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Corralas: el rostro de la supervivencia

  • Unas 30 familias, muchas desahuciadas, ocupan desde hace meses cinco edificios vacíos Piden regularizar su situación mediante alquileres sociales

El fenómeno de las corralas, que pone rostro al problema de la vivienda, continúa extendiéndose en Málaga. Unas 30 familias habitan desde hace varios meses de forma ilegal en cinco edificios vacíos, que según uno de los portavoces, José Cosín, pertenecen "a promotoras en quiebra, al banco malo o a entidades jurídicas ya disueltas". En este sentido, la última ocupación de un bloque, al que han llamado El gran castillo, la protagonizó el pasado fin de semana -según el testimonio de varios vecinos- un hombre mayor con sus hijos, mientras que la próxima semana, afirman, se registrará un nuevo caso. La corrala Buena Ventura, que no duró más de ocho meses por la ejecución de una orden judicial, fue la primera que en Málaga siguió el modelo iniciado en Sevilla, donde el pasado 6 de abril la Policía desalojó a las familias que vivían en un bloque de pisos de nueva construcción ocupado en mayo de 2012 bajo el nombre corrala Utopía.

Aunque poco después se conocía que la Junta de Andalucía pondrá a disposición de estos afectados seis viviendas sociales, los portavoces de otras corralas asentadas en Málaga consideran que la situación en la capital hispalense no ha sido sino "un engaño". "A la mitad les han mentido. Tenían un acuerdo para que en septiembre u octubre volvieran todos juntos a un bloque que estaban terminando de construir. Les han dado casa a cinco o seis familias durante unos meses con la condición de que después se vayan a otro sitio. El resto ha tenido que pasar una noche con el sindicato CGT porque, según la Junta, no cumple los requisitos para beneficiarse de la medida", asegura José Aguilar, okupa de la corrala Bloque Malasaña, donde conviven seis núcleos familiares.

Los inquilinos llegaron a este edificio, situado en la barriada malagueña de la Trinidad, hace apenas dos meses. El comienzo no fue fácil. "Preparamos la resistencia a escondidas y hablamos con los vecinos. El día que lo hicimos público, la Policía nos intentó desalojar, pero el propietario no nos había denunciado y por tanto era ilegal", recuerda José.

Ahora, una vez que, según recalca, tanto él como el resto de las familias han logrado quedarse, su intención es sacar adelante un proyecto educativo que cuenta con la colaboración de varios voluntarios. "La próxima semana comenzaremos a dar clases en los sótanos del bloque para que los mayores de 25 años puedan sacarse el graduado escolar. Hay mucha gente en el barrio que no sabe leer ni escribir y varios profesores de todas las edades se han ofrecido a enseñarles. Algunos incluso están trabajando", señala. Hasta el momento, unos 20 alumnos ya se han apuntado a las clases, para las que el colectivo dispone de casi una década de pupitres que han sido donados por unas monjas.

Más allá de ofrecer un asentamiento digno, la corrala Malasaña pretende también dar luz verde a la asociación Okupa tus derechos, de forma que sirva, además, para repartir comida a los más necesitados a través del Banco de Alimentos. "No podemos hacer un comedor pero sí ofrecer algunos alimentos puesto que la Trinidad es una zona que está muy castigada", asevera.

Cada familia que forma esta corrala arrastra una historia distinta, aunque todas comparten un mismo drama: el de la pobreza y, en algunos casos, la violencia. "Decidimos traernos a una vecina porque tenía problemas con su ex marido y no conseguía la orden de alejamiento. Tiene tres niñas viviendo con ella y acaba de ser abuela. En mi caso, estoy con mi pareja. No tenemos trabajo y vamos a los contenedores. Cogemos comida por la noche en los supermercados", detalla José, quien asegura que no se dará por vencido en su lucha por lograr un alquiler social.

Tampoco lo harán Lidia, Noelia, Estefanía, Ángeles, Rosita, Rosi, Sara, Isabel y Frasquillo, integrantes de Las Luchadoras, corrala que el próximo 18 de abril cumplirá un año en la calle Huerto de Monjas, situada en la zona de la Goleta. El miedo, sin embargo, vive a diario con ellas. "Nos levantamos con el susto de no saber si vendrán a por nosotras", expresa una de las ocupantes, a lo que otra replica: "Éste es nuestro techo. No vamos a irnos tan fácilmente, tendrán que echarnos a empujones. Si no nos dan una solución, no vamos a quedarnos con nuestros niños en la calle. Ocuparemos otro sitio. No somos terroristas".

