideas claras sobre cómo parar a Campazzo, cómo desconectar a Tavares, cómo frenar al más imprevisible, Hezonja. Y sin olvida la filosofía. Correr, correr, correr. Ritmo, ritmo, ritmo. La pelea por el rebote era lo que mantenía al Real Madrid en el partido. Dominaba 10-23 al descanso pese a que el Unicaja iba arriba (39-36), tras una canasta de Carter.

Habían cogido peso en el partido Taylor y un Kravish descomunal, que le hace mucho daño a Tavares con su letal tiro desde la media distancia, esta vez ampliada a la larga para meter cinco triples que son una daga en la defensa blanca. Tanto Unicaja como Real Madrid habían decidido sus partidos de cuartos y semis en el tercer cuarto, cuando se eleva el nivel y ya se distancian los buenos de los excelentes. Y ahí marcó la diferencia el Unicaja. Marcó por primera vez 12 puntos de renta (56-44). Volvió el Madrid a seis puntos y Hezonja falló dos tiros libres que fueron árnica. Tuvo poso el Unicaja para encontrar soluciones. Y suelen estar en la fe en el estilo. Hubo una jugada, recuperada la diferencia, que fue reveladora. Con 72-60, el cuerpo pide pausa y calma, dejar pasar el tiempo. Perry, el jugador que define la idea, partió a su defensor y en el segundo seis de la posesipón lanzó un tiro no sencillo desde media distancia. Y la metió. Explicaba Ibon que la mayor productividad del equipo llega cuando se consigue lanzar antes de los siete segundos de posesión. El equipo es corazón, pero también tiene detrás un ingente trabajo de estudio para maximizar las cualidades del grupo. Los minutos finales fueron un paseo, con recital de Perry para coronarse como MVP de la competición, con una final soberbia. Podrían haberlo sido también Kravish y Taylor. Realmente, lo es todo el equipo, la suma de todos mejora a cualquier jugador. Y así es este Unicaja, equipo de culto y leyenda que juega para la historia. Y no olviden que su objetivo es ganar la ACB.

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