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El gigante de gran corazón

  • Schortsanitis, buen amigo desde la adolescencia de Kostas Vasileiadis, intenta encontrar estabilidad en Tel Aviv tras una etapa bastante errática Comparten vivencias exitosas

En el incendiado Maccabi llega en su seno el gigante griego Sofoklis Schortsanitis. Baby Shaq, por su parecido físico con Shaquille O'Neal cuando empezaba, o Big Sofo, como se le llama en Grecia, son sus nombres de guerra. 2.06 metros y en torno a los 160 kilos, con picos en los que llegó a sobrepasar hace años los 200, motivo por el que el presidente del Olympiacos le mandó a una clínica en Suiza para reducir su peso. "No es cuestión de forma o de deporte, es su vida la que corre peligro", dijo entonces Panayotis Angelopoulos. Su carrera ha sido guadianesca. Esa tremenda masa le ha causado problemas de rodilla y ha alternado brillos con desapariciones.

Su imponente físico, con una inusual mezcla de volumen y rapidez, le ha dado quizás más disgustos que alegrías en su carrera, que se acerca a su madurez camino de los 30 años. Esa peculiar coincidencia ha propiciado una reducida presencia de minutos en pista, en los que ha concentrado su producción ofensiva. Un especialista anotador (6.8 puntos en 13 minutos por partido esta temporada, 9.6 en la campaña pasada en apenas 16 minutos) capaz de desequilibrar partidos por su facilidad para ponerla en el aro generando espacios desde el poste bajo. Pero con un minutaje limitado. De David Blatt En el Unicaja está Kostas Vasileiadis un buen amigo de Schortsanitis, que nació en Tikou (Camerún) en 1985, hijo de un ingeniero civil griego que conoció a la madre de Sofoklis durante la construcción de una carretera en el país africano. Desde los dos años vivió en Kavala, al nordeste de Grecia. Allí empezó a jugar y llamó la atención del Iraklis, el tercer equipo de la cercana Salónica. Ya con 16 años jugaba minutos en la Liga de Grecia, la misma edad con la que Vasileiadis empezaba a viajar por Europa con el PAOK. Ambos convergieron y se convirtieron en las estrellas en una selección junior griega que fue campeona en Mannheim (2002) ante la España de Rudy Fernández, San Emeterio y los Urtasun y que después fue bronce en el Europeo sub 18 y el Mundial sub 19, disputado en Salónica y en el que se llenaba un pabellón de 12.000 personas por la fiebre que generó aquel equipo en el que también estaban Perperoglou, Vougioukas, Vasilopoulos y Xanthopoulos.

"Era mi compañeros de habitación entonces, pasábamos mucho tiempo juntos. Siempre fue tímido, su físico hacía que todo el mundo le mirara y le señalara todo el tiempo y eso nos es fácil. Pero no he conocido a persona con mejor corazón que él, cuando lo conoces descubres que es fenomenal, no tiene maldad ninguna, es bueno. Si tiene que ponerse delante de otro para defenderte él lo va a hacer el primero", relata Kostas Vasileiadis. Hace un tiempo, Schortsanitis se confesaba en una entrevista en la revista Superbasket sobre la difícil digestión de la fama cuando se es joven. "Yo era un chico de 15 años con mucho dinero en la mano. Podía comprar lo que quisiera, todo el mundo me decía que era el mejor y el más grande. No supe cómo manejar la situación. Lo único que me importaba era salir y gastar dinero. Volvía de entrenar, cenaba y salía a tomar algo. Hasta las 3 de la mañana y luego tenía que ir a la escuela. No entendí lo que significaba ser deportista profesional. Hubo quien intentó guiarme, pero cuando tienes 17 años y metes 20 puntos contra jugadores mayores que tú no oyes a nadie", admitía.

"David Blatt ha sido el entrenador que me ha tratado de manera diferente a todos. Nadie se había comportado de esa manera. No puedo decir específicamente lo que hizo, pero me dio a entender el juego y llegar a otro nivel. Tal vez fue una cuestión de comportamiento. Varias veces he llorado, pero sabía que quería lo mejor para mí y para el equipo", decía sobre el entrenador, ahora en los Cavaliers con LeBron James, con el que alzó la pasada Euroliga con el griego de especialista de alto calibre.

Schortsanitis juega ahora con unas gafas protectoras porque se le diagnosticó un glaucoma en un ojo al comienzo de la pretemporada, tras lo que fue operado. En Tel Aviv, donde ya antes jugó tres años, ha encontrado cierta estabilidad, es padre de un hijo, que fue insultado durante un partido de la final del año pasado ante el Hapoel Tel Aviv, motivo por el cual saltó a la grada para intentar agredir al que resultó ser el hijo del presidente del Hapoel, que intentaba provocarle para desquiciarle. Lo consiguió, pero no obstó para que continúe en el equipo israelí una campaña más. Son los brotes de ira puntuales de un gigante de gran corazón.

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