El Prisma

La resaca de ayer

  • La política de Costas ha sido errática y cobarde estos años, con gestos como algún derribo bien pagado y permitiendo la invasión de las playas. Pero los chiringuitos son el menor de los problemas

EN el fondo hay que darle las gracias al señor secretario general del Mar. Por una vez, y sin que sirva de precedente, a escasos días del inicio de la Semana Santa, un periodo vacacional que tomará la temperatura turística a la crisis, no estamos hablando de la situación de las playas, de cómo se las ha comido el último temporal; de por qué el Puerto tira al mar la arena que extrae del morro en lugar de verterla en La Caleta; de cuántos miles de metros cúbicos se echarán, de si el polvo procede de los ríos, las canteras o el fondo marino; de si ponemos espigones, diques semisumergidos o si echamos sacos terreros para combatir las olas. No.

En lo que parece una medida estrategia de distracción, Juan Carlos Martín Fragueiro vino a Málaga el lunes a armarla. La cita era con los subdelegados de las provincias costeras andaluzas para en teoría tratar la situación del litoral. Pero el alto cargo ministerial citó a los medios antes del encuentro porque tenía claro que no habría discusión: los chiringuitos tienen que salir de la arena. Y se armó la marimorena. Pese a que al PSOE le faltó proclamar en los días anteriores que los chiringuitos malagueños son patrimonio de la humanidad, pese a que el consejero de Turismo se había mojado, y aunque el PP estaba con la caña de pesca en mar revuelto, de nuevo un cargo del Ministerio de Medio Ambiente desataba una tormenta que morirá al llegar a la orilla.

Y aunque hasta el propio presidente de la Junta ha tenido que salir al escenario, y aunque la ministra haya tenido que matizar las declaraciones de su subordinado, lo único cierto es que la polémica quedará en nada, vistos los antecedentes del departamento. En los años 80 y 90, Costas procedió a levantar centenares de chiringuitos que no cumplían las mínimas condiciones de higiene en Málaga, se enfrentó a los pescadores por las extracciones de arena, regeneró las playas de media provincia. Eran los tiempos del eficaz y valiente Fernando Palau, hoy a las órdenes de Magdalena Álvarez como secretario general de Transportes. Desde entonces la política costera ha sido absolutamente errática y bastante cobarde. Durante años se han permitido barbaridades, paseos marítimos encima de la arena como el de Marbella de Gil, la proliferación indiscriminada de decenas de locales de quita y pon casi al borde de la orilla; la invasión de hamacas y exclusivos clubes de playa a 300 euros el Moet Chandon, la usurpación en definitiva del espacio público. Se han anunciado varios planes para revertir la situación, e incluso se llegó a derribar, previo pago de una millonada a los propietarios, un hotel ilegal en Atlanterra, en lo que iba a ser un plan de esponjamiento y recuperación del litoral con centenares de demoliciones.

Pero no se recuerda ni una más. El Algarrobico sigue en pie. Igual que la residencia Marymar de Benalmádena, que va a cumplir más de treinta años mancillando la misma playa de Benalmádena que tanta fragilidad muestra ante los temporales. El problema de las casas de El Palo, que no cumplen la dichosa ley y que surge con periodicidad inevitable, acaba de cobrarse como víctima al restaurante Casa Pedro, cuyos propietarios no podían justificar ante los bancos la legalidad del edificio. La Ley de Costas ha cumplido veinte años y en Málaga queda por acometer el deslinde de la mitad del litoral. Y tanto técnicos como políticos tendrán que hacer la vista gorda en numerosas ocasiones o provocar dolorosos problemas de imposible solución. Pero desde luego, la agonía de las playas no se resuelve atacando al eslabón más débil.

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