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Arnaiz, beato de los corralones

  • El jesuita promovió la educación básica y la evangelización en zonas rurales y en las barriadas necesitadas durante sus años en Málaga

Retrato del padre Arnaiz realizado por Raúl Berzosa, durante la exposición dedicada al sacerdote en las dependencias de la Compañía de Jesús.

Retrato del padre Arnaiz realizado por Raúl Berzosa, durante la exposición dedicada al sacerdote en las dependencias de la Compañía de Jesús. / m. h.

La figura de Tiburcio Arnaiz quedará vinculada para siempre a Málaga a partir de este sábado, 20 de octubre. La beatificación del sacerdote jesuita en el interior de la Catedral, donde se descubrirá una reproducción a gran tamaño de la pintura realizada por Raúl Berzosa para la ocasión, se guardará en la memoria de una ciudad que verá, por primera vez, la subida a los altares de uno de sus más venerados religiosos.

Su legado se mantiene vivo en la ciudad desde que, en la noche del 18 de julio de 1926, falleció en la capital. Durante tres días estuvieron expuestos sus restos mortales en la iglesia del Sagrado Corazón y, antes de su sepultura, fue procesionado por el centro histórico. Los comercios cerraron aquel día y un cortejo compuesto por autoridades religiosas, civiles y militares acompañaron al féretro hasta su inhumación en el crucero derecho del templo.

Pero, ¿qué obras han hecho posible que el padre Arnaiz alcance su beatificación? Sus orígenes humildes marcaron su vida sacerdotal. Nacido en Valladolid el 11 de agosto de 1865, en el seno la familia de tejedores formada por Ezequiel y Romualda. Ambos decidieron el nombre de su hijo según marcó el santoral, siendo bautizado dos días más tarde en la parroquia de San Andrés.

Con sólo 5 años quedó huérfano de padre y su progenitora tuvo que hacerse cargo de la vida familiar de Tiburcio y su hermana Gregoria. A sus 13 años ingresó en el seminario de Valladolid para continuar sus estudios. Sus compañeros de clase destacaron que tenía talento, aunque estudiase minutos antes de cada examen. Para colaborar con la economía del hogar comenzó como sacristán en el convento de Dominicas de San Felipe de la Penitencia. Las religiosas destacaron su virtud desde antes de su ordenación sacerdotal, si bien en casa se temía por su posible falta de vocación.

Fue ordenado sacerdote el 20 de abril de 1890 en su ciudad natal. Se le confió primero la misión pastoral de la parroquia de Villanueva de Duero, en Valladolid, y después, durante nueve, la de Poyales del Hoyo, en Ávila. Durante aquellos años dedicó su tiempo a obtener la Licenciatura y el Doctorado en Teología en la ciudad de Toledo.

Sin embargo, el fallecimiento de su madre lo llevó a tomar una decisión: cambiar su vida parroquial por la sacerdotal en la Compañía de Jesús. En 1902, con 37 años, se trasladó a Granada para iniciar el noviciado de la orden. Dos propósitos hizo en este tiempo: "No pedir nunca nada y contentarme con lo que me den" y "nunca me negaré a ningún trabajo, bajo ningún pretexto".

Durante estos años, y antes de tomar los primeros votos en 1904, comenzó su contacto con las Misiones Populares, a fin de evangelizar a las clases más bajas. Fue destinado a Murcia, donde tuvo contacto con los jóvenes de campos y pueblos que iban a la ciudad a trabajar, procurándoles techo y formación religiosa.

En 1911 viajaría a Loyola para realizar la Tercera Probación y, tras una breve estancia en Canarias y Cádiz, su destino quedó vinculado con Málaga el 15 de agosto de 1912, pronunciando sus últimos votos en la capilla del colegio San Estanislao de Kotska en la barriada pesquera de El Palo.

Viajero incansable para transmitir el Evangelio en los lugares por donde pasaba, su actitud de servicio era señalada por los fieles, quienes ya apuntaban el olor de santidad que sería característico en su muerte. Sin embargo, las visitas a las zonas marginales de Málaga fueron esenciales para su ministerio. En la calle Cañaveral, reducida al recuerdo hoy en El Perchel, instaló una casa para la acogida de mujeres con pocos recursos. Promovió la apertura de la Librería Católica en Málaga y ahondó en la situación de los corralones, donde impulsó la educación de sus habitantes.

Para ello, alquilaba o solicitaba algunas de estas estancias donde ubicaba las escuelas con las que enseñar a leer y escribir, así como cultura general y nociones básicas de fe. Al frente de estas "migas", nombre con el que se conoció a estos espacios, dejaba a personas de confianza para continuar con su misión en otros entornos desfavorecidos.

Ese mismo modelo de colaboración traspasó las fronteras de la capital y se instaló en las zonas rurales, a las que seguiría la estela del cardenal Herrera Oria años más tarde con las escuelas-capilla. La obra de las doctrinas rurales, contadas por Antonio Membibre, servían a los más necesitados con la satisfacción propia del religioso jesuita: "todo le gusta, todo le asienta, no tiene comodidades ni pereza ni necesidades, una gran voz, potente, incansable, predicando todo el día y toda la noche, vida de penitencias, sacrificios y humillaciones, en verdad atraen sobre él las gracias que por su ministerio Dios derrama a torrentes".

En los pueblos reorganizaba o fundaba asociaciones para mantener la vida de piedad, como Congregaciones Marianas, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Apostolado de la Oración o la Adoración Nocturna, y si había algún convento atendía a las religiosas. En Ronda promovió la fundación de un Carmelo, obra que cuidó en todos sus detalles hasta la inauguración que resultó ser el mismo día de su entierro.

En 1926, predicando una Misión en la localidad gaditana de Algodonales, se encontró indispuesto. Tras diagnosticarle bronquitis y pleuritis, Tiburcio Arnaiz solicitó su traslado a Málaga. Sabiendo su final cerca, el 10 de julio le administraron los sacramentos para fallecer ocho días más tarde. Desde entonces, su tumba mantiene constante actividad de fieles que esperan ver, en apenas unos días, al futuro beato elevado a las alturas.

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