Lidia, que recibió a este periódico en su piso, recuerda el día en que se instaló en él. "Cuando pasamos aquí la primera noche, la Policía vino a buscarnos. Decía que el dueño del bloque que habíamos ocupado nos había denunciado y que nos estaba esperando, pero era mentira. Tras identificarnos, nos llevó a los calabozos, donde estuvimos ocho horas. Después, nos amenazaron con ponernos una patrulla las 24 horas del día en la puerta", recuerda la joven, de 29 años.

Fue en abril de 2013 cuando ella, junto al resto de vecinas, tomaron la decisión de invadir el edificio. "Vivíamos en la calle Ermitaño. Después estuvimos de alquiler y al quedarnos en el paro ya no podíamos seguir pagando. Todas las tardes bajábamos para contarnos nuestros problemas. Un día hablábamos de la pena que nos daba un bloque vacío al que habían intentado entrar varias veces a robar y en el que se metía gente. Le dimos 20 euros a uno de los [mendigos] que solía dormir dentro para que nos avisara cuando se quedara vacío", relata Lidia.

Y así fue. Las ocho mujeres -madres solteras de entre 23 y 30 años- llegaron, afirma, "casi con lo puesto" y comprobaron el mal estado en que el edificio se encontraba. "Era horrible. Se habían llevado toda la fontanería para venderla. Sacaron por la azotea incluso el aparato del aire acondicionado y el termo. Tuvimos que pintar dos veces; nos hemos gastado entre todos los vecinos mucho dinero", explica.

De Las Luchadoras sólo está contratada una de ellas, y a media jornada. El resto trata de sacar algo de dinero como vendedora ambulante o limpiando por horas. Su relación es ejemplar. "Nos ayudamos en todo lo que podemos. Si una prepara una olla de puchero, la comparte con las demás. Cáritas nos ayuda y también dos monjas de Huerto de los claveles", precisa Lidia.

En la corrala conviven 10 niños. El más grande tiene 9 años y el pequeño 2. Son como esponjas y absorben todo lo que ocurre a su alrededor. "Mi hijo me pregunta: mamá, el día que nos echen de aquí ¿adónde vamos a ir?. Yo le digo siempre que iremos a otro sitio y él me responde que cuando sea mayor ganará mucho dinero para comprarse una casa en la que podamos vivir los dos", comenta una de las madres.

Conocen desde muy pequeños en qué consiste el drama de buscar un techo, un derecho básico por el que pese a su corta edad ya han aprendido a luchar. "Vienen con nosotras a todas las manifestaciones para defender la vivienda. Mi hijo, cuando ve a la Policía, hace por esconderse. Tienen miedo, pero se saben de memoria los lemas que llevan nuestras pancartas", narra otra de las ocupantes del bloque.

Su reivindicación no es sino conseguir un alquiler social. "Somos jóvenes. No tenemos para pagar 500 euros al mes, pero sí unos 100. Nos gustaría poder empadronarnos, pagar la luz y el agua", subraya Estefanía, satisfecha de saber que la corrala que junto a sus vecinas del barrio ha constituido ha sido la que más ha perdurado en el tiempo, al menos en la provincia de Málaga.

Otras, como la Buena Ventura, la Fortaleza -en Lagunillas- o Er Barco -próxima a Carlos Haya- fueron sorprendidas por la Policía y sus okupas se vieron obligadas a abandonar la que durante unos meses había sido su hogar. "No es normal que haya miles de casas vacías y miles de personas en la calle. No es una situación lógica y los poderes públicos deberían actuar al respecto", critica José Cosín, abogado y portavoz de varias corralas, que está convencido de que algunas de ellas "se consolidarán". Y es que, en su opinión, se trata de "edificios fantasmas de la crisis". "Muchos están terminados sin vender y sin propietarios porque el negocio ha quebrado. Las familias se han agarrado a este resquicio que había. A algunas las echarán y otras pasarán a ocupar otras corralas", apostilló Cosín.

En el caso de la corrala Buena Ventura, la primera en Málaga, el abogado ha denunciado a los antiguos propietarios puesto que, según recalca, "hace ya más de seis que se produjo el desalojo y aún no han puesto el inmueble ni en alquiler ni en venta". Algo que, indica, atenta contra la ley, que recoge que puede sancionarse a los bancos o promotoras "que tengan pisos vacíos y no los saquen al mercado".

Otras de las corralas que siguen activas son las que se conocen con los nombres de Guevara y La Suerte, aunque este periódico no ha podido ponerse en contacto con ellas. En el caso de esta última, en Facebook se define como "una liga de inquilinos compuesta por ocho núcleos familiares" en la calle Cristóbal Cueva.

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